"Ser Sapo", así le llamaban los altisonantes señores del ejército de Robb Stark, pero lo cierto era que Raymond Nayland realmente parecía un sapo. Tenía la cara gorda, con los mofletes gordos y caídos, regados de ronchas rojas y grandes. Era alto, de complexión fuerte, pero su cara y su cuerpo parecían proceder de dos seres completamente distintos, pues así parecía al verlo. A pesar de todo él había comandado a los quince jinetes de su padre en la batalla del Bosque Susurrante, y fue uno de los que redujo a lord Quenten Banefort, cortando las cabezas de sus cinco guardaespaldas. A pesar de toda la gloria se la ganó lord Braken, y Banefort acabó entre sus rejas, no entre la de los Nayland, porque claro, ellos eran lacustres, eran los "comerranas". Nada quedaba para ellos. A veces pensaba que ser vasallos de los Reed sería mejor que de los Frey, pero una disputa de hace cuatrocientos años hizo que eligiesen a los del Cruce, y no a sus hermanos del Cuello. Tremendo error.
¿Qué tenían ellos? De las tierras pantanosas de Pantano de la Bruja había llevado quince jinetes, treinta arqueros y cien piqueros. Ninguno tenía armaduras de acero, salvo Raymond. Vestían corazas de cuero endurecido, botas y abrigos de piel, y escudos hechos de madera de los árboles. Los arcos eran largos, con buenas flechas eso sí, pero apenas tuvieron acero para las espadas de los caballeros, y las picas de los infantes eran solo de madera, con punta afilada. Todos lucharon con valor y solo murieron dos jinetes y veinte piqueros. Su estilo había cambiado con los años, en tiempos del bisabuelo de Raymond no tenían ni un solo caballo, solo tenían dagas, arcos y cerbatanas. Pero su abuelo comenzó a introducir técnicas propias del resto de Poniente, tratando de que dejasen de ser vistos como sucios pordioseros.
Pero cuando lord Umber, lord Karstark y otros proclamaron al Rey en el norte ellos alzaron las picas de madera y el mal acero y vitorearon por él.
La carta de su madre llegó al día siguiente. Él era el heredero de Pantano de la Bruja, su padre había muerto tras dos meses yaciendo en cama, enfermo de gota, luego de disentería y luego de tuberculosis. A Raymond no le importaba, de pequeño le pegaba, y mucho más a Adso. Se preguntó dónde estaba esa ranita, qué haría más allá del Mar Angosto. Su hijo estaba en casa, con su mujer y las chicas... se imaginó que, hasta se casase, si es que encontraba mujer que quisiese quedarse preñada de él, el pequeñajo sería su heredero. Heredero de un castillo de madera, unos campesinos mal encarados y pantanos y cenagales malolientes.
Raymond notificó su noticia al Rey Robb, que le dio su pésame y felicitó por el señorío recién ganado, también le dijo que se fuese a casa, que llorase a sus muertos, pero que dejase allí a todos sus hombres, salvo a los jinetes. Raymond lo entendía, si los hombres volvían a sus chozas ya no volverían a la leva del Joven Lobo. Prometió volver en menos de treinta días, y partió.
Al anochecer del cuarto día llegó a Pantano de la Bruja. Unas barcazas enviadas por su madre esperaban en la orilla del Forca Verde, por lo que no tuvieron que ir hasta los Gemelos para cruzar, que quedaba legua y media hacia el sur. Los barqueros, hábiles lacustres, les llevaron a casa. Pantano de la Bruja era un castillo de murallas, torres y parapetos de madera que se alzaba entre dos elevaciones, a los lados, que la cubrían de los ataques. Tenía tres torres de madera, una era la torre del vigía, la más alta, otra la torre del maestre y la tercera era la torre de invitados, aunque nunca tenían invitados. La sala del señor y su torre eran nuevas, de piedra, el día que Raymond cumplió los trece, aún estaban construyéndose.
Frente a los muros había fosos y empalizadas con estacas de madera. Raymond no los veía, pero sabía que había arqueros en los muros y cazadores entre el bosque y el lodo. Desde lejos y para unos ojos inexpertos, Pantano de la Bruja era solo un castillo abandonado. En total habría unos treinta protegiendo todos los dominios de su casa.
En el patio de armas unas sirvientas limpiaban la ropa, atizándola o lavándola. Entre ellas estaba Isobelle.
Entró al castillo, el gran salón, que de grande solo tenía el nombre pues era del tamaño de la habitación de Tywin Lannister, Elena y Mirenna estaban jugando con el Pequeño Adso. Las dos hermanas eran parecidas, Elena con dieciséis años y Mirenna con trece. Las dos apenas recordaban a Adso, él siempre estaba en la ciudadela, solo mandaba cartas de cuando en cuando, pero las pequeñas habían cogido cariño al bebé de inmediato.
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Canción de hielo y fuego: Hijos de Valyria
FanfictionEscaparon de su casa en mitad de la noche, con lo puesto, durante años huyeron de ciudad en ciudad, escapando de los puñales de quienes les perseguían y malviviendo en callejuelas y de la corta cortesía de los ricos y poderosos. Viserys, el Rey Mend...