Cersei I

189 10 2
                                    

Tycho Nestoris estaba apreciando el suave aroma del vino que Cersei le había ofrecido, una de las tantas delicias que Euron Greyjoy le había traído desde el expoliado Rejo. Le empezaba a deber mucho al pirata. Primero el saqueo de los principales puertos de sus enemigos en el sur, luego, la destrucción de la pérfida flota de Rocadragón, y ahora, algo que decirle al banquero de hierro.

—Debo daros mi admiración, majestad. Este tinto es realmente delicioso —Dijo el banquero, saboreándolo con sus finos labios de mentiroso. Todos mentían alrededor de ella —Y os felicito. Creo que, en toda la historia del Banco del Hierro, nunca nadie había solventado una deuda con tanta celeridad. Veintiséis millones, nada menos.

La reina de Poniente se puso en pie, con una amable sonrisa en los labios y se dirigió al gran mapa en el patio de su estudio. Escuchó a Tycho Nestoris dejar la copa sobre la mesa de tejo y levantarse con pasos tan suaves como solo un banquero podía andar. «Los banqueros, los espías, los asesinos y los eunucos».

—Supongo que vuestra majestad no piensa respetar la tregua pactada con la reina dragón.

—Suponéis bien —Dijo Cersei —En circunstancias normales no podría desafiar a Daenerys Targaryen pero, gracias a vuestro apoyo, mi victoria será consumada y en todo Poniente se extenderá mi dominio, como reina de los Siete Reinos.

El banquero sonrió, todo aquello parecía divertirle, lo que molestó a Cersei. Los braavosis siempre sonreían con autosuficiencia, como si calculasen cada paso que daban con la misma destreza con que laboraban las cuentas de su fraudulento negocio de prestamistas venidos a más.

—En ese caso, majestad, podéis contar con el Banco de Hierro. En cuanto llegue el oro, claro.

—Decidme, señor Nestorys ¿No prestó vuestro banco dinero a Daenon Targaryen? Por experiencia sé que cuando un prestamista no cubre su deuda con vuestra lucrativa asociación, el Banco de Hierro apoya a su rival.

—Es una media que solemos favorecer —Afirmó Tycho Nestoris —Además de apostar por el bando ganador. Por ahora, ese bando tiene forma de dragón, pero hasta los dragones pueden ser derribados por muchos escorpiones. Pagad y nosotros os extenderemos un nuevo préstamo.

—No habéis contestado a mi pregunta.

—¿Hacia falta contestarla, majestad? Técnicamente, el Banco de Hierro no prestó dinero al príncipe Targaryen, sino que se lo concedió un inversor que guardaba amplias riquezas en el interior de nuestras bóvedas.

—¿Quién? ¿Un comerciante? ¿Un noble?

—No, el último varón de la sangre de los Heathfild.

—¿Los ricos mineros de Torre Resplandeciente? Pensaba que la última Heathfild había contraído nupcias con un Nayland ¿Fue su hijo?

Tycho Nestoris parecía reacio a contestar semejante pregunta, con una expresión que señalaba que ya había hablado demasiado y muy generosamente de todo lo referente a ese punto. Pero entonces, Cersei recordó. «Elarissa Heathfild, Elarissa Nayland, Elarissa Frey, Elarissa Tully. Vino junto a Tyrion a proponer el armisticio, junto a su hijo.» Cersei sonrió y despidió a Tycho con una amplia sonrisa y un gesto educado. El banquero le iba a ser útil a fin de al cabo.

Horas después, las campanas tañeron una tras otra, señalando la vuelta de la Flota de Hierro. Euron lo había concedido.

Qyburn se acercó, a paso acelerado, junto a Jaime.

—¡Majestad! —Exclamó —Ha llegado un cuervo procedente de Invernalia. El Muro ha caído. Los Caminantes Blancos han entrado en los Siete Reinos.

Cersei observó la inmensidad de la flota de los hijos del hierro. Barcos construidos por ellos, barcos raptados de piratas y muchísimos procedentes de la flota de los Targaryen. Casi doscientos navíos a su disposición, su mano en el mar.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora