Cersei II

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La cabeza de Randyll Tarly le llegó en un cofre simple, sin ornamento ni nota, porque el mensaje estaba claro. La corte de Cersei observó el mensaje con asco, las doncellas se cubrieron el rostro y trataron de no vomitar por el fuerte hedor que desprendía.

—No debéis alarmaros ¡Mis señores, mis señoras! Esto no es otra cosa que lo que ya sabíamos: Nos enfrentamos a un salvaje, un enemigo cruel que es capaz de asesinar a nobles con el simple objetivo de mandar un mansaje. No temáis. Nuestras murallas son altas y nuestros arqueros diestros. Los salvajes dothrakis y los traidores a nuestro reino no entrarán.

Después de eso descendió los peldaños del Trono de Hierro y fue hasta su despacho, seguido de la Guardia Negra. Allí estaba a salvo y tranquila. Se encontraba a gusto porque no había nada que no estuviese a su alcance, todo lo podía controlar, sabía dónde estaban todas las cosas y cómo quería que estuvieran. Tenía el control, y eso le gustaba.

Comenzó a leer informes militares y notas de su superintendente, informando de los gastos que la Corona había adquirido con los curtidores, herreros, armeros y tejedores de Desembarco del Rey. Cinco mil petos, ocho mil gorgueras, veinte mil lanzas y escudos y tres mil cotas de malla. En total todo ascendía a casi cuatro millones de dragones de oro. «No me extraña que Meñique tuviese esa irrisible cara de ratón —se asqueó Cersei— las cuentas del ejército lo único que hacen es agriar la mañana».

Se levantó, acercándose a una mesa cerca del balcón y se sirvió un poco de vino. No llenó la mitad de la copa cuando la jarra se vació.

—¡Sirviente! —Llamó. La puerta se abrió, aunque no se molestó en mirar —Más vino.

—Sí, alteza. Aunque el cocinero dice que no hay demasiado debido al sitio.

—Trae vino o te tiraré de la muralla. Venga.

La puerta se cerró y Cersei se meó en la reina dragón y en sus jinetes salvajes, en sus barcos y en sus seguidores hijos de puta. Hacía meses que no llegaba comida por mar, y dos semanas desde que los dothrakis bloquearon los caminos, asaltando los envíos de grano del Dominio. Las despensas de la ciudad estaban llenas, pero la población se había triplicado con gente venida del campo, por lo que en Desemabarco del Rey había casi seiscientas mil personas. Con tantas bocas las provisiones de dos años se acabarían en uno.

Querría tener a Jaime ahí, dentro de ella, para olvidar cualquier cosa que tratase de hacerle daño. «Pero está en las Tierras de los Ríos, tratando de deshacerse de los traidores. Jaime no está». Cersei llamó a uno de sus hombres de la Guardia Negra. Era un muchacho guapo, de pelo oscuro y piel clara, con un ligero rastro de barba. No debía rozar los veinticinco años. Ella le ordenó desnudarse y hacerle el amor con vigor.

El tacto hizo a Cersei olvidar su dolor, a Jaime y, por unos dulces instantes de placer, de sus hijos muertos, pero en ningún momento se olvidó de la Reina Dragón y de su hermano. «Me quieren muerta —pensó, mientras el muchacho se movía con ímpetu sobre ella— pero ellos serán los que mueran primero».

El sirviente volvió cuando el caballero se estaba poniendo las calzas, dejó el vino y se fue, seguido poco después del miembro de la Guardia Negra.

Cersei se vistió con un camisón y volvió a sus asuntos, esa vez con el vino en la mano. Debía encontrar una forma de sanear las cuentas del Trono de Hierro. Aparte de los cuatro millones que ella debía por el coste de su ejército debía unos veintiséis millones al Banco de Hierro de Braavos. Roca Casterly estaba más seca que el coño de una septuagenaria. Reabrir las minas a más profundidad sería más caro que los servicios prestados. Esa no era una opción.

Salió al patio y observó el gran mapa de Poniente. Altojardín era la opción más obvia, el castillo con más tesoros de Poniente, pero entre sus tropas y el castillo había cincuenta mil dothrakis y un dragón. Cersei siguió observando el mapa. Barajeó a los Martell, los Arryn o Castamere, con sus minas de plata y oro rojo. «Sería una opción —pensó— me serviría para empezar.»

—Adelante —Dijo, cuando tocaron la puerta.

Qyburn se acercó, a paso rápido.

—Majestad —Dijo —Ha llegado un hombre con noticias para vos. Dice que son importantes.

—¿Un hombre? ¿Quién?

—Dice que viene de parte de Euron Greyjoy.

—Euron Greyjoy... tráemelo aquí, a este patio. Y date prisa, Qyburn.

Su repugnante hombrecillo asintió. «Un hombre de Euron Greyjoy. Otro rey usurpador, se acumulan. Un usurpador y bastardo nada menos ocupa el norte de mi reino, otra ramera bastarda el sur, y este nuevo rey visco las Islas del Hierro ¿Qué habrías hecho tú, padre?»

El hombre en cuestión era alto, fornido y robusto. Tenía la cabeza rapada y tatuada, con ojos color marrón y una nariz aplastada y hundida. Cuando estuvo ante Cersei hizo una reverencia tan torpe como cabía esperar de cualquiera de los inútiles y andrajosos isleños del hierro. Patanes hasta para rebelarse. «Pero saben matar —recordó— y quemar. Sí, quemar también se les da bien y el fuego se combate con fuego.»

—Así que vienes de parte de Euron Greyjoy, pirata y saqueador ¿Qué quiere tu capitán de mí?

—Euron os ofrece su apoyo en la guerra. La reina Dragón está negociando una alianza con el Rey en el Norte.

Cersei se sorprendió.

—¿Una alianza con el bastardo de Ned Stark? ¿Cómo sabe eso Euron? ¿Tiene espías en Rocadragón?

—Él sabe todo lo que pasa en el mar, majestad. Pronto tendréis a dos reyes a vuestras puertas, por lo que Euron se ofrece como vuestro aliado. Dos reyes contra otros dos.

—Entonces tendrán que cambiarle el nombre a esta estúpida guerra, no suena tan bien —Dijo Cersei —Tu señor no tiene señor, es famoso por asaltar poblaciones y por ser traicionero. El hombre más despiadado de los catorce mares.

—Y el mejor capitán de los catorce mares —Dijo el mensajero —Ya ha machacado la mitad flota de la reina Dragón, y pronto hará lo mismo con la otra mitad. Euron es peligroso, una alianza con él os mantendría a salvo.

—Ahora mismo deberíais preocuparos por manteneros vos a salvo. He matado hombres por mucho menos.

—Entonces otro ocupará mi lugar. No dejaremos de tocar a vuestra puerta hasta que Euron no obtenga su respuesta.

—¿Qué términos de alianza propone?

—Un casamiento entre vos y él. Vos podéis ser reina de Poniente mientras él reina sobre todas las islas del continente. Los Greyjoy no son de tierra adentro.

Cersei se mordió el labio. Ese estúpido pirata, ese pordiosero comedor de pescado osaba si quiera a pensar, a sopesar la idea de contraer un casamiento con ella. La idea le hacía querer vomitar.

—Tengo una guerra que librar. Las bodas no tienen cabida en mis planes.

—Euron puede esperar hasta después de la guerra. Os ayudará a ganarla.

Cersei miró el mapa, visualizó dónde estaban sus enemigos, visualizó cómo destruirlos. Altojardín, Lanza del Sol, Rocadragón. Todos estaban lejos de su alcance, lejos del alcance de sus ejércitos, pero no de una flota bien adiestrada y armada.

—Decidle a vuestro señor que preciso una prueba. Que... saquee el Rejo y Antigua. Decidle que, si me trae sus tesoros, todos ellos, sin excepción, me uniré a él. Decidle que si hace eso y hunde la flota de mis enemigos consideraré su oferta de matrimonio, y decidle que, si veo los castillos de los Targaryen, los Martell y los Tyrell en llamas, nos casaremos en el septo que levantaré sobre las cenizas del anterior.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora