Adso III

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—Derrotado —Dijo Daenon. El Targaryen estaba tirado en una silla, con el brazo derecho completamente vendado. La piel blanca la tenía bañada de un sudor frío y los ojos húmedos y hundidos como si el cráneo se los hubiese tragado —¡¡Ese viejo me ha derrotado!!

Los nobles frente a él tenían la mirada baja. Adso vio que estaban asustados, y no era para menos. Tarly les había derrotado de una forma humillante en una batalla cerca del Mander, les había rodeado con la caballería y fulminado con sus arqueros de arco largo. La batalla se llevó a cabo bajo la sombra fría de una arboleda, por lo que Daenon y Viserion no pudieron destrozar el ejército enemigo sin arriesgarse a quemar a sus propios hombres. Cuando entendió lo que pasaba una flecha se le clavó en el hombro y las trompetas de retirada comenzaron a sonar en todo su ejército. Seis mil muertos en su bando, seis mil padres, hijos, esposos y hermanos, la mayoría dornienses y del Dominio.

—Puede... y solo puede, mi príncipe que no deberíamos haber dividido el ejército. —Musitó lord Fowler.

Adso pensaba que tenía razón. Aunque dividir el ejército les permitía atacar por varios flancos a la vez les había dejado muy debilitados contra Tarly. Daenon había luchado tres batallas en su vida, pero solo había ganado una, y fue en Essos, cuando las alturas le favorecían y su dragón podía reducir a todos a cenizas.

—Jaime Lannister ¿Dónde está? —Inquirió el príncipe.

—Salió hace una quincena hacia las Tierras de los Ríos.

—Los dothrakis desembarcaron hace unos días en las Tierras de la Corona —Dijo Adso, aunque nadie le había dado vela en aquél entierro —Podemos pedirles que nos...

—¡¡No voy a suplicar a mi hermana como un jodido niño!! —Gritó Daenon, golpeando su silla hecho una furia. —Y no pienso retirarme, como vosotros, pobres niños suplicáis. Os cortaría la lengua si tuviese los dos brazos bien.

—Hemos perdido nuestra ventaja numérica —Dijo lord Uller —Si no nos retiramos corremos el peligro de que Tarly vuelva a derrotarnos y perder la mitad del ejército.

—Las enfermedades ya han comenzado a aparecer —Dijo otro señor —Dos casos de disentería y unos cuarenta de peste. Tantos hombres estancados aquí no harán sino empeorar la situación.

Daenon miró a Adso, en busca de ayuda, pero él no sabía qué hacer.

—Marchaos, mis señores —Dijo —Debo cambiarle la venda al príncipe.

Los nobles hicieron una reverencia y se marcharon tan cabizbajos como habían entrado en la tienda. Daenon les dirigió una mirada de desprecio mezclada con decepción.

—Pandilla de cobardes —Maldijo ­—Se retiraron en cuanto la batalla no les favoreció ¡No tienen agallas!

—Anda, siéntate. Y eso sí es una orden. No debes culparlos a ellos, Tarly es un buen estratega y mejor guerrero. Nos pilló a todos por sorpresa y buscó la manera de que no pudieses usar a Viserion. Al menos él sigue entero.

—Volaré a su campamento —Dijo Daenon —Y los quemaré a todos mientras duermen.

—Es muy peligroso —Adso apretó su herida y Daenon soltó un grito ahogado —¿Quieres que apriete otra vez? Esto te pasó por volar muy bajo y fue un arquero, imagínate docenas de ellos lanzándote flechas a la vez —Comenzó a untar un ungüento en la herida cosida del príncipe y acto seguido prosiguió a colocarle nuevas vendas, más nuevas.

—Eres mi voz de la razón —Le susurró Daenon —Gracias por no abandonarme.

—A veces me tientas —Aseguró Adso —Pero soy tu amigo. No permitiré que mueras. Esto ya está. Terminado.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora