El Banquero de Hierro

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Aratos Entarion se llevó el pañuelo a la boca y contuvo las ansias. El mar Angosto estaba embravecido y la quilla del barco rugía, mientras se balanceaba como si fuese un cascarón en medio de un gigantesco lago oleado. Deseaba finalizar ese asunto cuando antes y volver a Braavos. Se sentiría feliz cuando pisase tierra firme antes de eso.

Hacía una semana habían partido de Pantano de la Bruja. La Bruja tiroshi, su barco, se había adelantado al resto de la flota, que se había quedado en Tres Hermanas, fondeando en los puertos. A Aratos le sorprendió la llegada de aquél rollo de cuervo, escrito con la clave que el banco le había dado a Malcolm Heathfild, cuando empezó a ser alguien en Poniente —"Yo, Elarissa Heathfild, clienta del banco de Hierro de Braavos, solicito la visita de Aratos Entarion para unos negocios, le recomiendo venir con una pequeña flota". —Eso decía la carta. Los superiores de Aratos se sintieron intrigados y le mandaron a Nayland. Los barcos se los había prestado el mismísimo Señor del Mar. Tres galeras comerciantes, Tritona, la zorra gris y la furcia desconsolada. Les escoltaban cuatro galeras de combate, una de ellas era la Bruja tiroshi.

Cuando llegaron a Poniente desembarcaron casi en el medio de la bahía del Mordisco. Allí les esperaban unos arqueros vestidos de cuero, con capuchas y rostros oscuros. Al principio pensaron que eran bandidos y el almirante, Ular Mo Uallok, quiso atacarles, pero la edad había perdonado a Aratos, y su vista era mejor que la de muchos de su edad y vio el estandarte con la rana de los Nayland siendo ondeado por un jinete. Eran su escolta. Les llevaron silenciosos hasta su castillo y allí fueron recibidos por la alta señora del lugar con un niño en brazos unos silentes guardias. Aratos fue puesto al día de todos los asuntos que la dama quería tratar, y tras sopesar que las condiciones para el banco eran las adecuadas, firmaron el acuerdo, sellado en lacre y sangre por ambos. Hasta que se volviesen a comunicar uno de los ayudantes de Aratos, Denyo Nestoris, se quedaría allí como rehén.

Una sola noche en Nayland le hicieron tener cagalera, así que esperó una semana antes de irse, y luego volvió a embarcar, jurando no volver a ese infecto y fétido cenagal.

Y ahí estaba ahora, aguantando al mar en su camarote con las fuentes llenas de uvas, bollos rellenos, atunes en salazón y pan con aceitunas, las ánforas estaban llenas de vino especiado de Lys. No comía nada porque no quería vomitarlo al mar, estaba en su cama, recostado entre los mullidos cojines haciendo cuentas sobre su trabajo. El Banco de Hierro exigía esa excelencia. Se quedó dormido, y soñó con su casa en Braavos, con su jardín empedrado, con una jaula de pájaros cantarines en el medio.

Le despertó Beqqo Parco, su otro ayudante. Era un joven bien parecido, al que le estaba saliendo la barba rojiza bajo el pelo castaño atado en una larga coleta de caballo.

—Ya estamos llegando, señor —Dijo.

Aratos se levantó, tomando un bollo y llevándoselo a la boca antes de salir. Veía seis barcos, no siete. Todos tenían las velas púrpuras desplegadas al viento.

—¿No falta un navío? —Preguntó el banquero, recorriendo la cubierta.

—Sí, señor banquero —Respondió el almirante —Lo perdimos en medio de la tormenta, era una de las galeras de escolta. Lo más probable es que aparezca de aquí a unas horas, la mar no estaba lo suficientemente fuerte como para haberlo hundido.

—Bien, bien —Respondió el banquero, agitando su pañuelo. No le importaba realmente que se perdiese una galera, no se preocupaba de que les atacasen piratas. La flota de Salladhor Shan según los rumores estaba fondeada en Rocadragón, junto con Stannis Baratheon, y el resto de grumetillos no se atrevían a atacar a una fuerza tan finamente armada. —Pero vos sois el almirante, no yo —Le dijo Aratos, después de haberle dicho eso —Vos actuaréis como consideréis.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora