Daenon III

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Daenon también quería ir a casa, no sabía a cuál. A veces soñaba con la casa de la puerta roja, otra con las cloacas donde dormía abrazado de Dany en Qohor, y muchas veces soñaba con Rocadragón. Nunca pensó que tuviese que agradecer nada al Usurpador, pero sin duda, que enviase un asesino a por ellos fue algo bueno. Fracasó, y Khal Drogo juró conquistar las tierras del oeste para su hijo, Rhaego.

La batalla entre Drogo y otro Khal terminó rápido, en una ciudad de aquellos hombres quienes los dothrakis llamaban hombres cabra, pues su dios tenía esa forma. Daenon observaba todo con horror, desde su caballo. Vestía un chaleco dothaki de cuero y unos pantalones holgados. Viserys ya no estaba, ya no tenía que vestir con un jubón de cuero negro bajo el sol de justicia, lo único de su hermano que quedaba eran su espada y su daga, cada una colgada del cinturón de Daenon. Tres dothrakis del khas de Dany estaban junto a él. Se encargaba de curar a los heridos, junto a Adso, que era el que estaba haciendo realmente todo el trabajo.

Los dothrakis solo tenían dos tipos de curanderos: Mujeres viudas y eunucos calvos. Todos basaban sus curaciones en antiguos rezos, canciones y emplastos de hiervas de escasa efectividad, sin embargo, el antiguo maestre se movía entre los heridos con experiencia, y sus métodos, científicos y sin plegarias de ningún tipo, eran algo sorprendente para los allí presentes, sobre todo para Daenon. Adso era poco mayor que él, pero sus conocimientos nunca dejaban de sorprenderle. Una vez le preguntó qué representaba cada blasón de su cadena.

—Veréis, jovencito. Esto es hierro negro, que representa la crianza de cuervos, este otro es de bronce y este de cobre. Astronomía e historia, respectivamente. Plata, que es de medicina. Estaño, para la economía, y platino para el estudio de lenguas muertas.

—¿Y ese?

—Ah... este es de acero. Me lo gané en mi último año en la ciudadela. Empecé a los nueve años y a los diez me gané mi eslabón de historia, luego seguí. Un eslabón por año ¿Sabéis? Fui todo un genio dentro de la Ciudadela.

—Y os echaron por amar a una mujer.

—Y me echaron por amar a una mujer —Asintió.

El joven valyrio se acercó a su amigo y le zarandeó el hombro.

—¿Quieres un poco de agua? —Preguntó Daenon.

Adso le dirigió una mirada circunspecta, puede que molesta, por interrumpirle en medio de su labor, pero aceptó.

Los dos salieron de las ruinas de la casa donde los dothrakis habían apilado a los heridos. Se acercaron al bordillo y observaron como el horizonte estaba plagado de humo y jinetes que escoltaban a gigantescas filas de prisioneros.

—Los venderán como esclavos.

—Es lo más probable. —Asintió Adso, —Si los venden en Astapor o Meereen ganarán lo suficiente para comprar barcos.

—¿Cuántos jinetes tiene khal Drogo en su horda? ¿Cuarenta mil?

—Añadidle unos cuantos miles más después de estar carnicería, pero sí.

—Cuarenta mil gigantes, gritones y bárbaros. Los caballeros de Poniente llevan armadura y espadas de acero forjado. También tienen picas, arqueros con arcos de tejo y castillos.

—Los castillos son importantes, joven príncipe. Pero pensad en todos aquellos que no se puedan refugiar tras muros de piedra, pensad en los cultivos. Si Khal Drogo atacase Poniente nada vivo desde Último Hogar a Lanza del Sol viviría para contarlo.

—¿Y si el usurpador y sus perros se unen?

Adso dejó el vaso de agua sobre la baranda de piedra y se mordió el labio, tratando de pensar. Algo que a Daenon le gustaba del joven maestre es que siempre pensaba todo, lo meditaba con paciencia.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora