Daenon I

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Cuando llegaron a Altojardín descubrieron que Randyll se había marchado. No había tenido tiempo de recoger el campamento, así que los pabellones seguían donde fueron levantados, rojos y verdes, y los arietes, trabucos y tortugas estaban a medio montar, mientras que una silenciosa torre de asedio se alzaba frente a los muros blancos llenos de hiedra esmeralda. No habían tomado el castillo, sobre las esbeltas y elegantes torres aun colgaba el estandarte con la rosa dorada de los Tyrell, y en los parapetos y almenas se asomaban varios arqueros y ballesteros, que gritaban sin parar mientras el ejército de Daenon desfilaba ante las murallas.

El puente levadizo fue descendiendo a medida que el rastrillo y las dos puertas interiores se habrían. El señor de Altojardín era un hombre atractivo de cabellos castaños y figura esbelta. A pesar de ser tullido llevaba puesta una ligera coraza con enredaderas y rosas doradas alrededor, y de la cintura le colgaba una espada. Cojeó hasta Daenon, apoyándose en su muleta e hizo una torpe reverencia pero que a pesar de todo estaba realizada con cierta elegancia y gracia.

—Lord Willas —Dijo Daenon.

—Mi príncipe —Dijo él —Os doy las gracias por socorrernos en estos momentos de tanta necesidad. Altojardín es vuestro.

Daenon entró al hermoso castillo, topándose con exuberantes jardines salpicados de pabellones, cenadores y toldos que tapaban la luz del sol y que estaban rodeados de naranjos, limoneros y manzanos.

Le alojaron en una habitación tan espectacular como el resto del castillo, en lo alto de la torre principal, con una amplia balconada y los siervos de Tyrell fueron dejando allí los arcones con su ropa y con la de Arianne. La princesa dorniense miraba a todos con un gesto de desconfianza, como si cualquiera fuese a saltarle encima y cortarle el pescuezo con un cuchillo.

—Los Tyrell y los Martell no nos llevamos bien —Dijo cuando Daenon le preguntó —Mi tío descabalgó a lord Willas y le dejó tullido.

—¿Tu familia se lleva bien con alguna otra?

Arianne alzó una ceja.

—Con los Targaryen, según parece. Y eso que nos hemos matado durante doscientos años, pero claro, también hemos hecho el amor durante los últimos cien.

Daenon sonrió, aunque no con muchas ganas. En todos esos días no había pensado mucho en Arianne, sino en Randyll Tarly, en él y en su maltido ejército. «La primera batalla librada por los Targaryen tras su vuelta triunfal fue una derrota —pensó Daenon— será una historia que contar en las tabernas, dirán que el príncipe bastardo fue derrotado por el viejo de Colina Cuerno». Eso encendió su odio y sintió la sangre hervirle. Iba a matar a Randyll Tarly, y lo haría de una forma que eclipsase cualquier otra tonta duda de su poder. Era algo personal. Siempre había sido el eslabón débil, no iba a dejar que nadie le quitase la posición de poder que ahora ostentaba.

—¿Te pasa algo? —Le preguntó su esposa.

—No, nada.

Daemon Arena entró.

—Mis príncipes, lord Willas Tyrell deseaba que os informase de que esta noche habrá un festín en vuestro honor—Dijo el bastardo de Bondadivina, y Daenon no le pasó por alto la mirada que echó sobre Arianne, con una ligera sonrisa. «Si no me importa que murmuren en el futuro que soy un cornudo ¿Por qué me molesta lo que opinen de mi derrota?» La respuesta se le escapaba, pero no quería obligar a Arianne a estar a su lado, sobretodo porque él tampoco lo quería. Una cosa era su honor y las victorias militares y otra era tener que sufrir el oprobio de la infidelidad. Iban a pasar el resto de sus vidas juntos, era un hecho, mejor que fuese lo más soportable posible, por el bien de todos.

—Daenon —Le llamó Arianne —¿Sigues ahí?

—Sí —Asintió él —¿No me ves?

—Te veo, pero no sé si tú te ves. —Se acercó y pasó sus manos sobre sus amplios hombres, dedicándole una sonrisa afable —Vamos, debemos darnos un baño y quitarnos la peste de caballo.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora