La Reina de los Siete Reinos

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La sala del trono, aún derruida y parcialmente arrasada por el ataque de Euron Greyjoy, brillaba en mitad de la noche con la luz de siete candiles dispuestos en forma circular, rodeando el pedestal donde reposaba el cuerpo de Daenon, ataviado con su mejor armadura, su larga capa escarlata y su estandarte personal a los pies. La nieve que caía por los huecos del techo y las ventanas, se posaban, de vez en cuando, sobre su rostro blanco como el armiño.

Daenerys se acercó, haciendo un ademán y mandando a irse a las Hermanas Silenciosas. Se acercó, lentamente, y posó su mano sobre el hombro de Arianne, que estaba allí, con sus manos sobre las de su esposo, taciturna y silente como la noche.

—Sigue luciendo muy gallardo —Dijo —Está mucho más guapo sin barba, aunque sigue asemejándose a un niño, un dulce niño que creció y experimentó todo lo horrible de la vida demasiado pronto. Jaehaera no dejaba de hablar de él, desde Rocadragón a Dorne, en los Jardines del Agua y el Lanza del Sol. Preguntaba por su padre a todas horas y yo no sabía qué decir para que se callara y se quedara tranquila. Solo le decía... que su padre era un héroe, y estaba haciendo lo que hacían los héroes.

—Así será recordado —Aseguró Daenerys —Tanto él, como Jon. Ambos dieron sus vidas para salvarme a mí y al reino, para destruir al Rey de la Noche.

—Le perdí por hacerse el héroe ¿Es eso lo que me quieres decir? Era mi esposo, era... nunca sentí nada como lo que sentí por él, era más que amor y menos al mismo tiempo, era respeto, confianza y... m-muy dentro de él había bondad. —Arianne se llevó la mano al pecho, y los siguientes segundos los dedicó a recomponerse. Daenerys casi sollozó ante la reacción de la princesa —Los huevos están a salvo —Le dijo —Los tengo aquí, los llevé conmigo. Haré que ser Barristan se los lleve, antes de la coronación.

—Gracias.

—Él me lo pidió, casi me lo ordenó en verdad, pero sabía que eran importantes.

En ese instante de las sombras apareció Adso. Daenerys nunca lo había visto tan desaliñado.

—No deberías estar aquí. Lord Tyrion quiere tu cabeza, has matado a su hermana.

—¿También va a pedir las cabezas de los guardias que pisotearon y ensartaron a Jaime Lannister como un pollo ahumado? Me voy en un rato, pero quería despedirme antes. Quería decirle adiós. ­­—Daenerys Targaryen asintió ante su deseo, y el maestre se acercó lentamente al pedestal y se arrodilló frente a él, con la misma ceremonia que ante un monarca —Perdonadme por todo, mi príncipe. Os traicioné tres veces, y me arrepiento de cada una de ellas, pero sé que eso no sirve de nada. Serviros fue un honor, estar a vuestro lado fue un honor, aconsejaros fue un honor. Vos comprendíais la venganza como nadie más en este lado del mar, y allende de las aguas demostrasteis que erais un hombre digno de ser servido. Si estáis con mi esposa y mi hijo decidles que les amo, si estáis con Zenobia y Procoro, decidle que les quiero, y si estáis con Melanthe... que lo estáis, decidle que la echo de menos.

Adso se alzó, secándose las lágrimas de los ojos.

—Lord Tyrion es un hombre reflexivo, Adso. Puedes quedarte, proclamaré un indulto.

—Con vuestro permiso, mi reina, ya he pasado mucho tiempo lejos de casa. Mi familia me necesita.

—¿Y Pantano de la Bruja? ¿Y las tierras de los Nayland?

—Quedáoslas, son unos pantanos bonitos, o dádselas a algún sargento de la Compañía Dorada. La estirpe Nayland acaba conmigo.

—¿Irás a Aguasdulces?

—Puede que de vez en cuando, pero ya he servido mucho a otros. Creo que viajaré, de norte a sur, del Occidente al Casco. Los servicios de un maestre siempre son necesarios entre los más desfavorecidos.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora