Cersei I

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Cersei observaba desde su despacho como el pintor terminaba las últimas pinceladas del mapa de Poniente que había mandado a hacer en todo el patio privado del despacho real. Mientras, una copa de vino acompañaba sus pensamientos. Llevaba casi dos meses como reina, y la idea de que todos se arrodillasen por quien era y no por quien estaba casada le gustaba. Llevando falda se sentía como un verdadero rey en sus pantalones.

Caminó por el patio, observando los distintos lugares donde se ocultaban sus enemigos. Visualizó sus castillos, sus tierras y por dónde podría atacarlos. Imaginó dónde eran más débiles y dónde ella podía atacar primero.

Oyó los pasos de Jaime antes de que llegase, la espada sonaba a cada paso. Le miró. Él le devolvió la mirada, pero no con una sonrisa, sino con una mueca de incomodes y desconformidad. Ya lo habían hablado. Él le reprobaba haber matado a tanta gente en el Septo de Baelor, y ella le reprochaba no haberla protegido cuando un ejército de fanáticos la pasearon desnuda como una puta delante de toda la ciudad.

—¿Traes noticias?

Jaime se acercó.

—Dos mil hombres de las tierras de los ríos, ocho mil de las tierras del Occidente y unos cuatro mil de las Tierras de la Tormenta —Anunció —He convencido a la mayoría de señores tormentereños, pero los hombres de Stannis siguen afincados en Bastión de Tormentas. Los dirige Edrick Tormenta, el bastardo de Robert.

Cersei hizo una señal al pintor para que se retirase de inmediato.

—Otro traidor que destruir. Tenemos enemigos al sur, Olenna, la zorrupia, y sus nietos, junto a las serpientes de Dorne que mataron a nuestra hija. Enemigos al norte, los señores ribereños se han alzado en armas contra nosotros, y más allá el bastardo de Eddard Stark ha sido coronado Rey en el Norte, junto a Sansa, que conspiró para matar a Joffrey. Y al este... los Targaryen navegan a Poniente, con sus ejércitos y sus tres dragones ¿Has pensado cómo detenerlos?

Jaime le dirigió una rígida mirada.

—No podemos —Dictaminó al instante —Ya solo Olenna podría convocar ochenta mil hombres del Dominio. Nosotros, si dejamos el oeste vacío apenas podríamos tomar la mitad de tropas. Y mucho peor equipadas y entrenadas.

—Así que estamos acabados —Musitó Cersei. —Sabes. A veces me pregunto si tú y esa bestezuela de Tyrion escuchaban a padre, pero me acabas de demostrar que no. Yo era la única que durante treinta años se sentó y lo escuchó. Sus interminables discursos sobre la familia, la estrategia y el honor de ser llamado "Lannister". Solo yo. Nuestros hijos están muertos Jaime, todos ¡Muertos! Ellos son huesos y cenizas, pero nosotros seguimos siendo carne y corazón. Somos los últimos Lannister, los últimos que importan, al menos.

—¿Qué quieres decir? —Preguntó Jaime, con los brazos cruzados.

—Que no me rendiré sin luchar ¿La leva en nuestros dominios no es sufriente? En esta ciudad hay cien mil hombres capaces de sostener una pica. Ármalos. Que los herreros no paren de moldear acero y las mujeres y niños de coser jubones, cotas y estandartes. Y ponte algo elegante, por favor. Tenemos visitas.

—¿Quiénes?

Cersei le sonrió.

—Ven y lo verás.

Cersei dejó la copa sobre una mesa y se colocó la corona de Tommen sobre la cabeza. Salió al pasillo y su Guardia Negra la escoltó. Sus capas no eran blancas, sino tan negras como el resto de su armadura, eran caballeros leales y silenciosos que, como su reina, siempre iban vestidos de negro en señal de luto por la deriva a la que iban los Siete Reinos. Ser Robert les encabezaba a todos.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora