La Dama de la Forja

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Ella había oído historias de la Compañía Dorada, eran famosos en todo Essos. Su padre le había contado que, mucho antes de que él naciese, su ciudad natal, Qohor, había contratado a los mercenarios, pero tras finalizar sus servicios se negaron a pagar y la respuesta de los mercenarios fue hacer lo que ni los dotharkis habían conseguido: Saquearon Qohor, protegido por las lanzas de sus legendarios inmaculados. Pero la realidad era mucho más imponente que los cuentos. Había viajado desde Pentos hasta el campamento de la Compañía, en el mar de la Alegría. Zenobia casi no se lo creyó al verlo «es una ciudad —pensó—una ciudad de madera, tela y el sonido de los elefantes». Efectivamente el gigantesco campamento se extendía varias leguas hacia el sur, siguiendo la costa. Todas las carpas, casetas y pabellones eran de tela amarilla, y sobre muchas colgaban estandartes del mismo color rematados con hilos dorados en las puntas y que no ondeaban estandarte ninguno. El oro, esa era la marca de la compañía. Las tiendas estaban bien formadas en hileras, y por cada diez que eran usadas como dormitorios, había dos comedores y cinco armerías. Al final de la ciudad de tela había un campo de tiro con arco y un gran recinto fuertemente vigilado donde había cincuenta elefantes de guerra. La tienda de Harry Strickland estaba en el centro del campamento, era el doble de grande y glamurosa, y en torno a ella estaban las calaveras bruñidas en oro de todos los capitanes precedentes, desde Aceroamargo hasta el monstruoso Maelys Fuegoscuro.

Eran veinte mil hombres bien armados y preparados. Tenía mil cuatrocientos jinetes libres, quinientos caballeros cada uno con tres caballos y un escudero, también con su escudero. El resto eran en su mayoría lanceros e infantes, mientras que los arqueros eran tres mil. Luego tenía escaramuzadores, los únicos que no vestían armaduras doradas, sino camisas blancas y que cargaban solo escudos pequeños, jabalinas y espadas cortas perfectas, según Harry Strickland, para atacar a la caballería cuando sus jinetes habían terminado la carga. Luego estaban los elefantes claro, el mazo de la compañía, con más de doscientos maestros que los manejaban y tranquilizaban. En la bahía había fondeados una docena de barcos de velas doradas pertenecientes a la compañía, otros veinte que Daenon había conseguido con favores y unos cuatro que Illyrio había facilitado como muestra de su lealtad. «Pero el príncipe no se fía de él, por eso no lo trajo con él, cree que en Pentos hará menos daño que aquí.»

Cuando llegaron todos los sargentos que aún no habían jurado lealtad a Daenon lo hicieron. Su padre también estaba allí, junto a ser Bennis y sus soldados, Melanthe, aún embarazada y Viserion, por supuesto. El dragón volaba sobre el campamento, describiendo amplios círculos sobre él al mismo tiempo que se ganaba el asombro de todos los mercenarios del lugar.

Tyrion Lannister, que abandonó muy pronto el campamento para ir a Meereen junto a lord Varys. A Zenobia no le gustaba la política, no la entendía y no quería entenderla. Desde muy joven solo había habido dos cosas importantes en su vida, el yunque y su padre. Eran vagabundos, iban de ciudad en ciudad, hasta que la locura de su padre les obligaba a ir a otra urbe. Con ese modo de vida, la política era lo último que le interesaba.

Su padre y ella tuvieron una tienda alejada del campamento principal, con forja propia y un lugar de trabajo para su progenitor. A Zenobia nada le importaba más que la felicidad de su padre, y creía que trabajar para Daenon le hacía bien. Muchas noches, sin embargo, le decía que no le gustaba hacer el polvodragón para crear armas.

—No quiero quitar vidas, tesoro mío —Le dijo, con los ojos cansados y gachos —No me gusta pensar que muchas personas morirán por esto que yo he creado, tengo miedo de que se me aparezcan por la noche a atormentarme. Pero aquí estoy. Cuando todo acabe quiero construir, no destruir.

Eso decía él, y Zenobia se encargaría de que así fuese.

Mientras daba golpes al martillo se le apareció ser Bennis, con una botella colgada del hombro y la espada en la cintura.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora