Daenon II

411 25 11
                                    

Los qarthienses eran generosos, y a la vez tacaños como nadie que Daenon hubiese conocido en su vida. Con el paso de las semanas de su estancia en Qarth Xaro Xhaon Daxos demostró ser el más amable de los anfitriones. Les regaló a los hermanos ropa de seda y oro, tesoros de ámbar y especias caras. Poco a poco vinieron llegando muchos más que querían ver a los dragones, y todos dejaban algún regalo para sus padres como terciopelo, animales exóticos, oro, incienso, vino, y más. Dany lo fue vendiendo todo para ir sacando algún dinero, pero con lo que tenían apenas podrían subsistir, y no digamos comprar un ejército. Solo se quedaron dos regalos provenientes de la Hermandad de la Turmalina: Dos coronas. La de Dany era una corona labrada con la forma de un dragón tricéfalo, con el cuerpo de oro, las alas de plata y los ojos de Jade, mientras que la de Daenon era un aro de acero oscuro, como la que llevó Aegon el Dragón, con ocho rubíes tallados con la forma del dragón de su familia. Viserys había vendido la corona de la reina Rhaella, Dany no pensaba renunciar a las suyas. Con el tiempo trataron de hacer con el favor de los tres gremios de mercaderes más importantes de Qarth: La Hermandad de la Turmalina, los Trece, grupo al que pertenecía Xaro, y el Antiguo Gremio de los Especieros, todos ellos denominados Sangrepura.

En ese momento Daenon se encontraba en la mansión de uno de los Trece, un advenedizo llamado el Rey de la Especia, pero que de Rey solo tenía el nombre, y había salido de niño de las cloacas y creado su fortuna por encamarse con las personas apropiadas. Realmente se encantaba Granah Qarion, o algo así.

Le estaban haciendo esperar, pero mientras aguardaban los esclavos les trataban de maravilla. Adso miraba por una ventana hacia el exterior, mientras que otro servía una copa de vino a Melanthe. Daenon caminaba de lado a lado, cansado, cansado de los qarthienses y de su maldita opulencia, de su afán por decir que tenían más dinero uno que otro «son simplemente gusanos, que se arrastran a por el primer pedazo de carne podrida» decía él «solo esperan a que Dany y yo seamos ese pedazo de carne, y así devoraros y quedarse con nuestros hijos». Rhaegal rugió sobre su hombro, batiendo las alas doradas, al parecer a él tampoco le gustaba esa ciudad.

Melanthe lo tomó de la mano.

—Siéntate —Dijo. Adso le había estado enseñando la lengua común, y ya la hablaba mucho mejor. Parecía una princesa, su princesa. El vestido rosa dejaba a la vista buena parte de su piel olivácea, y su cabello castaño oscuro le caía en cascada por la espalda. Daenon se arrodilló ante ella, besó sus manos y luego sus carnosos labios. Daba gracias a los dioses por tenerla a ella.

Las puertas de cedro se abrieron.

El Rey de la Especia era un cincuentón, gordo, bajo, que daba traspiés agitando a cada paso una melena gris que se le caía, dejando una calva sobre su cabeza. Sus ojos eran dos orbes azules vidriosos, que en cualquier momento parecía que iban a romper a llorar.

—¡El domador del Fuego, el príncipe de dragones! —Dijo, alzando los brazos. —Qué gran placer volver a veros. Miraos, la última vez que os vi ibais cubierto de arena y sudor, ahora, limpio y adecentado os parecéis a los grandes nobles de la Antigua Valyria... ¡Habéis traído el dragón!

Rhaegal chilló, el maestre movía nerviosamente los dedos, como si no se atreviese a pedir permiso para tocar al dragón.

—Sí, y quiero que hablemos de negocios, señor —Dijo Daenon.

Ambos se sentaron en los cómodos sillones.

—Vos diréis, mi buen príncipe.

—Mi hermana y yo querríamos pediros un barco. De los Trece vos sois uno de los más ricos y nobles comerciantes, de vuestra flamante flota seguro que podríais prestarnos un navío. Todo el mundo conoce vuestros negocios, vuestras velas recorren todos los mares conocidos. Un barco no sería un gran problema para vos, y os ganaríais nuestra amistad.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora