Las fraguas de Rocadragón eran una serie de enormes salas subterráneas, debajo de los cimientos de la propia fortaleza. Salas rectangulares, alargadas y oscuras, donde no entraba la luz del sol, pero sí la de los Siete Infiernos, porque las llamas de las forjas, las fundiciones y el martilleo de los yunques hacían que cualquiera enloqueciese. El humo mataría a todos los presentes de no ser por los extractores con forma de cabeza de dragón, en el techo, que lo consumía como si lo respirase.
Para Daenon aquél lugar era un verdadero suplicio. Había casi dos mil hombres allí, martilleando, cincelando, armando y gritando. Todos ellos hombres de Tarly y los traidores del Dominio. No los había ejecutado, al menos no a todos, ese era un castigo más cruel, y productivo. Todos moviéndose torpemente, siguiendo las órdenes de los capataces y del armero jefe: Procoro. El Príncipe de Rocadragón se acercó a su mejor inventor, con una sonrisa en los labios.
—Hola, Procoro —Saludó —¿Cómo va todo por aquí?
El hombre se limpió el sudor de la frente. Estaba sucio, lleno de hollín, y con varias quemaduras leves en sus delgados y huesudos brazos.
—Avanzamos, mi príncipe ¡Más rápido de lo que creía! —El anciano sonrió, sus ojos brillaban, con un atisbo de emoción infantil. «Y luego dicen que yo estoy loco». —Mirad, hemos ya fundido el bronce y el cobre, ahora debemos darles forma, esperar a que se formen en los moldes y luego reforzarlos con otra ca...
—¿Cuánto tiempo te llevará?
—Seis meses más.
Daenon se echó a reír, porque no se le ocurrió otra forma de tomárselo.
—No pienso estar seis meses más en una guerra, Procoro. Los necesito listos para Euron Greyjoy y Desembarco del Rey.
—Podríamos hacerlos más rápidos si vos renunciaseis al "oso".
—Una familia de oseznos sin su padre no es una familia —Respondió Daenon —Enséñamelo.
—C-como deseéis. Está por aquí.
Lo llevó hacia el final de la sala, donde un enorme armatoste de treinta y nueve palmos estaba a medio construir, con las piezas sueltas, y las paredes de bronce aún doradas, acabadas de hacer.
—Hemos invertido el doble de esfuerzos en este. —Dijo Procoro —Pero no puede tener a los doce pequeños listos en menos de seis meses, mi señor. Si lo hacemos, podríamos correr el peligro de que no aguantasen la dispersión del disparo.
—Agilizad el proceso. Los quiero en dos meses.
—¿D-dos? —El viejo abrió la cara, totalmente contrariado —¡Eso es imposible! Explotarán a la primera de cambio.
—Pues hazlos bien, Procoro.
—Pierdo dos hombres cada semana. Ir más rápido supondría más víctimas.
—Si la mano de obra es un problema, no te preocupes, puedo conseguir muchos más. Te daré seis mil hombres, algunos de los soldados y dothrakis que se han quedado en Rocadragón. Pero que sean dos meses, ni uno más, ni uno menos.
—No sé por qué queréis todo esto —Dijo Procoro, acompañándolo a la salida —¡Tenéis dragones! ¿Quién pensaría en tener esto teniendo dragones? Ningún rey.
—Entonces esos reyes son más estúpidos de lo que yo pensaba. Los dragones son el arma secreta, la última medida en una batalla. Ellos ganan batallas, pero las guerras lo hacen los hombres, y esos inventos tuyos, procurarán que así sea ¡Alegra esa cara! Tus arcabuces mataban hombres, estas cosas, derribarán ciudades.
Le sobó el hombro y subió los escalones que le llevaban fuera de ese infierno.
Desde que Daenerys había partido en contra de los Lannister, el castillo era suyo. Tenía el control de todo, de las tropas, de las gentes en su interior, y de dar órdenes a los vasallos. A Daenon la idea de parlamentar le parecía estúpida, lo peor que podían hacer. Tenían la guerra ganada, pero su hermana se había encaprichado de Jon Nieve, de ese bastardo norteño que hablaba de fantasías de muertos y espectros. En su opinión, deberían conquistar todo lo que quedaba y luego ir al norte con sus ejércitos, y si encontrasen muertos vivientes o norteños cuentistas, les destruirían. Pero claro, Daenon no era el Rey, era solo el hermano de la reina, y él no tomaba las decisiones.
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Canción de hielo y fuego: Hijos de Valyria
FanfictionEscaparon de su casa en mitad de la noche, con lo puesto, durante años huyeron de ciudad en ciudad, escapando de los puñales de quienes les perseguían y malviviendo en callejuelas y de la corta cortesía de los ricos y poderosos. Viserys, el Rey Mend...