La Reina Dragón I

359 22 4
                                    

La imagen del hombre postrado en el suelo de la sala del trono, con los huesos negros tirados frente a él, todavía le atormentaba por las noches. Daenerys Targaryen aún oía los sollozos del hombre —mi niña, mi pequeña niña— repetía sin parar. «Era su pequeña» dijo ella «valía tanto como Rhaego para mí ¿Cómo habría actuado yo en su lugar? No, soy la sangre del dragón, si lloro por todos estoy perdida». Pero sus dragones seguían creciendo cada vez más fuertes y grandes, y con su tamaño aumentaba el peligro que representaban. Viserion se había estado peleando con Drogon, y Rhaegal atacaba casi todos los días los pastos en torno de la ciudad.

Daenerys recorrió la terraza de su pirámide. Sus dragones estaban allí. Rhaegal estaba tirado bajo un peral, mientras que Viserion dormía en la cima de la pirámide. De los tres, el dragón color bronce y crema era el más tranquilo y controlable, pero desde que perdió a su padre su comportamiento se había vuelto errático, rugía a sus hermanos y cada vez obedecía menos a Daenerys. «Hezzea se llamaba. Era una niña pequeña» recordó «era una niña pequeña y mi hijo la ha asesinado» ¿Qué habrían hecho sus hermanos? Viserys diría que esa mocosa no era importante, solo era carne, una simple oveja, y el dragón tenía el derecho de alimentarse de cualquier animal que quisiese. Daenon... ¿Qué haría Daenon? Para Daenerys eso era más difícil de imaginar, su hermano era amable y bueno, pero también había visto que era rápido y cruel en la ira. No le temblaba el pulso así que se estremeció al pensar que su respuesta podría haber sido la de Viserys. «No importa que esté muerto, sigue siendo parte de él.»

Entró en su aposento.

—Missandei —Musitó.

—¿Sí, majestad?

«¿Qué estoy haciendo?» Ni ella podía imaginarlo. Se sentía sola, únicamente tenía a la pequeña niña de Naath y a su sombra blanca, Ser Barristan. Le faltaba Daenon y su oso «Pero lo desterré, desterré a un traidor y me quedé con un mentiroso, por muy leal que sea.» Sí que se sentía sola.

—Ve a ver a Gusano Gris y dile que reuna a treinta de sus soldados más fuertes en las catacumbas de la ciudad. Diles que necesito que traigan cadenas y redes, las más grandes que encuentren en los puertos o en las arenas de combate para amarrar a las fieras. Y date prisa, por favor.

La niña salió corriendo a toda prisa. Volvió a la terraza y acarició el escamoso cuello de Rhaegal, que lanzó un bostezo que olía a azufre y humo. Abrió los ojos de bronce y miró con ellos a su madre. Daenerys se podía ver reflejada en ellos.

Ellos no solo era el problema. Los Hijos de la Arpía mataban a sus otros hijos. Ella era la rompedora de cadenas ¿Qué estaba a punto de hacer? Viserion sintió su preocupación y aleteó las alas con nerviosismo.

—Tranquilo, cariño. Venid, vamos, los dos.

Los bajó ella sola hasta la base de la pirámide, solo con sus palabras. Ellos confiaban en ella porque era su madre, ellos no habían hecho nada. «Pero podrían hacerlo, si vuelvo la vista hacia atrás estoy perdida.»

Al salir de la pirámide los dirigió hacia la entrada de las catacumbas. Gusano Gris estaba allí, cargado con cadenas y con sus inmaculados.

—No les miréis a ellos, miradme a mí —Ordenó Daenerys. Viserion soltó una llamarada y Rhaegal bajó la cabeza y levantó la cola con gesto amenazante —¡Rhaegal! Mírame a mí, Viserion te estoy viendo. Venid aquí mis pequeños, venid.

En ese momento los inmaculados echaron las redes sobre Rhaegal. El dragón comenzó a moverse erráticamente, a dar latizagos con la cola y a defenderse con garras y fuego. Daenerys vio como uno de los inmaculados cayó despedazado y otros dos envueltos en llamas. Los otros arrastraron a Rhaegal al interior. Cuando el fuego bañaba a uno de los soldados ellos no gritaban, no sentían el dolor, sino que ardían quietos como velas, tirando de las cadenas hasta que no las llamas prendían sus vidas.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora