Llevaba varias horas despierta, tal vez todo fuese una pesadilla, tal vez estuviese en su habitación en Pantano de la Bruja, y pronto se levantaría para silenciar con canciones los lloriqueos del pequeño Adso, o a atender los asuntos de sus vasallos campesinos, pero no. No estaba en Pantano de la Bruja, estaba tirada en una cueva, con las paredes grises y enmohecidas, unas gotas de agua caían desde el techo hasta el suelo, chapoteando a cada vez.
Elarissa tenía las manos atadas, lo notaba, pero por más que hiciese fuerza no conseguía soltárselas. Miró a su alrededor. No había ni rastro de Joss, pero Olyvar estaba tirado al otro lado de la estancia, entre un montón de barriles y sacos de tela roída y carcomida. Nadie hacía guardia a la entrada de esa gruta, que parecía ser solo una estancia de otra cueva más grande. Elarissa no sabía que podía hacer para escapar. Las paredes eran de roca sólida, muy húmeda, pero era lisa, sin salientes que pudiese usar para cortar la soga. No había escapatoria «pedirán un rescate —eso era lo que hacían los bandidos, pero no solían atacar a nobles por los caminos que enarbolasen un estandarte, al menos no en las tierras de los Frey— a no ser que sean aquellos bandidos de los que hablan los campesinos». La Hermandad sin Estandartes, los labriegos decían que no eran bandidos normales, que eran liderados por una mujer cruel y sanguinaria llamada... llamada ¿Cómo la llamaban?
—Mi señora... —Dijo Olyvar, moviendo la cabeza, tratando de recuperarse del golpe —¿Os encontráis bien?
—Sí ¿Y tú?
—Solo dolor de cabeza —Dijo el muchacho. Se sentó como pudo, apoyando la espalda en los barriles tras él. «Si el muere no tengo nada, si no escapamos no tengo nada».
—Debemos buscar una forma de escapar antes de que vuelvan los bandidos. No sé dónde está Joss. Debemos salir de aquí.
—Tengo un cuchillo en mi bota —Respondió Olyvar, pero con las manos atadas hacia atrás no puedo cogerlo.
—Arrástrate hasta mí, vamos.
Olyvar obedeció. Fue hacia Elarissa, reptando por el suelo como las serpientes y la mujer extendió los brazos, maniatados tras su espalda, hasta la bota del muchacho. Notó la empuñadura del cuchillo, era de madera. Se esforzó más por cogerlo, estirando los dedos tantos como podía hasta que lo consiguió agarrar. Lo sacó poco a poco, tratando de que no se le cayese, hasta que lo extrajo de la bota y lo sostuvo con firmeza en su mano derecha. Olyvar se colocó a su espalda y extendió la soga que lo ataba tanto como pudo. Elarissa la cortó y luego el muchacho la liberó a ella.
—No ha sido tan difícil como parecía —Reconoció Elarissa.
Olyvar se acercó a la entrada y observó a ambos lados, y luego hizo una señal para que Elarissa lo siguiese. La cueva que se extendía ante ellos era un pasillo tortuoso y poco iluminado, las paredes estaban húmedas, tanto que la mano que usaba para palparla, estaba mojada. «Estamos junto a un río —de pequeña su padre la llevaba a cabalgar por sus tierras y muchas veces acampaban cerca de riachuelos y pequeños lagos, las piedras cercanas, a pesar de estar bajo tierra estaban húmedas. Lo mismo ocurría con las minas de Torre Resplandeciente. Cuando los mineros cavaron tanto que llegaron por debajo del mar, Elarissa se escabullía por esas galerías y hacía un frío más húmedo que una cuba de hielo— entonces no nos hemos alejado del río, seguimos cerca del Forca Verde, o del Forca Azul al menos».
Justo cuando doblaron la esquina un bandido se plantó frente a ellos. El hombre de inmediato sacó su espada, pero Olyvar le golpeó en la nariz, haciéndolo sangrar.
—¡Han escapado, han escapado!
Los dos de inmediato comenzaron a correr, aunque no sabían dónde iban. Elarissa sabía que las cuevas eran un laberinto si no se conocían. Deberían haber seguido palmeando las paredes, cuando menos húmedas estuviesen más cerca del exterior habrían estado, pero no había tiempo para eso. Olyvar la tomó de la mano y los dos corrieron en la primera dirección que vieron. Escuchaban pasos por todos lados, gritos, y el brillo de las antorchas tras cada cruce.
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Canción de hielo y fuego: Hijos de Valyria
FanfictionEscaparon de su casa en mitad de la noche, con lo puesto, durante años huyeron de ciudad en ciudad, escapando de los puñales de quienes les perseguían y malviviendo en callejuelas y de la corta cortesía de los ricos y poderosos. Viserys, el Rey Mend...