La Dama Desconsolada I

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Alas negras, palabras negras. La noticia de la muerte de Raymond hizo que Elarissa se sumiese en la pena más honda. No salía de su alcoba en ningún momento, solo se dedicaba a llorar, hasta que las lágrimas se le secaban, luego dormía y volvía a llorar otra vez. A penas comía, solo consumía alimento cuando era la propia Elena quien se lo llevaba. Comía y luego la abrazaba durante minutos, gimiéndole que no se marchase, que siguiese allí con ella.

El cadáver de Raymond llegó una semana después de la noticia, solo entonces Elarissa salió. Eligió su vestido negro y se cubrió el rostro arrugado por la sal de las lágrimas con un pelo translúcido con rosas y águilas negras bordadas en él.

El cuerpo de Raymond ya olía mal, apestaba a podrido y la herida de la pierna estaba verde y amarilla sobre la piel pálida, igual que la del hombro. Maldijo a las hermanas silenciosas por no haberle tratado la herida, maldijo a los Lannister por arrebatárselo, maldijo a Robb Stark por llevarlo a la batalla y se maldijo así misma por crear la alianza entre los Frey y los Stark. Le metieron en un ataúd hecho a medida para él y lo dejaron hundirse en la ciénaga, como era costumbre.

Sus hombres no habían vuelto, se habían quedado bajo el mando de Ryman Frey, ya que Stevron había muerto. Esa era la única dicha para Elarissa, no se tendría que casar con él, aunque sí con otro Frey, el viejo Walder lo dictaminaría. Se adelantó a él. Mandó a Desmond a los Gemelos con una oferta suya, se casaría solo con el heredero de la casa, Edwyn Frey. Sabía que Walder aceptaría, si ella quisiese le daría como marido hasta a su nieto de trece años, mientras pudiese poseer su aparente fortuna el resto le daba igual.

Pero los cuervos volvieron a traer malas noticias, esta vez del este, del Banco de Hierro. Habían atacado el transporte del tesoro cuando aún no habían salido de la bahía, Aratos Entarion había muerto en el primer ataque, y perdieron dos de las cajas. Los dioses no se quedaron allí, hubo una gran tormenta y dos barcos se hundieron, con dos cajas cada uno. La noticia fue como un balde de agua fría para Elarissa, que casi se desmaya en las escaleras de su torreón. El Banco de Hierro se quedaría un 10% del envío y retendría el 90% de lo rescatado en sus bodegas, serían en total unos quince millones de dragones de oro en total, probablemente la fortuna más grande que los Siete Reinos habían visto en los últimos veinte años junta en un mismo lugar, pero para Elarissa eso no era lo peor, según Beqqo Parco, que había asumido el lugar de Entarion como su banquero personal, no les habían atacado bandidos, iban con cotas de malla y buenos caballos, además de con barcos. Los jinetes y los navíos enarbolaban un blasón: Cangrejos de gules sobre campo de plata. La casa Celtigar.

Los Celtigar controlaban el mar Angosto y su comercio desde hacía trescientos años, y la casa de su padre siempre había despertado su recelo, pero eran demasiado fuertes como para atacarles directamente, y no querían ofender la paz del Rey. Ellos tenían dos de sus cajas. Elarissa trató de imaginar cuánto habría en esas cajas ¿Un millón de dragones? ¿Dos millones? Estaba claro que no los devolverían amistosamente, se los quedarían en su castillo. Lord Celtigar parecía un dragón de los antiguos cuentos, atesorando oro y plata, pero sin gastar una sola moneda, simplemente lo tenía por tenerlo. Elarissa no lo iba a permitir.

Escribió una carta a lord Celtigar. Le ofreció la mano de Mirenna, la pequeña de la familia, y con ella renunciaría a sus derechos sobre Torre Resplandeciente y se los cedería, incluidas sus minas. La casa real nunca le quitó el señorío nominalmente, Robert Baratheon y Jon Arryn nunca le prestaron atención, y Tywin Lannister después de escudriñar todo el lugar tras la masacre lo tachó como una ruina, así que en teoría ella era la señora de esa ruina. A cambio pidió la devolución de las dos cajas de oro.

Lord Celtigar no era idiota y la respuesta llegó cuatro días después. Estaba encantadísimo de obtener los derechos sobre Torre Resplandeciente y sus minas —eso último lo puso en cursiva, el muy bribón— pero no aceptaba devolver las dos cajas. Ofreció una sola y exigió la mano de Elena, sin dote. Ese era su plan desde el principio, casar a su hijo con una Heathfild de sangre que pudiese darle Torre Resplandeciente, por eso atacó su convoy, para obligarla a ella dar el primer paso.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora