Elarissa I

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Los ejércitos de los Stark se arremolinaban en la orilla este del Forca Verde. Había muchos estandartes, como el oso de lady Mormont, el hombre desollado de Fuerte Terror, el tritón de lord Manderly y el sol blanco sobre fondo negro de los Karstark. Le seguían otros: Glover, Hornwood, Cerwyn y una docena de casas de caballería.

La señora de Nayland se llevó la capa a la cara mientras observaba todo aquello desde las almenas de uno de los dos Gemelos. Junto a ella había una docena de ballesteros y unos cuantos arqueros que había traído consigo desde Pantano de la Bruja por orden de lord Frey.

—No hagan nada —Ordenó —Lord Walder querrá hablar con los Stark.

—Sí, mi señora —Respondió un Frey.

Bajó las empinadas escaleras que bajaban de la torre hasta el pasillo bajo. Las paredes estaban mohosas, y los estandartes de las torres gemelas raídos. Lord Walder se preocupaba más de engendrar hijos y nietos y de copular con jóvenes antes que cuidar su propio castillo, pero eso no extrañaba a Elarissa. Los Frey eran la casa más baja de Poniente... bueno, siguiendo a los Nayland, claro está.

Lord Walder estaba cagando en su aposento. Elarissa esperó frente a la puerta, observando las arrugas de la frente del viejo, por el esfuerzo que estaba poniendo en esa gran tarea.

—¡¿Qué hacéis aquí?! —Gritó —¿Es que un hombre ya no puede cagar tranquilo?

—He enviado a Stevron a pactar con los Stark. Traerán a un emisario para negociar condiciones.

—¿Emisario? Ya, no me extraña que el joven lobo no venga a verme personalmente. El finado lord Walder ¡Todos se creen mejores que yo! En fin... vamos a ellos ¿no?

Lord Walder se levantó y una sirvienta le lavó el trasero con un trapo húmedo, y luego le subió los pantalones.

Elarissa le ofreció su brazo y los dos comenzaron a caminar.

—¿Cómo está vuestro esposo?

—Con suerte pronto estaré de fiesta.

Lord Walder se rio a carcajadas, encorvando la espalda.

—Sí. Estaréis feliz de quedar pronto viuda.

—Pletórica —Matizó ella. —Ya llegamos.

Lord Walder se sentó en su trono de cerro. A ambos lados se acumulaba su descendencia, sus bastardos e hijas ilegítemas, hijos, hijas, nietos y nietas. Los Frey no dejaban de reproducirse como ratas. Elarissa se situó a la derecha del trono, mientras que la nueva esposa de Walder, una niña de quince años, estaba a la izquierda, cerca, para que la mano de su prometido se moviese en su trasero.

Las puertas se abrieron y Catelyn Tully entró, con paso firme. Elarissa pensó que no había cambiado desde la última vez que la vio, cuando las dos eran niñas ¿Cómo podía una persona envejecer tanto y cambiar tan poco?

—Mi señor.

—Sí, sí ¿Qué queréis?

—Es un gran placer volver a veros después de tantos años —Dijo Catelyn.

—Oh, ahorráoslo. Vuestro chico es muy orgullo como para comparecer ante mí ¿Qué diablos queréis?

—Padre —Intervino Stevron —Sé más educada. Lady Stark es tu invitada.

—¡Cállate! ¿Quién te ha dado permiso para hablar? No eres lord Frey aún. No hasta que yo muera ¿Te parece que estoy muerto?

—Padre... —Intervino ¿Walder? ¿Waldron? Elarissa no podía recordar, muchos hijos de Frey tenían nombres así de parecidos, tal vez, como eran tantos, de esa forma les parecía más fácil llamarse entre ellos, sin riesgo a equivocarse de nombre.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora