Adso I

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Qarth, Adso había leído sobre aquella ciudad en tratados comerciales de la casa Hightower, había olido muchas de sus especias y acariciado sus sedas en los mercados de Pentos y Vaes Dothrak. Los qarthienses eran personas de piel clara, que vestían extravagantes ropas multicolores, las mujeres llevaban vestidos ostentosos y que dejaban ver un pecho. En comparación, Pentos, Volantis y la mismísima Braavos empequeñecían ante la belleza de la ciudad de los Trece. Cuando atravesaron sus tres murallas todos en la ciudad salieron a recibir a los últimos Targaryen y a sus harapientos seguidores, arrojando pétalos dorados al paso de La Plata y Vermax y con los labios de los niños besando las manos de los hermanos.

Xaro Xhoan Daxos les llevó a su palacio, diez veces más grande que el de Illyrio, con las cúpulas y las torres doradas, lagos de cristal y habitaciones decoradas en ámbar y jade. Adso, criado primero en los pantanos, y luego en la rígida austeridad de la ciudadela no se llevó a engaño, aquello le parecía una tarta que te invitaba a probar un trozo y luego otro, y luego otro, hasta que ya engordases tanto que no pudieses salir de nuevo.

—Mañana habrá un festín del pavo en vuestro honor, mis nobles monarcas de los Siete Reinos —Dijo Xaro —Los Trece y todos los nobles de Qarth vendrán a agasajaros y toda la ciudad se verá ensimismado ante la belleza de la madre de dragones y del Domador de Fuego.

—Si sus altezas quieren un aposento de verdad y no las baratijas de Xaro —Dijo Pyat Pree —Que vengan a la casa de los Eternos y beban de la verdad y el conocimiento.

—Gracias, mis señores —Respondió Daenerys, con respecto y dulzura en su voz —Pero el palacio al que pertenezco es el castillo rojo de Desembarco del Rey. Si vuestros nobles y los grandes Trece quieren ayudarme que me proporcionen barcos y espadas que llevar a Poniente.

En ese momento Daenerys le recordó a Viserys. Él también había hablado en esos términos con infinidad de empoderados. Le escuchaban, le dedicaban palabras amables y luego se reían de él, antes de marcharse y dejarlo con la palabra en la boca. Esos tres estaban jugando a lo mismo con Daenerys, no lo podía asegurar, pero lo sospechaba. Ahora Daenerys tenía lo que los hombres más deseaban en el mundo.

—No debéis confiar en ninguno de ellos —Dijo la mujer de la máscara roja, una vez los hombres se hubieron ido.

—¿De quién?

—De todos —Contestó —Vendrán de todos lados para ver las maravillas renacidas en el mundo, y cuando las vean sentirán deseo. Vuestros dragones, hijos de Valyria, son fuego hecho carne, y el fuego es poder.

Daenon se acercó a los jinetes de sangre de su hermana.

—Que nadie se acerque a esta ala del palacio —Ordenó —Y que los dragones estén siempre vigilando. Dany, algo no huele bien en esta ciudad. Solo hemos visto lo que Pyat Pree quiere que veamos. Nos han tratado mejor que cualquier anfitrión desde que dejamos Braavos, quieren tus dragones.

—Nadie tendrá a nuestros dragones.

—Acuérdate de Mirri Maz Duur —Le recordó su hermano —Ella te sonrió y luego...

—Tienes toda la razón. Rhakaro, ve a indagar sobre esta ciudad y cuéntame lo que averigües. Llévate a hombres y mujeres, para que ellas entren donde los hombres no pueden.

—Lo que tú ordenas, yo lo hago, sangre de mi sangre —Dijo Rhakaro.

—Ser Jorah, vos id a los muelles. Tal vez podáis encontrar a un buen capitán ponientí que nos lleve a casa, o a Volantis.

—Como digáis, mi príncipe. Pero me gustaría quedarme a cuidar de vosotros.

—Eso lo hará Jhogo, ser Jorah —Dijo Daenerys —Sabéis más idiomas que la sangre de mi sangre. Id, por favor.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora