Daenerys III

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Durante los últimos días a Daenerys solo llegaron malas noticias, una detrás de otra, sin descanso. La primera fue que Jaime Lannister había salvado el pellejo y había vuelto a Desembarco del Rey. Los espías de Varys así lo aseguraban. Luego llegó la noticia del saqueo de Antigua y de la toma del Rejo por parte de Euron Greyjoy, lo que significaba que tenía el paso hacia el este libre, libre a Rocadragón. Daenerys debía meditar sobre eso, pero no podía, porque la peor de las desgracias era la muerte del niño de Arianne. Su último suspiro dejó en vela a toda la isla, sobre todo a su padre.

Daenerys caminaba por el jardín de Rocadragón, tomada del brazo con Arianne. Y les acompañaba el maestre Adso, que estaba caminando a su lado, como una sombra protectora. Daenerys agradecía tenerlo cerca, habían pasado juntos muchas cosas y estaba segura de que, durante los últimos años, él había sido uno de los grandes apoyos de su hermano, su bastón en la oscuridad.

—¿Te encuentras mejor? —Le preguntó Daenerys a Arianne. Ambas habían perdido un hijo, ambas habían experimentado el mismo dolor, eso las unía más que cualquier pacto firmado entre la corona y Dorne, más que la amistad que ya mantenían.

—Me voy recuperando. —Respondió Arianne, aunque su tono era monótono, alejado de cualquier vestigio de su pasada alegría.

«Pero se recuperará —sabía Daenerys— se recuperará porque es fuerte, una mujer muy fuerte. Ha sobrevivido a muchas cosas, puede sobrevivir a esta también.»

—Los paseos os vendrán bien, princesa —Le dijo Adso, con una sonrisa gentil.

—¿Y el niño? ¿Y Matarys?

—No debes preocuparte, querida —Le dijo la reina —Está durmiendo como un bendito en su aposento, estará bien.

—Voy a verle, no debe estar solo.

Arianne dio media vuelta y se alejó, dejando tras de sí la estela de su hermoso vestido violeta.

—Está muy afectada.

—Claramente, mi reina —Respondió Adso —Le he preparado una poción somnífera, para que descanse esta noche.

Siguieron con el paseo.

—Tendréis suerte si se la bebe.

Ado ladeó la cabeza, con cierto desdén.

—Necesitaré toda una tropa de inmaculados ¿Habéis visto a lady Arya?

Daenerys arrugó el entrecejo. Esa muchacha le causaba gran curiosidad. Era la hermana de Jon, él la abrazó con gran fuerza desde el primero momento en que la vio. No la veía desde que abandonó Invernalia, hace años, y ahora había reaparecido, convertida, según sus palabras, en una asesina cualificada.

—¿Cómo te encontraste con ella?

—Cuando venía de Pantano de la Bruja me detuve en una posada, al parecer ella también se hospedaba allí. Partí y cuando me detuve me la crucé por el camino a Valle Oscuro. —El tono del maestre era suave, seguro. Pero por eso mismo Daenerys supo que no le contaba toda la verdad. En su estadía en Meereen había aprendido a notar cuando alguien ocultaba parte de la verdad, porque cuando hablaban, por mucho que disimulasen, se vislumbraba en sus palabras un tono mecánico, pensado de antemano.

—¿Qué me ocultas, Adso?

—N-nada, majestad.

—No me mientas, porque no te servirá de nada. Mientes bien, pero no lo suficiente.

—Majestad... yo... en la posada escuché de la batalla que librasteis en contra de los Lannister y quise ir a verlo. Quedé horrorizado. Al parecer Arya tuvo la misma curiosidad y nos encontramos allí. Se podría decir que... lo que allí encontramos nos hizo ver las cosas desde otra perspectiva.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora