La Dama Desconsolada II

236 16 2
                                    

La boda se llevó a cabo al día siguiente, como Walder Frey ordenó. Un septón, una mesa de banquetes y treinta Frey mirando la ceremonia. La pobre Mirenna estaba allí, al lado de lord Frey, que sonreía como si estuviese feliz. Walder el Negro no se había alistado mucho para la ceremonia, llevaba un traje blanco que olía mal, con tonos amarillos por algunos lados, mientras que a Elarissa el prestaron el traje de bodas de lady Frey que, a pesar de la diferencia de edad, le quedaba más o menos bien, aunque le corsé le apretaba demasiado. Realizaron los botos y se casaron.

La celebración apenas contó con tres músicos y unos doce platos, lord Walder no había escatimado ni una moneda de cobre, claro ¿Por qué malgastar si acababa de ganar toda una fortuna?

Elarissa compartió algunas palabras con Walda Frey, la esposa de Roose Bolton, que era tan tonta como aburrida, pero la señora de Nayland sintió pena por ella, la pobre era dulce, buena, no sabía en qué se había metido cuando se casó con Bolton. No importa donde fuese durante el banquete, los ojos azules y gélidos del señor de Fuerte Terror le seguían allá donde iba, como si la estuviese vigilando y dijese con la mirada: "Estoy aquí, traicióname y usaré tu piel como abrigo". La historia de los reyes rojos había sido una vez el cuento de terror favorito de Raymond, pero Elarissa nunca tuvo miedo a un Bolton. Todos los hombres morían, todas las mujeres morían, si debía doler dolería, pero al final la muerte llegaba.

Dos horas después de los votos, llegó la consumación del matrimonio. Walder la llevó a la alcoba y la desnudó. Acostarse con él fue peor que con lord Nayland. Los dos olían mal, los dos le sonreían con sus dientes amarillos, pero su esposo lo hacía con parsimonia, con lentitud y a veces con cariño, Walder el Negro simplemente la puso boca abajo mientras la embestía con furia. Elarissa mordió la almohada para evitar producir muestra alguna de queja. Pensó en sus hijas, en Mirenna, probablemente sollozando en el salón, en Elena, roja y enfadada con ella. Luego se imaginó a la dulce Isobelle con el bebé en brazos, a Adso al otro lado del mar y a Raymond, sonriéndole como siempre. Acabó a las pocas embestidas y ella apenas lo notó, pero la montó tres veces más esa noche y por la mañana las piernas le dolieron y se sintió sucia.

—Iré con el Rey Robb —Dijo, mientras ella se bañaba con la ayuda de una sirvienta —Volveré en cuanto pueda a Nayland. Quiero que mi castillo esté presentable ¿entendido?

—Si lo deseáis, esposo. —Respondió ella, de forma monótona.

—Y háblame como si no fueras un puto cadáver. Si me sonríes y te portas bien, te trato bien, si eres te portas pienso domarte como a los potros. A fustaso limpio ¡Y prohíbo que vistas esa mierda! Estás casada, no viuda. Desde que vuelvas a casa cámbiate.

—Sí, señor.

—Bien, adiós esposa. Nos vemos.

Salió de la alcoba y se encontró a Mirenna recostada en el pasillo, con los ojos rojos y la mirada perdida.

—Mi dulce niña —Elarissa se arrodilló a su lado y la abrazó con todas sus fuerzas —Tranquila, shh, tranquila.

—Te hizo daño. Lo oí, mamá.

—Tranquila, tesoro. Mamá está bien ¿ves estoy aquí? Ahora nos vamos a ir y volveremos a casa ¿vale? Y le diré a una cocinera que te prepare bollos dulces. Vamos al salón, a ver si podemos encontrar algo más que comer.

—¿Mamá... seguro que estás bien?

—Perfectamente, querida. Vamos, ven.

Lord Walder estaba comiendo allí, con su esposa al lado y varios de sus familiares ocupando las mesas bajas, frente a la tribuna del señor. Elarissa sentó a Mirenna frente a Perha Frey, una dulce niña de seis años, y fue junto a Walder.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora