Adso III

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En medio de la noche el palacio del Señor del Mar brillaba con un millar de antorchas que emitían una luz roja y naranja en cada esquina. El gran puente que llevaba al palacio estaba abarrotado de gente y de guardias con lanzas multicolores que flanqueaban el paso. En sí, la residencia del señor de Braavos constaba del gran edificio principal, rectangular, con muchas ventanas y cúpulas, y de palacios secundarios sobre pequeños islotes en medio de la laguna, a los que se accedían por puentes entre torres.

En el gran salón de baile era una larga galería, las paredes eran de mármol rosa y blanco, y el suelo de madera noble. Había muchas ventanas y espejos, más que en ningún otro palacio que Adso hubiese visto jamás., y el techo era abovedado, con frescos coloridos pintados entre relieves de bronces dorados. Daenon observaba todo aquello con una media sonrisa, claramente complacido e impresionado por la riqueza de aquél lugar. Todos los presentes vestían sus mejores ropajes, de todos los colores imaginables, y cargados de joyas. Al fondo una banda tocaba la lira, la fídula, la trompeta, la flauta y el laúd. Entonaban una balada tranquila y rítmica, una oriunda de Braavos y que nunca había escuchado en los Siete Reinos.

Daenon vestía con la misma ropa que había llevado al Banco de Hierro y se había puesto la corona de hierro y rubíes que le habían regalado los Sangrepura de Qarth y de su cinturón colgaba la espada curva que había obtenido de Illyrio Mopatis hace más de un año. Tenía el pelo corto, apenas le llegaba a la mitad del cuello, y el rumor de una barba plateada surgía de su barbilla, justo debajo de la cicatriz, roja y blanca. Adso vestía un jubón gris con un largo abrigo negro unido por un cordón dorado con un zafiro como broche, cortesía de Lohgar Rodemir, que se estaba emborrachando en la mesa de banquetes.

—Pensaba que el Señor del Mar se moría —Dijo Daenon, apoyando la mano izquierda en la espada.

—Y así es, pero al parecer sigue montando fiestas caras. Lo extraño es que esta haya sido celebrada en vuestro honor. Me pregunto qué querrá el Señor del Mar.

La orquesta dejó de sonar y cuatro trompetas rugieron melódicamente. Unas puertas al fondo de la galería se abrieron. Era difícil ver, con tantas personas allí, pero Adso vislumbró a un hombre sentado en una silla de madera con ruedas, y a su lado, otro hombre, con una espada braavosi en el cinturón.

—¡El Señor del Mar! —Dijo el heraldo, alzando la voz de forma clara. Los presentes inclinaron respetuosamente la cabeza.

—Gracias por venir a mi fiesta, queridos amigos —Dijo el gobernante. Su voz era baja, débil y era como un gutural ronquido —Esta noche nos reunimos para celebrar la llegada de un amigo de Braavos a nuestra hermosa ciudad. Os ruego que alcéis las copas por Daenon de la casa Targaryen.

La gente comenzó a cuchichear y a mirar hacia los lados. Cuando por fin vieron a Daenon y Adso, entre la multitud, abrieron un pasillo hasta el Señor del Mar. Daenon suspiró y abrió la marcha, Adso le siguió, unos pasos más atrás pues él no era su igual, sino su consejero y amigo. Él era su amigo.

Daenon inclinó la cabeza cuando estuvo ante el señor. Adso le miró detenidamente entonces. Era gordo, extremadamente obeso, las carnes de su cabeza le caían como bolsas hasta cubrir por completo el cuello y unas marcadas ojeras colgaban a los lados de su pequeña nariz, bajo los ojos azules medio borrosos, como si el anciano estuviese perdiendo los últimos resquicios de visión que aún le quedaban. A penas tenía pelo sobre la cabeza, solo una melena a los lados que le caía hacia atrás, pero unos mechones de cabello grises le bailaban sobre la frente arrugada y llena de manchas marrones. Vestía un traje azul oscuro con vetas claras y ribeteado en hilo dorado y plateado, con caballos de mar cosidos. Un gato de lustroso pelaje negro dormitaba entre sus manos.

—Es un verdadero honor que me hayáis invitado a vuestro hogar, señor, y que hayáis dedicado esta fiesta a mi persona.

—Disfrutad. Vuestra hermana está haciendo una gran obra en la Bahía de los Esclavos ¡Aj! Esclavos, es una enfermedad que debería terminar en el mundo. Ella está ocupándose de ellos y os recibimos con agrado entre nos. Sed bienvenido.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora