Daenon IV

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Desembarco del Rey estaba en silencio, un sepulcral silencio, frío como el invierno, como las nevadas que en ese momento azotaban la capital, silentes pero incansables. «La nieve es cosa de los norteños —se dijo —los dragones somos seres del fuego y la sangre, la nieve no es para nosotros, si Viserion, o si quedase algo de él, era el centro de esta tormenta, debe estar pasándolo como un doble infierno». Daenon apretó los puños. Lo vengaría.

Se dirigió hacia la sala del Consejo, donde ya estaban la gran mayoría de todos los presentes. Todos menos uno. Ojo de Cuervo no estaba por ninguna parte. Cersei hablaba con el Matarreyes, mientras que Daenerys lo hacía con Tyrion, que parecía no estar dispuesto a hablar más de lo necesario con sus hermanos.

—Los últimos ciudadanos han abandonado la capital —Dijo Daenon —Los caminantes están cerca, mínimo a dos días de marcha.

—Hemos recibido cuervos de Astas —Jaime señaló al castillo en el mapa sobre la mesa, un poco más arriba de Desembarco del Rey —Han arrasado el castillo. Lord Buckwell escapó, dejando atrás al menos a doscientos campesinos y otros tantos infantes, que no pudieron escapar a tiempo. Al parecer se dirige al dominio, con toda la rapidez que le permiten las patas de su montura.

—Será castigado en su momento —Comentó Cersei, para luego mirar a Daenerys —Espero que este plan se desarrolle según habéis estimado, porque va a arrasar mi capital.

—Habrá tiempo de reconstruirla —Daenerys se cruzó de brazos —Los edificios no son imprescindibles, pero el fuego valyrio que hay depositado debajo, sí.

—Podremos detener a los caminantes muchísimo tiempo, tal vez incluso derrotarlos —Ser Davos soltó una risita nerviosa, sin convencerse de dichas palabras —Al menos si se les quema no pueden volver.

—No, así es —Daenon miró a la zorra de oro —Deberíais iros.

—¿Y dejar mi capital?

—¿Por qué no?

—Porque no me fío de vosotros, y ese trono de ahí fuera sigue siendo mío. Por mucho que corra, Poniente caerá, no me importa si caigo aquí.

—Con tal de que vuestra sangre quede en el trono, antes de que volváis a abrir los ojos. Creo que la palidez y el azul os sentarán bien.

—Lo mismo digo, príncipe dragón —Cersei se marchó, seguida de su hermano mellizo.

—Está de buen humor —Comentó Tyrion.

—Pues gracias a los antiguos dioses —Sansa se acercó.

—Lady Sansa, sería mi conformidad que abandonaseis la ciudad. La guerra es inminente, y vuestra muerte sería una auténtica desgracia.

—No —Dictaminó la hija de Ned Stark, con tono firme —Abandoné a mis hombres en Invernalia, no lo haré esta vez. Pienso quedarme en la Fortaleza Roja. Cersei tiene razón al decir que si perdemos la retirada ya sería inútil. Prefiero morir peleando.

—En ese caso, es un placer luchar junto a vos —Daenerys alzó la mano. La pelirroja la observó, y luego a Daenon y Jon. El apretó fue silencioso, pero cargado de emoción.

—Esto se acaba —Musitó Jon.

Tubī daor. —Respondió Daenon, en tono similar, para luego marcharse a paso largo.

En los pasillos oscuros y grises, unos ojos pálidos le devolvieron la mirada, camino de sus aposentos. Él se detuvo, observándolo detenidamente. Euron avanzó dos pasos, hasta estar frente al muchacho, engalanado con la sonrisa más oscura que el Targaryen había visto.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora