Daenon II

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Tras volver a Pentos el príncipe esperaba que la Compañía Dorada llegase. Al parecer el mensajero de Illyrio no había vuelto, pero el magíster estaba seguro de que lo haría pronto. Se pasaba los días viendo la instrucción de sus arcabuceros, que cada día crecían en número hasta tal punto que la pobre Zenobia había tenido que contratar a cien herreros que le ayudasen a hacer las armas y a unas cuarenta curtidoras para hacer los chalecos, remendar las camisas y coser los estandartes. «Cuantos más sean, más trabajarán —pensó, mientras jugaba con un trozo de hilo, enredándolo y desenredándolo de su dedo— pero más llamaré la atención de los perros del Usurpador, o de los que quedan más bien». Sonrió al recordar la noticia de cómo Joffrey Baratheon, que usaba su culo para calentarle el trono a su hermana, ahora estaba muerto, envenenado en su propia boda. «Quedan su madre, su hijo, su hija y sobretodo el Viejo León y su vástago de blanco. Gritarán cuando vuelva a casa».

Se alejó de la ventana y se acostó en el lecho, junto a Melanthe, que dormía plácidamente, con su hermoso vientre hinchado. Daenon lo acarició «mi hijo, es mi hijo».

Adso entró, tocando suavemente la puerta con los nudillos.

—Daenon, el magíster quiere que vayas a verlo de inmediato.

—De acuerdo —Besó la frente a Melanthe, que frunció en cejo y apretó los ojos.

Salió de la habitación, seguido de su maestre.

—¿Puedo acompañaros? —Preguntó Adso cuando llegaron a los establos.

—Por supuesto —Le respondió Daenon —Pero pon a dos hombres frente a la puerta de Melanthe, y dile a Bennis que esté alerta.

Adso se marchó corriendo y Daenon ensilló a Vermax mientras suspiraba. Se estaba aburriendo de estar allí, Pentos le agotaba, sentía que desperdiciaba el tiempo allí. «Tal vez deba irme cuando acabe mis asuntos —pensó— Daenerys puede que necesite ayuda en Meereen, y vería a los dragones de nuevo». La idea no se le antojaba para nada descabellada. Había pactado con magísteres y capitanes para usar sus barcos para transportar a su ejército, a cambio de oro y favores cuando conquistase los Siete Reinos, podía navegar a la Bahía de los Esclavos y partir a Poniente junto a Daenerys «¿Por qué esperar por ella si yo puedo acudir a su lado? Se llevará una agradable sorpresa».

Partió al palacio de Illyrio junto a Adso. Las calles de Pentos estaban atestadas de gente, como siempre.

—¿Qué cree que piensa deciros?

—No lo sé —Respondió Daenon. Desde que volvieron de Braavos, hará una semana, Illyrio había estado algo esquivo y silencioso, solo se habían reunido una vez en la villa, cosa que nunca hacían, y el magíster no se quedó mucho, simplemente preguntó por la misión a Braavos y cuando supo que tenían el dinero se marchó sin mediar palabra. —Está muy misterioso últimamente —Reconoció. Está tramando algo.

—No me cabe duda. Tengo el estilete untado en veneno, si te interesa.

Daenon rio y poco después llegaron a la mansión. Un esclavo los llevó hasta las terrazas que daban al mar, y allí Illyrio estaba hablando con un hombre gordo, más o menos de su misma altura. Era calvo, con aspecto afeminado. Vestía un traje de seda púrpura y cuando Daenon se acercó lo suficiente comprobó que el hombre apestaba a perfume e incienso, como los eunucos de los dothakis, que siempre que pasaban a su lado, despedían un fuerte olor a sustancias aromáticas.

—Ah, Daenon —Saludó Illyrio —Bienvenido. Adso... que placer verte.

—Ojalá pudiera decir lo mismo —Respondió el maestre, con una amplia sonrisa —¿Quién es este hombre?

—Deberías conocerlo, bastante, además. Fue el hombre que te iba a conseguir ese queridísimo permiso para volver a Poniente.

—Varys la Araña.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora