Viserion rugía sin parar, gritos lastimeros que acuchillaban la noche, en medio de la tempestad. Daenon no gritaba. No. Él intentaba hacer que su dragón mantuviese el vuelo, que alzase las alas congeladas y remontara. La sangre le salpicaba en su cara, quemándole; alrededor de los ojos, sobre su vieja herida en la mejilla, incluso haciendo que el vello de su barba ardiese. El suelo se acercaba, estaba cerca, muy cerca y entonces, el estruendo lo dejó dormido.
Los ojos se le fueron abriendo perezosamente, le dolía todo el cuerpo y notaba como fríos copos de nieve caían sobre su rostro, como las caricias de un amante. Intentó incorporarse, pero no podía así que movió las manos torpemente, intentando encontrar algo que tocar. Acarició el pelaje suave recubierto de escarcha de un animal, y entonces le bufido de un caballo llegó a sus oídos.
—V-viserion —Murmuró, débilmente, tanto como el primer chillido de sus hijos cuando nacieron entre fuego y la sal de las llamas de Daenerys. El pecho le dolía, era una sensación indescriptible, pero se asemejaba a tener unas brazas candentes sobre el corazón, hundiéndose lentamente en lo profundo, cada vez más y más. Ardía, pero se sentía frío, solo, abandonado—Mi dragón. Visss....
Una mano tocó la suya. La piel era vieja, y sentía los huesos debajo de ella. Le aportó un poco de calor, similar el fuego del hogar.
—Silencio, padre de dragones. La noche es traicionera, y el viento siempre miente. Vamos, descansaremos en un momento.
La voz era ajada y a Daenon le resultaba familiar.
Tras un tiempo, lo desmontaron del caballo y lo arrastraron por la nieve, sentía el frío húmedo que dejaba en sus ropas, y luego una llama cercana le permitió restablecerse levemente. Abrió los ojos. Le habían liberado de su armadura, estaba con el jubón de cuero y la capa, solo Fuegoscuro conservaba, en su vaina. Estaba en un abrigo rocoso, una enorme ventisca azotaba el exterior. La hoguera estaba a medio metro de él, y una figura encapuchada ataba al caballo a un saliente de roca.
Viserion. Su hijo, su dragón. Lo quería, lo necesitaba. El pecho le siguió doliendo, e, impidiendo profesar un gemido de dolor, se llevó la mano al pecho y comenzó a llorar. «No está —susurró su interior— no está, está muerto».
—Está muerto —Coincidió la mujercita al tiempo que añadía otro tocón al fuego y apresuraba un largo trago de una petaca. —Cayó del cielo, lejos de las murallas de Invernalia. Allí os encontré, y a él.
—La batalla...
—Perdida —Aclaró la mujer ¿De qué le sonaba? —Algunos han logrado sobrevivir, los soldados de vuestra hermana les dieron esa oportunidad. Aguantaron en el patio del castillo mientras los demás escapaban por una poterna y pasadizos ocultos. Los dothrakis, fieros como ellos solos, también se han diseminado ¿Queréis saber más? Mucho de ellos escaparon, pero decenas de miles más perecieron. La Muerte se los ha llevado.
—Sois la sirvienta de Invernalia.
La mujer no respondió inmediatamente, sino que asintió mientras miraba con rostro ausente las llamas.
—No es la primera vez. Hace miles de años hubo una noche que duró toda una generación. Los nobles perecían en sus lechos y los campesinos en sus chozas. Un guerrero martilleó durante treinta días y treinta noches una espada, luego durante cincuenta días y cincuenta noches, y tras templarla con la sangre de un león, se quebró. Luego la templó cien días y cien noches y, dirigiéndose a su esposa, Nissa Nissa, susurrándole palabras de amor, hundió la espada en su pecho y la hoja se prendió. —La mujer alzó la mirada hacia Daenon, observándolo con rostro ausente —Llegará un día, tras un largo verano, un día en que las estrellas sangrarán y el aliento gélido de la oscuridad descenderá sobre el mundo. En esa hora espantosa, un guerrero sacará del fuego una espada llameante. Y esa espada será Portadora de Luz, la Espada Roja de los Héroes, y el que la esgrima será Azor Ahai renacido, y la oscuridad huirá a su paso. —Soltó una risita —He sido una necia. En cien culturas Azor Ahai existe, con nombres distintos, pero siempre prevalece la única máxima importante: La luz contra la oscuridad, la vida contra la muerte. Intenté encontrarlo, intenté guiarlo, pero me equivoqué... puede que dos veces. Está claro que las cosas nunca suceden del mismo modo.
Daenon apretó los labios.
—Héroes y profecías. Mi dragón está muerto, mi hermana, desaparecida. Que les den a los héroes y las profecías.
La mujer se levantó, rodeó la fogata y se acuclilló frente a Daenon con gran esfuerzo. Tocó su rostro, pasando el dedo pulgar sobre su herida.
—Pequeños hombres maldicen lo que no pueden entender, pero vos no sois pequeño ¿Sabéis? Vuestra madre os amaba, Daenon de la casa Targaryen. Más que a nada, más que a su vida. Vuestra hermana os ama, más que a su vida. Melanthe os amaba, más que a su vida. Y Arianne de la casa Martell os ama, más de lo que ninguno sabrá jamás. Vos sois fuego hecho carne, con o sin dragones, el verdadero dragón está aquí dentro, en este corazón. Como el fuego, os habéis levantado innumerables veces, debéis hacerlo.
—U-una vez me dijeron una profecía. Sería traicionado tres veces, ganaría tres batallas y sería despedazado otras tres veces.
—¿Se ha cumplido?
—No todas. He sido traicionado dos veces, he ganado dos batallas y me han despedazado dos veces, el lobo que ha alejado a mi hermana de mí... y el Rey de la Noche, que me ha quitado a... a...
—Entonces, domador del fuego, vuestro viaje no ha acabado aún. —Comentó, de modo cortante —Aún hay cosas que debes hacer. —Un chillido resonó en la lejanía. —Ellos están cerca, levantaos. Eso es, vamos, vamos. Subid al caballo —La mujer colocó sus pies sobre los estribos y la rienda entre sus dedos —No paréis, seguid al sur, siempre al sur, y encontraréis a vuestra hermana, siempre al sur y encontraréis vuestro destino. Recordad la profecía, recordad que vuestro viaje no ha acabado y recordad que nunca nada es igual dos veces ¿Skoros morghot vestri?
—Tubī daor —Respondió Daenon. La mujer abofeteó la grupa del caballo, y Daenon sintió cómo el viento azotaba su cara a media que se alejaba.
Miró hacia atrás.
La anciana se desprendió de sus ropajes, quedando desnuda ante la nieve. Los miembros se estiraron, la figura creció y se ennobleció, la piel se tersó y una enorme cascada de cabello escarlata sustituyó a los pelos canosos.
— Zyhys Onoso jehikagon Aeksiot epi, se gis hen syndrorro jemagon. Hen syndrorro, oños. Hen ñuqir, perzys. Hen morghot, glaeson ¡¡Bantis zōbrie issa se ossȳngnoti lēdys!!
Manos oscuras salieron de la oscuridad y se arremolinaron en torno a la mujer. Su piel brilló, como oro rojo, y las llamas brotaron de su cuerpo como enromes lenguas y látigos. La nieve a su alrededor se fundió, la floresta se consumió, pero el fuego crecía y crecía, crecía sin parar. Crecía y crecía.
Daenon no miró atrás, a su velocidad y distancia aún podía notar el calor de las llamas. Eran tan cálida...
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Canción de hielo y fuego: Hijos de Valyria
FanfictionEscaparon de su casa en mitad de la noche, con lo puesto, durante años huyeron de ciudad en ciudad, escapando de los puñales de quienes les perseguían y malviviendo en callejuelas y de la corta cortesía de los ricos y poderosos. Viserys, el Rey Mend...