Adso II

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Vaes Dothrak era la única ciudad del pueblo dothraki, la única que necesitaban. Su lugar sagrado. Allí el Dosh Khaleen esperaba, ancianas y achacosas la venida de todos los khals del mundo, bajo la mirada de la Madre de las Montañas.

Adso caminaba por el Mercado Occidental, una gran aglomeración de puestos de comida, especias, telas y esclavos hecho de madera, paja y tabernas y prostíbulos pequeños, oscuros y de ladrillo cocido. El maestro iba observando con cierto aburrimiento los distintos alimentos que había repartidos por los puestos, ya había enviado las cartas, una a su madre y otra a Illyrio Mopatis, por lo que el trabajo que le quedaba era seguir enseñando al niño valyrio.

Se dirigió a la mansión de Drogo, aunque, en su opinión, llamar mansión a aquello era una muestra de pura cortesía. Era una sala de banquetes hecha de madera, con tejado de paja y con un buen mobiliario, eso sí. Alfombras de terciopelo de Tyrosh, cortinas de sedas multicolores de Myr y los manjares más deliciosos al oeste de Qarth.

Algunos hombres del Khas de la princesa estaban allí, afilando sus arakhs frente a la cortina que separaba el aposento de la princesa del resto del salón. La protegían con celo, y no era para menos. Un khalakka cabalgaba en el vientre de la joven Daenerys, un hijo de Drogo. Adso recordó como el día anterior la joven de cabellos plateados devoró el corazón humeante y caliente de un caballo recién muerto. Las ancianas del Dosh Khaleen llamaron a la criatura el Semental que cabalgará el mundo, Daenerys lo llamó Rhaego, Viserys lo llamó bastardo y falso dragón, y, por último, el joven bastardo Mares, lo llamó por lo que era, "bebé". De hecho, esa tarde habría una gran celebración en honor del joven khalakka.

—¿Y mi señor? —Preguntó a uno de los jinetes.

—El hermano de la Khaleesi, él andar.

—¿A dónde fue?

—Observar caballos.

Los otros dothrakis rieron con desdén. Adso, de haber sido grande y musculoso, y no pequeño y escuálido, les habría espetado que ellos también caminaban antes de subirse a un caballo. Desgraciadamente la naturaleza era la que era, así que cerró a la boca y se marchó en busca de Daenon.

Visitó tres de los prados que había dentro de Vaes Dothrak, hasta que finalmente, yendo a otro, le vio por la calle. Vestía una blusa blanca un chaleco sin mangas gris.

Adso fue hacia él pero el muchacho se dio la vuelta y dirigió la vista hacia un callejón. El antiguo maestre siguió su mirada y vio entonces a Viserys Targaryen, tirando en el lodo y con una botella de vino en la mano y otras tantas alrededor de él. Roncaba como un puerco y, a juzgar por el color pardo de su jubón, había vomitado.

—Se va a matar bebiendo.

—Alteza... volvamos y llamaré a algunos de los jinetes de vuestra hermana para que lo recojan.

—Se pasará con resaca todo el día y seguro que causará problemas. Déjalo ahí, tal como está.

Daenon se dio la vuelta y comenzó a ir por el camino por el que Adso había llegado.

—¿Me buscabas?

El ponientí asintió.

—Sabéis que no deberíais salir solo por estas calles. Son anárquicas.

—Todo entre los dothrakis es anárquico. Ya me he acostumbrado a ello.

El maestro sonrió.

—A pesar de todo deberíais prepararos para la fiesta que organiza Khal Drogo por su hijo.

—Por mi sobrino.

—Sí.

—¿Sabéis una cosa? Recuerdo cosas de Desembarco del Rey, pocas, pero los recuerdos. La reina Rhaella, a pesar de ser yo un bastardo, me trataba siempre con ternura... ojalá Rhaego tenga esa suerte. Recuerdo a la reina más que a mi propia madre.

Canción de hielo y fuego: Hijos de ValyriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora