El calor de Rocadragón no era para nada como el de Dorne, pero aun así era cómodo. Cada día ella andaba por los exuberantes jardines junto a la reina Daenerys, su dama Missandei y de Elena Celtigar, la hermana del Maestre Adso. Las tardes eran conversaciones agradables y amenas, aunque Arianne echaba de menos la corte dorniense y el comportamiento ardiente de sus compatriotas. Luego estaba la pequeña princesa Jaehaera. Tenía solo un año, pero era adorable, con las mejillas sonrojadas y los rasgos atractivos de Daenon. Arianne trató de cogerle cariño, pero lo suyo no eran exactamente los niños. Si lloraba no sabía cómo calmarla, y ni se atrevía a tocar el pañal, pero la princesa siempre tenía a aquella mujer de rasgos fuertes junto a ella, Zenobia la Herrera, como un espíritu guardián que la custodiaba día y noche.
Ese día Arianne se despertó con la brisa marina acariciando su hombro desnudo. Abrió los ojos y estiró las extremidades, para salir a su balcón. El castillo era hermoso, pero al mismo tiempo transmitía una sensación de inquietud pues todo él estaba formado por dragones de piedra y monstruos mitológicos, negros y oscuros. El propio balcón de Arianne era las fauces abiertas de un dragón, y la barandilla sus dientes afilados. Se llevó la mano a la barriga, más hinchada cada vez y sonrió «más vale que a ti te guste, renacuajo, porque esto será tuyo algún día».
Desde allí la princesa observó con un suspiro el ir y venir en la vida de los isleños. En los acantilados, los dothrakis habían montado su campamento, y en las praderas bajo Montedragón pastaban miles de caballos, mientras que en la playa la pequeña aldea emitía un lejano ruido de gentío, golpes de yunque y el sonido de los barcos que atracaban por reparaciones. Pero entonces Arianne se fijó como en el horizonte surgían tres barcos, uno lucía una vela verde con un tritón blanco, otra un lobo blanco cenizo sobre campo de plata, y la tercera el mismo lobo solo que con los colores cambiados. «El Rey bastardo del Norte —pensó Arianne, con una sonrisa— Esto promete ser interesante.»
Una sirvienta entró y la ayudó a vestirse. La reina Daenerys había mandado a los sastres hacer un vestido nuevo para Arianne. Era ligero como los que ella acostumbraba a llevar, pero la seda era negra y los hombros tenían forma de escamas rojizas, como si Su Majestad quisiese marcarla como parte de su familia, como de su propiedad. Si ella no le cayese bien, Arianne le tiraría su trapito a la cara, aunque puede que lo hiciese igualmente, la reina era bella ¡Más bella que Arianne! Y eso le hacía ponerse celosa.
Se reunió con la corte en la sala del trono. Frente a cada chimenea había un dothraki, armado con una lanza o con su afilado y negro arakh. Sobre los escalones que llevaban al trono estaba la reina, vestida ese día con un hermoso vestido azul sin mangas, con una piel de leopardo sobre los hombros. Sus doncellas dothrakis y Elena estaban a un lado, y frente al trono Bennis de Colina Hueca, Loras Tyrell, Barristan Selmy y Jorah Mormont, los cuatro con sus lívidas capas y armaduras, montando guardia. Daenerys se levantó y le dio dos besos en las mejillas a Arianne.
—¿Nerviosa? —Preguntó la dorniense.
—He tratado con hombres mucho peores que ese Jon Nieve —Dijo la princesa, con todo seguro —Sé que puedo con él.
Arianne se rio.
—He oído que es la mejor espada del mundo —Le susurró, mientras subían los peldaños del trono —Y que es increíblemente guapo.
—Eres una desvergonzada, querida princesa. Y yo pensaba que estabas casada.
Daenerys se sentó, mientras que Arianne hacía lo propio en un asiento más modesto, a su derecha.
Por la puerta entonces entró Olenna Tyrell, seguida de sus dos guardaespaldas.
—Perdonadme, queridas mías. Pero me he entretenido demasiado en el orinal. Cuando lleguéis a mi edad lo entenderéis, pero comed higos, siempre, dos higos a media tarde, o no cagaréis en días. Bueno ¿Y mi asiento? ¿Es que los sirvientes no saben ponerle un asiento a una pobre anciana? ¿Qué esperan, un beso y un "por favor"?
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Canción de hielo y fuego: Hijos de Valyria
FanfictionEscaparon de su casa en mitad de la noche, con lo puesto, durante años huyeron de ciudad en ciudad, escapando de los puñales de quienes les perseguían y malviviendo en callejuelas y de la corta cortesía de los ricos y poderosos. Viserys, el Rey Mend...