CAPITULO 10

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  Miller y yo teníamos ideas diferentes sobre el concepto de pequeña fiesta.

Stefan condujo el auto hasta acercarse a una verja que se alzaba gloriosamente sobre nosotros. Frente a ella estaba un guardia con uniforme azul claro.

Bajando su ventanilla, Stefan le entrega un sobre en papel dorado con lazos rosas, el guardia nos da el visto bueno y seguimos el camino.

El estacionamiento en sí ya era más grande que la calle de mi departamento. Había docenas de autos estacionados, lo que era un claro indicio de cuantas personas habían asistido. El auto se detiene y Miller toma mi mano, ayudándome a bajar.

Me conduce por un camino de piedras que parece terminar a lo lejos en una arboleda. Las piedras hacen difícil que pueda dar dos pasos sin tambalearme.

No debí traer tacones.

-¿Estás bien?- Pregunta Miller a mi lado.

-Claro, ¿Por qué no debería estarlo?

Me mira de reojo.

-Porque te aferras a mi brazo como si te fuera la vida en ello.

Su mirada se desplaza a mis pies, y debió haber notando el problema, ya que se agacha y en un fluido movimiento me tiene en sus brazos, caminando conmigo a través del gentío.

-Puedo caminar sola, ya sabes.

-Lo sé, pero de esta manera es más fácil para todos.

-Oh disculpe, ¿Acaso lo estoy retrasando señor Kent?- Inquiero con voz juguetona.

Me sonríe mostrando sus dientes.

¿Porqué tiene que ser perfecto en todo?

-Por supuesto que no. Pero así no te lastimas, y yo puedo tener mis manos sobre ti sin que nos miren mal.

Sonrío ante su comentario.

-¿Te detendrías si alguien nos mirara mal?

-Claro que no.

Sintiéndome la mujer más afortunada del mundo, enlazo mis brazos detrás de la cabeza de Miller, besando el pulso en su cuello.

El gruñido de Miller retumba contra mis labios.

-Deja de hacer eso antes de que te arrastre hasta el trampolín más cercano para follarte.

-¿Trampolín?- Pregunto confundida.

Me lanza una sonrisa arrebatadora.

-Si dejaras de babear sobre mí, tal vez los habrías notado.

Despego la mirada de él, para echar un vistazo a mi alrededor por primera vez.

Habíamos dejado los grandes arboles atrás, para dar paso al jardín más grande y hermoso que había visto en mi vida.

Consistía en un rectángulo cuyos bordes estaban llenos de árboles de cuatro o cinco metros de altura, protegiendo su interior del mundo exterior. El espacio a pesar de ser un lugar abierto, tenía un olor dulzón en el aire, gracias a las cientas de flores de todo color y forma que parecían brotar de todos lados.

Había fuentes con figuras hermosas, como sirenas, deidades griegas, y aves que se encontraban talladas en lo que parecía ser mármol, con agua cristalina brotando de su interior.

En nuestro camino pude notar que había arbustos con frutas junto a una cabaña pequeña, que hacía juego perfectamente con el jardín a su alrededor.

Pero dudaba totalmente de que ahí fuera donde se alojaban los invitados.

A lo lejos se miraban tres carpas que estaban unidas, con el propósito de hacer una sola. Sobre ésta se encontraba un enorme cartel, cuyas letras podían leerse con facilidad desde todo New York.

The BossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora