CAPITULO 52

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Querido Miller:
Cómo habrás imaginado, no puedo estar más tiempo en la editorial.
Todo es demasiado abrumador para mí en estos momentos, y no creo que la sensación se haga más llevadera con el tiempo. De hecho, temo que será aún más difícil de lo que es ahora.
Necesito tiempo y espacio para pensar por mi misma, sin distracciones, y dado que tú eres la principal, lo correcto sería irme.
Sé lo que dirías si estuviésemos juntos.
Gritarías y te molestarías porque mi solución a todo es huir, y tienes toda la razón. No tiene sentido que siga negando lo obvio.
Pero ésta vez estoy segura de estar haciendo lo correcto, y dado que es la única salida, pienso tomarla. No sólo por mi, sino por el bien de un tercero.
Mi hijo.
Tal vez tú te empeñes en negar su existencia, pero yo estoy feliz por la mera razón de que a pesar de que lo nuestro no fue un para siempre, me diste el mejor regalo del mundo.
Y para bien o para mal, es una parte de ti que siempre llevaré conmigo.
Si alguna vez cambias de opinión acerca de él o ella, no dudes en hacérmelo saber.
Nosotros estaremos esperando por ti, pero no prometo que sea de esa forma  para siempre.
Te amo con locura, nunca lo olvides.
Con todo el amor de mi corazón, Rebeca Taylor.

Arrugo la carta en mis manos, evitando ver las palabras, pero era estúpido cuando había memorizado cada parte de la misma.
Apretaba tan fuerte los dientes que no me sorprendería si los rompía.
Necesito algo fuerte.
Me dirijo al bar de mi oficina y me bebo la mitad de una botella de vodka, dejando que el líquido baje quemando por mi esternón.
Esto no está funcionando.
Rebusco entre las botellas en busca de algo más fuerte, algo que afloje mi cuerpo y despeje mi mente.
No puedo perderla.
Comienzo a beber desesperadamente directamente de la botella, deshaciéndome de la corbata y el saco, sintiendo cómo el calor amenazaba con quemar mi cuerpo, lo que me hizo sentir más ansioso.
No es suficiente.
Molesto, estrello la botella contra la pared, lo que me hace sentirme un poco mejor, por lo que comienzo a arrojar todas las botellas lo más lejos que puedo, descargando toda mi frustración.
Cuando en mi oficina comienza a flotar el olor de alcohol derramado, me giro, buscando que más podía romper, así que tomo las sillas frente al escritorio y las estrello con fuerza contra éste. Le siguen de cerca los adornos de la pequeña sala de estar y los cuadros colgados en la pared.
No sabía si eso estaba ayudando, pero necesitaba descargar mi malestar contra algo más.
O alguien.
Me encamino hasta la puerta y me adentro en la oficina de Stefan. Estaba revisando unos planos cuando me ve llegar, poniéndose en alerta rápidamente.
-¿Miller?...
-Cállate- Gruño, arremetiendo contra él.
Stefan esquiva el golpe, poniéndose en guardia.
-¡¿Qué carajos te pasa?!
Lo ignoro, golpeando su abdomen, aunque no se doblega, sino que me lo regresa.
Quiero casarme contigo y vivir el resto de mi vida a tu lado.
Vuelvo a arremetir contra él, esquivando y recibiendo golpes, y yo estaba bien con eso. Podía tolerar cualquier tipo de dolor físico si eso significaba que su recuerdo desaparecería.
Stefan golpea mi mandíbula, haciéndome retroceder.
Ojos grandes y grises.
Otro golpe.
Labios carmesí.
Golpeo repetidamente su torso, haciéndolo retroceder y estrellarse contra la pared.
Piel suave como la seda.
Caemos al suelo, luchando por derribar al otro.
Cabello negro y rizado.
Rodeo su cuello, apretando tan fuerte como podía.
Mi hijo.
Stefan, clava su rodilla en mi entrepierna, aflojando mi agarre sobre el, dándome la vuelta y estrellándome con fuerza contra el suelo.
Mi cabeza se estrella contra el suelo, haciendo mi visión borrosa por unos segundos.
-Mátame- Murmuro, dándome por vencido.
Stefan jadea, apoyando su manos en sus rodillas, respirando con dificultad.
-¿Qué?
-Lo que escuchaste- Cierro los ojos- Mátame o te mataré yo.
Ríe sin humor.
-¿Ahora qué hice?- Inquiere, recuperando el aire.
-Me llevaste a beber la noche en que la conocí- Lo acuso- Es tu culpa.
Suelta un bufido.
-Estás demente, amigo.
-Probablemente- Concuerdo.
Stefan suspira, tirando de mi brazo para ponerme de pie. Me recargo en la pared dejando caer mi cabeza contra ésta, con el recuerdo de Rebeca fresco y alegre burlándose detrás de mis párpados.
-¿Qué pasa?- Inquiere, mirándome atentamente.
Me encojo de hombros.
-Se fue- Explico- Se lo llevó todo con ella.
Incluso al bebé.
Stefan hace una mueca.
-Mierda. Lo siento, Miller.
Asiento, cerrando los ojos con fuerza.
-No importa, ya nada lo hace.
Frunce el ceño.
-Miller, en contra de la creencia popular, no eres de piedra. Está bien sentirte mal por esto.
Niego.
-Estoy bien.
Enarca una ceja, mirando su oficina destruida.
-Lo dudo mucho.
Ruedo los ojos, observando la sangre en mis manos.
-Siento lo de tu cara.
Se toca la boca, limpiando los restos de sangre.
-No importa- Le resta importancia- Las he tenido peores.
Río con amargura.
-Siempre dices eso.
Me mira seriamente.
-Es porque es verdad.
El sonido de un teléfono interrumpe la conversación.
-Espera- Me dice, atendiendo la llamada- ¿Sí?
Frunce el ceño, dando grandes zancadas hasta su computadora.
-Bien, hazlo subir.
Cuelga el teléfono, cuadrando los hombros.
-¿Sigues molesto?
Lo miro mal.
-Bien- Asiente, dándose cuenta de su error- Pregunta estúpida, ¿Tienes suficiente fuerza como para otro enfrentamiento?
Asiento, haciendo tronar mis nudillos, preparándome. Stefan alza las manos,  deteniendo mi paso.
-¡No hablaba de mí!- Traga saliva- No creo poder soportar otro rotundo contigo, Kent. Jesús, acabas de patear mi trasero entrenado por el ejercito.
Ruedo los ojos.
Señala la computadora.
-Apuesto a que éste imbécil se merece mil veces más que yo ser el centro de tu ira.
Rodeo el escritorio, fijando la vista en la pantalla.
Vaya que hay que ser estúpido.
-Además- Continua- Tiene el aspecto perfecto de un saco de boxeo.
Sonrío lentamente.
Justo lo que necesito.

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