El último mes había sido una verdadera mierda.
Cada día era peor que el anterior, siempre deseando lo que una vez fue mío y ahora no había forma de reclamar.
Como ahora.
Nos encontrábamos en un de las salas de juntas en una conferencia, y no había hombre en la sala que no le haya puesto los ojos encima.
Rebeca parecía ajena a ello a menos que alguno se sobrepasará, intentando entablar conversación con ella, retirando su silla o sirviéndole café.
No tenía ni idea de que carajos trataba la junta, pero por suerte le pagaba a Dana, mi secretaria, para que recopilará toda la información que necesitaba saber.
Me encontraba bastante distraído por el pedazo de piel que mostraba su falda, revelando la piel de sus muslos.
Cada que cruzaba o descruzaba las piernas, la tela subía otro centímetro. Estuve atento a cada movimiento suyo hasta que un rastro de tela roja se asoma desde su entrepierna.
Jesús.
Éste es el tipo de tortura a la que Rebeca me había estado sometiendo cada que nos encontrábamos en la misma habitación.
De haber creído que era inconscientemente, habría sido más tolerable, pero sabía de buena fe que era intencional.
Rebeca separa las piernas ligeramente, y tengo que aferrarme a los bordes de la mesa para no inclinarme y ver lo que había debajo. Mi mirada recorre cada centímetro de su cuerpo, pasando por las curvas de sus caderas, subiendo por el valle de sus pechos, sus labios hinchados, y deteniéndome en el gris tormenta de sus ojos.
Los cuales estaban fijos en mí.
Le devuelvo la mirada, sonriendo cuando la aparta, avergonzada. Se muerde el labio, echándoles una mirada a los ejecutivos de la sala.
La habitación estaba a oscuras y la única luz que había era la de la pantalla al otro lado de la sala. Rebeca se encontraba directamente frente a mi, y ambos nos encontrábamos al final de la mesa.
Fuera del ojo de espectadores.
Rebeca abre las piernas, deslizando su mano por sus curvas hasta llegar a su sexo, acariciándose a sí misma a través de la tela.
Me aferro con más fuerza a la mesa, deteniendo el impulso de pasar mi lengua por la humedad que comenzaba a filtrarse por el encaje.
Abre los labios, dejando salir un gemido silencioso, con sus ojos puestos en mí todo el tiempo.
Siento como la dureza de mi polla comienza a ser incómoda, por lo que me remuevo en mi asiento, tratando de darle algo de espacio.
A pesar de la penumbra, puedo notar como sus mejillas comienzan a tornarse de un hermoso rosado que me recordó lo que se siente tenerla debajo de mí, montando su espalda mientras mi mano conecta contra su trasero.
A como puedo, tomo un par de carpetas del centro de la mesa y las coloco frente a mí, cubriendo la mesa de cristal antes de liberar mi polla adolorida.
Comienzo a acariciarme con la vista clavada en su coño, totalmente cubierto de su excitación. La mano que no está entre sus piernas comienza a serpentear hasta llegar a uno de sus pechos, haciendo presión en las protuberancias que comenzaban a empujar contra la tela.
Empiezo a acelerar los movimientos de mi mano, apretando en la punta, tal y como solía hacerlo ella.
Rebeca muerde con fuerza sus labios, y deseé poder ser yo quien lo hiciera por ella.
Un remolino de placer comienza a arrastrarse perezosamente por mi espalda, tensando mis muslos, avisándome que estaba cerca, pero no podría hacerlo si ella no se corría primero.
Paso mi lengua por mis labios, humedeciéndolos y mirándola fijamente, haciéndola sonrojar.
Los movimientos de su mano comienzan a acelerarse, haciéndola tensar las piernas debajo de la mesa. Su ceño se frunce y sus ojos se ponen blancos de placer.
Cuando su mirada se clava en mi, lo que veo en ella me pone al borde.
Con un asentimiento de cabeza le confirmo que estoy listo, entonces su pecho se alza y deja caer la cabeza contra el respaldo de su silla, con los labios abiertos y la mirada perdida. Sólo entonces me dejo ir, aferrándome a la mesa, gruñendo por lo bajo.
La sala entera rompe en aplausos al terminar la presentación, amortiguando el sonido de nuestro orgasmo.
Rápidamente me guardo la polla dentro del pantalón, antes de que enciendan las luces. Rebeca se acomoda la falda y esponja su cabello, relamiéndose los labios.
Un hombre se le acerca y le dice algo que no puedo escuchar.
Rebeca sonríe, levantándose de la silla y guiñándome un ojo. Toma el brazo que el sujeto le ofrece y lo sigue a la salida. Se gira sobre su hombro, y al ver que tengo intención de levantarme, enarca una ceja, clavando su mirada en mi entrepierna.
Estaba a punto de ignorar su gesto, pero algo dentro de mí me hizo bajar la vista.
Lo que faltaba.
Rebeca sonríe antes de lanzarme un beso y salir acompañada del hombre.
Tomo mi teléfono y marco el número de Stefan, quien contesta al segundo tono.
-Miller.
-Ve a mi oficina y trae un traje de repuesto. Y cómo se te ocurra preguntar algo, considérate despedido.
El resto del día fue tan malo como lo esperaba.
Había estado molesto y la gente a mi alrededor podía percibirlo, pues apenas me veían entrar a algún lugar, corrían despavoridos al lado contrario, evitándome.
Y yo lo prefería de esa manera.
Todos parecían saber que no era bueno meterse conmigo, a excepción del hombre sentado frente a mí.
-No puedo creer que una editorial tan grande como ésta esté interesada en mi libro- Sonríe, evaluando el lugar.
-Sí bueno, según hemos seguido su trabajo, tiene potencial, y creemos que podemos canalizarlo de tal forma que todos ganemos.
-Estoy muy emocionado- Admite.
-Me di cuenta.
Sus manos tiemblan cuando se estira por una botella de agua.
-¿Puedo?
Asiento.
-Adelante.
Un ligero movimiento en la puerta llama mi atención, descubriendo que se trata de Rebeca. Me guiña un ojo antes de centrar su atención en el sujeto frente a mí.
-Disculpen la demora, pero mi reunión anterior se retrasó un poco…
-¡¿Rebeca?!
Ella se paraliza, mirándolo fijamente antes de sonreír.
-¿Nick?, ¡Oh por dios, luces fenomenal!
Rebeca se dirige hasta Nick, quien la levanta del suelo, abrazándola por la cintura.
Otro admirador, vaya sorpresa.
-¿Trabajas aquí?- Pregunta, dándole un rápido repaso.
Ella asiente, invitándolo a tomar asiento.
-Sí, tengo unos meses aquí. Dejé la revista por algo más… grande.
Sus ojos se fijan en los míos por una milésima de segundo antes de continuar su conversación con él.
-No me digas que tú eres el escritor del libro- Dice incrédula, sujetando el manuscrito.
Nick asiente, avergonzado.
-Lo escribí en la universidad, pero no había visto la luz hasta hace un par de meses.
-Vaya.
-Lo sé, es una locura.
-En lo personal, amé el libro- Dice conmovida.
-¿En serio?
Asiente, emocionada.
-¿De dónde sacaste la inspiración para una historia tan hermosa?
Nick la mira atentamente.
-Si te lo dijera, no me creerías.
-Inténtalo- Lo reta.
Toma una respiración temblorosa.
-¿Crees en el destino, Rebeca?
Los ojos de Rebeca brillan.
Ya tuve suficiente.
-Está embaraza- Interrumpo.
Rebeca frunce el ceño, mirándome mal.
-¿En serio?- Pregunta Nick, mirando su vientre, en el cual no había señales de ello.
-Lo estoy- Murmura, avergonzada.
Nick estira su mano, en busca de la de ella, sujetándola con fuerza y acariciando sus nudillos.
-¿Ya mencioné que amo a los niños?
Rebeca me lanza una mirada triunfal.
Qué conveniente.
Las gotas de lluvia se resbalan por el vidrio del parabrisas, atrayendo mi atención.
Después de un largo día de trabajo lo único que me esperaba en casa era un mini bar y mi soledad, por lo que tomaría cualquier pretexto para retrasar lo inevitable.
Cómo rescatar a una sexy chica de la fría lluvia.
Me detengo a su lado de la acera, bajando el vidrio de la ventana.
-Sube, te vas a enfermar.
Me ignora y sigue su camino, abrazándose a si misma a causa del frío.
-No volveré a decirlo, preciosa.
Me muestra el dedo medio y yo no hago más que reírme. Me adelanto y estaciono el auto, bajando y cerrándole el paso.
-Déjame en paz- Intenta rodearme pero la sujeto de los hombros.
-El bebé podría enfermarse- Murmuro.
Lo que parece ser una lágrima rueda por su mejilla y me contengo de recogerla con los labios, por lo que me limito a limpiarla con mi pulgar, acariciando su piel.
-Cómo si te importara- Escupe.
Trago saliva.
-Por favor- Ruego.
Un escalofrío recorre su espalda, y eso debió hacer el truco porque se encamina al auto. Sonriendo, corro detrás de ella, abriéndole la puerta.
-Borra la sonrisa, Kent- Gruñe, abrochándose el cinturón.
Me muerdo labio y me dirijo a mi asiento, poniendo el auto en marcha.
-Atrás hay una bolsa de lona con algo de ropa, tal vez te quede algo.
Asiente, estirándose a por la bolsa, revisando su contenido.
Se desabotona la blusa, deslizándose dentro de una sudadera antes de deshacerse de la falda y meter las piernas dentro de un pantalón de deporte.
Parecía tan pequeña dentro de mi ropa que era como si estuviera nadando dentro de ella. Un gran sentido de pertenencia se apodera de mí.
-¿Ya decidiste que harás con el bebé?- Murmuro.
Frunce el ceño, rodeando instintivamente su vientre.
-Me lo quedaré, si es lo que preguntas.
Asiento. No me sorprende su elección.
-Sólo quiero que sepas que haré mi parte. No estarás en esto sola.
Se gira en el asiento, mirándome atentamente.
-¿A qué te refieres?
Trago saliva.
-Bueno, no tienes que preocuparte por el dinero. Atención medica, pañales, escuela, universidad, autos, lo que sea que necesiten. Eso corre por mi cuenta.
La miro por el rabillo del ojo y casi desearía no haberlo hecho, porque parece que va a arrancarme la cabeza.
¿Ahora qué dije?
-¿Estás bien?
Aprieta los dientes.
-No necesitamos una mierda de ti, mucho menos tu dinero.
Ruedo los ojos.
-No seas ridícula. Es una cosa menos por la que preocuparse.
-¿Dinero?- Inquiere.
Asiento, girando en su calle.
-El dinero no lo es todo Miller. Y tampoco compra la clase de cosas que mi bebé necesita.
-¿Qué cosas?
-Amor. Eso no lo compra ni todo el dinero del mundo.
Me quedo callado.
-Sí las únicas opciones que tenemos mi bebé y yo son no tenerte en absoluto, o solo tener tu dinero…
Abre la puerta, bajando del auto.
-Entonces no queremos nada de ti.
Cierra la puerta con fuerza, pero no antes de ver que un reguero de lágrimas de deslizaban por sus mejillas.
Furioso, golpeo con fuerza el volante.
Bien hecho Kent, ésta vez sí lo jodiste.
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The Boss
RomanceRebeca nunca imaginó que una simple noche de chicas y alcohol terminaría convirtiéndose en el pretexto perfecto para iniciar un romance prohibido con su sexy e irresistible jefe, Miller Kent. ¿Ambos podrán resistirse a las tentaciones del otro? ¿E...