CAPITULO 69

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Querida Rebeca:
Si estás leyendo esto, significa que no gane la lucha contra el cáncer. Pero también significa que es el día de tu boda.
O al menos eso espero, porque le di instrucciones muy específicas a tu padre para que te diera esta carta momentos antes de salir al altar.
Ahora bien, yo sé que un pedazo de papel no reemplaza un cálido abrazo, o un beso en la mejilla. Ni si quiera todo el amor que siento por ti, mi niña.
Pero si puedo hacerte saber lo que te diría si estuviera a tu lado.
No hay nada que no haría por estar ahí a tu lado, arreglando tu cabello y diciéndote lo hermosa que te vez. Porque sé que luces preciosa, no espero nada menos de ti.
Bien, vamos al grano. No quiero hacerte perder el tiempo, ¿Sí?
No preguntes cómo lo sé, pero estoy convencida de que el hombre que te espera en el altar no es Michael.
Si estoy equivocada sobre eso y no tienes dudas acerca de casarte con él, entonces es momento de que dejes de leer y salgas a por él.
Pero si estoy en lo correcto o tienes una duda mínima, quédate hasta el final.
Mi preciosa Rebeca, si hay algo que debes entender, y espero lo hayas hecho hace un tiempo, es que Michael no te hace brillar.
Al contrario, él absorbe toda tu luz, y no mereces eso.
Nadie lo merece.
Quiero creer que encontrarás a un hombre que intensifique tú luz, no sólo que te haga brillar. Que sea devoto a ti y sepa cuál es tu lugar. Pero lo más importante, es que tú sepas cuál es.
Debe ser un hombre protector, pasional y amoroso.
Juntos deben formar un equipo, y tener en cuenta que no siempre podemos dar el cien por ciento de nosotros, a veces damos más, a veces damos menos. Pero el esfuerzo nunca debe ser nulo.
Cuando lo mires, tienes que estar segura de que quieras que sea el hombre con el que compartirás el resto de tu vida, quien estará en las buenas y en las malas, el padre de tus hijos y tu compañero de vida.
Mi hermosa niña, si te hace sentir de la misma manera en que tu padre me hacía sentir a mi, entonces ya ganaste.
Thomas es el amor de mi vida, siempre lo fue.
Cuando estaba a su lado, era como si fuera la única mujer en el mundo. Me hacía feliz, me protegía, me respetaba y me amaba. Es un hombre protector y leal.
Así que entenderás si no espero menos para mis hijas.
Si el hombre que te está esperando el altar tiene todas estas cualidades, entonces éste es mi consejo: Aférrate a él.
Si algo aprendí a lo largo de mi vida, fue a aprovechar las oportunidades que se me presentaban en el camino. Y déjame decirte que tu padre es la mejor oportunidad que se me pudo haber presentado.
Jamás me arrepentiré de mi elección, y espero que tú te sientas de esa manera.
Que mi ausencia no te afecte, cariño. Quita  esa cara triste y sácate las lágrimas, porque sé que estás llorando, a mi no me engañas.
Hoy es el día más feliz de tu vida, no lo olvides nunca.
Te amo con todo mi corazón, mi pequeña Rebeca. Lo he hecho desde tu primer latido, y lo seguiré haciendo hasta mi último aliento.
Ahora, ve en busca de tu hombre, toda una vida te espera.
Te una buena vida, mi amor.
Con amor, mamá.
Me seco las lágrimas, riendo por saber que ella tenía razón.
Pero no sólo en las lágrimas, sino en todo lo demás. No sé equivocó con lo de Michael, así como tampoco lo hizo acerca de Miller.
Porque era todo eso y más.
Paso los dedos por la caligrafía de mamá, antes de doblar con cuidado la carta y meterla en el sobre con mi nombre. La guardo en la cajonera a mi lado antes de levantarme y dirigirme al espejo en la pared.
Reparo en mi aspecto, orgullosa de lo que algo de maquillaje y unas buenas noches de sueño habían logrado para acabar con mi mascarada imagen del mes pasado.
Mi cabello estaba suave y brillante, cayendo en delicadas ondas por mi espalda. Mi maquillaje era natural, con tonos rosados y los labios pintados de rojo.
Usaba un hermoso vestido de seda blanco con un escote en forma corazón, enmarcando y alzando mis pechos de una forma que esperaba hiciera babear sobre su pecho a Miller. Las mangas eran cortas y caían por mis hombros, la falda caía pesada desde el inicio de mi vientre hasta mis pies.
La seda adquiría un ligero brillo con las luces del sol que entraban por la ventana, dándome un aspecto resplandeciente. Haciéndome sentir más hermosa que nunca, digna del apodo que Miller tenía para mí.
Sonriendo, acaricio mi vientre, sintiendo las suaves patadas de mis hijos.
Hacía semanas que los movimientos de los bebés habían hecho acto de presencia, y Miller y yo habíamos estado demasiado emocionados por ello.
Con la recuperación de Miller, había estado libre de sus obligaciones diarias, tenido así demasiado tiempo libre, el cual usaba para estar a mi lado.
Y yo no podía estar más feliz por ello.
Desde el momento en que nos encontramos en su habitación de hospital después del coma, Miller no se había separado de mi lado.
O más bien dicho, del lado de los niños.
Había pasado cada segundo a mi lado hablándole a mi vientre, cantando y relatando historias. Incluso contó la historia de cómo nos conocimos con lujo de detalles, excluyendo todo el sexo en el que estuvimos involucrados.
Según Miller, esperaría a que tuvieran treinta años para las charlas sexuales, lo que a mí me parecía estúpido e hipócrita.
También les habló sobre su hija, Lily, y el sueño que tuvo con ella cuando estuvo en coma.
No creía que hayamos estado más unidos en todo el tiempo que llevábamos juntos que en el último mes. Y por esa justa razón por no podíamos esperar más tiempo para casarnos.
Y por eso es que estábamos aquí, en la vieja cabaña de mi familia, a punto de casarnos.
Jesús, al fin está pasando.
Un par de golpes en la puerta llaman mi atención.
-¡Adelante!
La puerta se abre, revelando a mi padre enfundado en un traje negro con una rosa roja en el bolsillo.
-¿Estás lista?...
Papá se queda petrificado en el umbral, mirándome con la boca abierta.
Y bien?- Pregunto, nerviosa.
-Dios, pareces un ángel- Murmura, sonriendo.
-¿Tú crees?
Asiente, tomando mis manos y besando mis nudillos.
-Lo digo en serio, hija. Casi me da pena por todos los hombres que están allá afuera y no se casarán contigo.
-No seas un exagerado- Lo reprocho, alisando las arrugas invisibles del vestido.
-Eres muy necia.
Enarco una ceja.
-¿De quién lo aprendí?
-Obviamente de tu madre- Bufa, rodando los ojos- Por cierto, ¿Cómo estuvo tú carta?, Creí que te encontraría desecha en lágrimas.
Sonrío.
-No sabía que necesitaba ese apoyo hasta que lo obtuve. Así que me alegro de haberla leído antes de caminar por el altar.
Papá asiente, comprensivo.
-Está bien tener dudas, es normal.
Enarco una ceja, encarándolo.
-¿Tuviste dudas cuando te casaste con mamá?- Inquiero.
Me lanza una sonrisa ladeada, cómo si esperara mi pregunta.
-Claro que las tuve- Admite- Pero no las dudas que tú crees.
-¿Entonces?, ¿Qué clase de dudas?
Se acerca hasta mí, y coloca sus manos en mis hombros, mirándome fijamente.
-Mis dudas no fueron sobre si quería o no casarme con tu madre, porque siempre estuve seguro de lo que quería, y yo la quería a ella.
>>Tenía dudas sobre si haría bien el trabajo de padre y esposo. Me preocupaba no dar la talla y fracasar.
Sonríe, melancólico.
-Pero cada vez que sentía que no podía, me bastaba con ver a mi lado y descubrir a tu madre, apoyándome. Entonces sentía que el mundo era mío y nada podría salir mal.
-¿Te arrepientes?- Pregunto, en un hilo de voz.
-¿De qué?- Dice confundido.
Muerdo mi labio, no sabiendo si quería saber la respuesta o no. Al final me decido que sí.
-Sí tú yo de veinte años supiera cómo terminan las cosas con mamá y todo lo que tuvieron que pasar, ¿Aún así la escogerías?, ¿Te arrepientes de esa decisión?
Papá me lanza una sonrisa triste, dejando que una solitaria lágrima se deslizará por el rabillo de su ojo.
-Oh, cielo. Escoger a tu madre fue la mejor decisión que puede tomar en mi vida, y no me arrepiento de ello. Jamás he tenido dudas acerca de eso, ni un segundo.
Acaricia mis mejillas.
-Es cómo dicen por ahí: Es mejor haber amado, que jamás haberlo hecho. Y yo sigo amando a tu madre, aún después de todo.
>>Me dio el mejor regalo que pude pedir, y le estoy más que agradecido por ello.
-¿Un hermoso matrimonio?- Adivino.
Niega, tratando de contener las lágrimas.
-A mis hermosas hijas- Me corrige- Sin ustedes a mi lado no habría podido seguir adelante como lo he hecho. Me habría dado por vencido ya hace mucho tiempo.
-Papá…
-Así que no- Me Interrumpe- Mi yo de veinte años no habría desistido con tu madre. Al contrario, habría hecho que cada segundo a su lado fuera especial, decirle cuánto la amaba hasta hartarla y hacer que cada momento valiera.
Cierra los ojos.
-Me habría esforzado más- Murmura, con la cabeza gacha.
Con los ojos llorosos, sujeto su mejilla, tratando de consolarlo.
-Ella sabía cuánto la amabas, papá. Y tengo la impresión de que ella no habría cambiado nada.
Me doy la vuelta, en busca de la carta y se la entrego. Papá niega sin despegar la vista del papel en mis manos.
-No debería leerla, es para ti…
-Hazlo- Le ordeno.
Aprieta los labios, pero para mí sorpresa, saca la carta del sobre y comienza a leerla. Lo que antes eran lágrimas contenidas, se derraman por sus mejillas, pero no parece preocupado por limpiarlas.
Cuando termina, me abraza contra su pecho, besando mis sienes.
-Dios, tu madre si sabe cómo hacer una boda aún más emotiva.
-Dímelo a mí- Río.
-También me dio una carta a mí- Admite en voz baja.
-¿Qué decía?
Se encoje de hombros, restándole importancia.
-Básicamente me dijo que me asegurara de no pisar el vestido para no dejarte en ridículo frente a los invitados. También decía que le diera unas palabras de aliento al novio.
Intuía que no era lo único que ella le había pedido, pero preferí no insistir.
-¿Estás lista?- Pregunta, acariciando mis brazos.
Asiento, tragando saliva.
-Sí, sólo debo buscar el velo.
-Bien, te espero en las escaleras.
Suelto un suspiro, guardando nuevamente la carta. Tomo el velo, colocándolo en su lugar, asegurándome de que no estuviera torcido.
La pantalla de mi teléfono brilla con un mensaje nuevo, lo tomo y sonrío al darme cuenta que se trata de Miller.
-¿Te estás arrepintiendo?
Ruedo los ojos, contestando.
-No, ¿Y tú?
Su respuesta llega rápidamente.
-Ni loco.
-¿Seguro?
-Totalmente. ¿Ya estás lista?
Bajo la mirada, reparando en mi aspecto.
-Eso creo.
-¿Quieres ayuda?
-No puedes verme antes de la boda.
En lugar de contestar con un mensaje, entra una llamada suya.
-¿Hola?- Contesto.
-Hola- Responde, con la voz enronquecida.
Trago saliva.
-¿Qué pasa?
-Quiero saber porqué dices que no puedo verte.
-Dije que no puedes verme antes de la boda- Lo corrijo.
-¿Qué diferencia hay?
-Demasiada.
Lo escucho resoplar, y estaba segura de que estaba rodando los ojos.
-Cómo sea- Replica- ¿Porqué no puedo verte antes de la boda?
-Porqué es de mala suerte- Explico.
-¿Lo crees?
Lo pienso unos segundos.
-No.
-¿Entonces porqué no me dejas verte?
-No quiero arriesgarme a que sea cierto- Admito- Dios sabe que nos ha costado mucho llegar hasta aquí, no quiero arruinarlo por una estúpida superstición.
Lo escucho gruñir.
-Trae tu culo aquí antes de que vaya a por ti.
Río, aunque sabía que hablaba en serio.
-Bien, me pondré en movimiento.
-Genial, seré el cabrón afortunado con sonrisa de idiota frente al altar.
Sonrío.
-Yo seré la de blanco.
-Lo tengo. Date prisa, me estoy poniendo ansioso por quitarte tu apellido.
Enarco una ceja.
-¿Es lo único que vas a quitarme?
-Sí, porque después de que seas mi esposa lo único que te quitaré será la ropa.
Aprieto los muslos de anticipación.
-Voy para allá- Jadeo.
-Más le vale, señorita Taylor.
-Qué poca paciencia, señor Kent.
-Sólo cuando estoy ansioso- Responde.
Tomo el ramo de rosas rojas de la encimera.
-¿Te sientes ansioso?- Inquiero.
-Sí, ahora mueve tu trasero hasta el altar- Advierte- Última advertencia.
Cuelgo la llamada y arrojó el celular a la cama, antes de ponerme en movimiento hasta la puerta.
Papá estaba al pie de las escaleras, revisando su reloj antes de alzar la mirada, tragando saliva al verme.
-¿Lista?
Asiento, aferrándome a la barandilla de las escaleras
-Lista.
-Andando- Me apura- Escuché que Miller está a punto de romper la tradición y cargarte él mismo hasta el altar.
-Prometió comportarse- Lo defiendo, tomando el brazo que me ofrece.
-Pues más le vale- Gruñe.
Caminamos hasta la puerta de la cabaña, donde un camino de pétalos nos esperaba, adentrándose en el espeso bosque.
Caminamos en silencio, aferrados al otro.
-No puedo creer que hayan organizado todo esto en un mes- Silba, mirando las farolas sobre nuestras cabezas.
-Sólo le dimos un presupuesto a Sarah, así que el crédito lo tiene ella.
-Recuérdame preguntarle si no quiere encargarse de mi fiesta de jubilación.
Sonrío.
-Lo haré.
Al adentrarnos en la arboleda, comienza a escucharse una melodía suave, al mismo tiempo que los invitados se levantan y fijan sus miradas en mí.
Mi corazón se acelera y comienzo a hacerme demasiado consciente de que estaba caminando frente a demasiadas personas.
Kate, Lexie y Emery estaban del lado izquierdo del altar, cómo mis damas de honor. Vestidas con un sencillo vestido de seda roja y un ramo de pequeñas flores vaporosas en las manos.
Del otro lado estaban Stefan e Ethan, con una rosa en el saco, siendo los padrinos.
Al final del pasillo había un arco con una gran variedad de flores en tonos rojizos, sobresaliendo del verde que nos rodeaba.
Todo era bastante hermoso, pero nada se llevaba mi atención cómo Miller lo hacía.
Estaba parado bajo el arco de flores, con un impecable traje negro. Sus hipnotizantes ojos azules me atraían cómo el fuego a las polillas. Me recorría el cuerpo entero con una intensidad que hacía a mis piernas flanquear.
Trago saliva, dándome cuenta de que ese era el hombre con el que compartiría mi vida entera.
Caminando por el pasillo hasta el altar, pienso en todo lo que mamá esperaba de mi futuro esposo, entonces caigo en cuenta de que lo había conseguido.
Estaba totalmente segura de que quería que Miller fuera mi compañero de vida, el padre de mis hijos, y quien estuviera a mi lado en las buenas y en las malas.
Estoy segura mamá, no me arrepentiré de mi elección.

-¿Qué hace aquí oculta, señora Kent?-Murmuran a mi espalda.
Sonrío, sintiendo cómo los brazos de Miller rodean mi cintura hasta posarse en mi abultado vientre.
-Apreciando la vista- Contesto, recargando mi  espada en su pecho.
-Estas escapando, ¿No es así?- Inquiere, revolviendo mi cabello con su aliento.
Niego.
-No, esos días ya quedaron en el pasado.
-¿Entonces?, ¿Qué haces aquí?
Me encojo de hombros.
-No lo sé- Admito- Creo que necesitaba algo de aire fresco.
Enarca una ceja.
-Necesitabas aire fresco en una boda al aire libre.
Sonrío, fijando la mirada en el sol poniente, que desaparecía detrás de las aguas del lago.
-Me atrapaste.
-¿Te estás arrepintiendo?- Murmura preocupado.
Giro el rostro, mirándolo a los ojos.
-Claro que no- Respondo- ¿Porqué crees eso?
Se encoje de hombros.
-No sé. Tal vez te sientes abrumada o algo así.
Niego.
-No digas eso. Claro que no me arrepiento.
-¿Entonces porqué estás aquí?- Insiste.
Sus manos acarician mi vientre, y ambos sonreímos cuando un par de patadas golpean su mano.
-Los chicos creen que tú momento de hablar o callar para siempre ya pasó. Así que habla.
Sonrío melancólica.
-Sólo estaba pensando en los feliz que sería mi mamá si aún estuviera aquí.
Siento cómo Miller se tensa a mi espalda.
-Mierda, lo siento- Me abraza- Debí imaginarlo…
Niego.
-No te preocupes- Murmuro- Sólo estoy divagando.
-Ella estaría muy orgullosa de ti.
-¿Tú crees?
Asiente, depositando un beso en mi sien.
-Pues estoy bastante segura de que ella te habría amado.
-Lo sé- Responde, sonando convencido.
-¿Ah, sí?
Asiente.
-Soy increíble- Admite- ¿Porqué no lo haría?. Soy el hombre que todas las madres quieren para sus hijas.
Río.
-Eres demasiado narcisista para creer lo contrario.
-No es narcisismo- Responde ofendido- Sólo estoy diciendo la verdad.
-Cómo tú digas.
Enarca una ceja.
-¿Acaso tiene alguna queja sobre mí, señora Kent?
Reviso el reloj de su muñeca.
-Tenemos cinco horas de casados, y ni una sola queja, señor Kent.
Miller silba.
-Ni una sola queja- Repite- Todo un récord.
Asiento.
-Es un buen augurio.
-Tal vez tuviste razón en eso de no vernos antes de la ceremonia.
-Lo sé, no sé porqué suenas tan sorprendido- Respondo.
-Sabionda- Replica.
Miller desliza las manos por mis costados antes de sujetar mi vientre. Dejo caer la cabeza contra su hombro, disfrutando de la sensación de Miller cargando con el peso de los gemelos.
-Dios, eso se siente muy bien.
Gimo, ladeando la cabeza en busca de su boca, la cual me ofrece gustoso.
-Puedo hacer que se sienta mejor- Murmura sensualmente.
Miller desliza su lengua dentro de mi boca, jugueteando con la mía. Una prominente erección se clava en mi trasero, por lo que muevo las caderas contra las suyas.
-¿Ah, sí?
Asiente, deslizando los tirantes de mi vestido hacía abajo. Mis pechos caen bamboleantes y gracias al aire fresco del claro, mis pezones se alzan. La boca de Miller recorre la curvatura de mi hombro, haciéndome estremecer.
-Tienes razón- Murmuro- Eso se siente mejor.
-Y va a mejorar, créeme.
Suelta mi vientre y una de sus manos se desliza a mi coño, masajeando mi hinchado clítoris.
-Dios, Miller…
-¿Quieres ir a nadar?- Murmura, mordisqueando el lóbulo de mi oreja.
-No tengo traje de baño- Replico.
Miller me da la vuelta, sujetándome de las caderas. Enarca una ceja, mirándome sugerente.
Me muerdo el labio, entendiendo a lo que se refería.
-Oh.
Sonríe, bajando la cabeza a uno de mis pechos, succionando mi piel sensible.
-Sí, oh- Repite, con una sonrisa lobuna- ¿Quieres?
Trago saliva, negando.
-Literalmente hay como cien personas a unos diez metros de aquí.
Suelta un bufido.
-No contraté una escolta sólo para alejar venados, cielo.
-¿Están rodeando el claro?- Inquiero, tapándome los pechos.
-¡Oye!- Me regaña, descubriéndome- ¡Estaba viendo eso!
Ruedo los ojos, ignorándolo.
-¿Y bien?
Se encoje de hombros, deslizando el resto del vestido por mis piernas, dejándolo en mis pies.
-Están a una distancia prudente, claro. No soy idiota.
Suelto un suspiro, dándome por vencida y rodeando su cuello con mis brazos.
-En ese caso, adelante- Murmuro, besando la piel de su cuello.
-Joder, si.
Miller se deshace de su ropa rápidamente, dejándola a orillas del claro. Se arrodilla frente a mí, y desliza mis bragas por mis piernas, arrojándolas sobre su ropa antes de depositar un beso en mi núcleo, haciéndome estremecer en mi lugar.
Tomo el ligero entre los dedos, pero Miller me lo impide, dejando un camino de besos desde mis muslos hasta mis labios, donde se toma su tiempo.
-Déjatelo puesto- Murmura, aferrándose a mi trasero- Hay un par de cosas que quiero hacerte con él puesto.
Me relamo los labios.
-¿Y qué esperas?
-Eres un sueño, ¿Lo sabes?- Murmura, sujetándome de las caderas, alzándome sobre mis pies.
Rodeo su cintura con las piernas, aferrándome con fuerza a sus hombros. Comienza a caminar hasta el lago, adentrándonos poco a poco, hasta que el agua rodea nuestras cinturas.
-No soy un sueño, Miller.
Traga saliva.
-¿Entonces qué eres?- Inquiere, pareciendo desesperado por una respuesta.
Me muerdo el labio, subiendo las manos por su cuello hasta sus mejillas.
-Tú diosa- Respondo, convencida de mis palabras.
Miller sonríe, antes de lanzarse por mi boca y sumergirnos en el agua.


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