CAPITULO 55

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Esto era una mierda.
Dado que había perdido la noción del tiempo, no tenía ni idea de cuántas horas llevaba encarcelado.
Alguien había llamado a la policía cuando casi mato al hijo de puta de Michael en mi oficina esa misma tarde, y cuando llegué a la estación, ver a Thomas me hizo cabrear más de lo que ya estaba.
Sabía de buena mano que no era su persona favorita en ese momento, pero también sabía que le agradaba más que a Michael, por lo que intentó ocultar la mirada de orgullo bajo sus gafas de sol cuando estaba tomando mi declaración al respecto. Stefan había dicho que me recogería en cuanto dejara a Rebeca en su departamento, ya que ninguno de los dos creía conveniente que se enterara que estaba en la cárcel por intento de homicidio.
Por segunda vez.
Pero Stefan nunca llegó, y adivinaría al decir que tampoco había llamado a mi abogado o pagado la fianza.
Así que, no tuve otra opción que llamar al único número de teléfono que me sabía de memoria además del de Stefan y Rebeca.
Jennifer era una mujer bajita y delgada de piel dorada, con el cabello liso cayendo suavemente por sus hombros con cada movimiento suyo. Sus ojos me miraban con reproche cuando se acerca detrás del oficial que abre la celda, dejándome salir.
-Pagaron tu fianza, Kent. Eres libre.
Asiento, centrándome en Jennifer.
-Lo siento mucho, sé que es tarde, pero no sabía a quien más llamar.
Levanta un dedo, cortándome las palabras.
-Para empezar, no tienes porqué disculparte Miller. Si no soy a quien llamas cuando tú mundo se viene a pedazos, entonces no sé que diablos estoy haciendo contigo.
Suelto un suspiro.
-Te lo pagaré- Contesto.
Hace un movimiento de muñeca, restándole importancia.
-¡Pues claro que lo harás!. No todos nos bañamos en oro- Replica.
Ruedo los ojos, caminando hacía la recepción, en busca de mis cosas.
-Yo no me baño en oro.
Suelta un bufido.
-Pues no sé porqué pierdes el tiempo.
Sonrío por primera vez en días, lo que hace que el nudo en mi pecho se sienta menos apretado.
Llegó a la recepción, donde se encontraba una mujer vestida de azul y comiendo donas de una gran caja blanca a su lado.
-Vengo a recoger mis cosas- Le digo.
La mujer suelta la dona, dejándola en sus dientes mientras teclea algo en su computadora.
-¿Nombre?- Dice, o creo que lo hace, porque la comida en su boca no me deja entenderla.
Carraspeo.
-Miller Kent.
Teclea un par de teclas antes de levantarse e ir a un pequeño armario detrás de ella, saliendo con una bolsa transparente que llevaba mis cosas dentro. Me la entrega antes de seguir disfrutando de su comida
Reviso mis pertenencias, verificando que todo esté en su lugar.
-Tenía efectivo en mi cartera- Murmuro molesto, mirando a la mujer.
Enarca una ceja.
-Lo sé, ¿Cómo crees que pagamos esto?- Señala las donas- Además, el oficial Taylor dijo que estaba bien.
Ruedo los ojos, sabiendo que sería inútil discutir.
-Vámonos- Me alienta Jennifer, empujándome por la espalda.
-¡Kent!- Gritan a mi espalda, pero lo ignoro, apretando el paso hacía la salida.
-¡Miller, maldita sea, no te vayas!- Dice Thomas, alcánzame.
-No quiero oírlo, Thomas. Probablemente no me importe- Le digo, molesto- Solo quiero ir a casa y fingir que éste día no existió.
Me toma del hombro, dándome la vuelta bruscamente, haciéndome encararlo.
-¿Ni si quiera cuando se trata de Rebeca?- Dice, mirándome fijamente- ¿Ya no te importa mi hija?
Me detengo en seco.
-Tienes toda mi atención.- Me cruzo de brazos- ¿Qué pasa con ella?
Aprieta la mandíbula.
-Michael la atacó ésta tarde.
Tardo un par de segundos en procesar la noticia.
-¡¿Qué hizo qué?!- Exploto, tomándolo del cuello de la camiseta.
-¡Miller!- Grita Jennifer, pero la ignoro.
-¡Te dije que debías encerrarlo, maldita sea!- Lo empujó contra la pared detrás de él- ¡Te conté lo de las putas flores!
Me mira con los ojos abiertos, haciéndome frente.
-¡Sí que te escuche, pedazo de mierda!, ¡Envié patrullas y personal a buscar al hijo de puta en cuanto me enteré que casi mata a mi hija!- Grita, empujando mi pecho- ¡El hijo de puta mató a mi futuro nieto!
Retrocedo un par de pasos, pero esta vez sin recibir ningún golpe.
No.
-¿Mi hijo?...- Murmuro, sintiéndome repentinamente desorientado.
Subo una mano hasta mi pecho, sintiendo que el aire dejaba mis pulmones. Tomo una bocanada de aire pero es inútil, porque no puedo respirar.
Thomas cierra los ojos, tomándose un segundo.
-Lexie, Miller- Dice, tomándome del hombro- Hablo de Lexie. Lamento la confusión, tu hijo y Rebeca están bien.
Me da un par de palmadas en la espalda.
-Respira, hijo. Ellos están bien.
Gracias a dios.
-¿Seguro?
Asiente.
-Rebeca está dando su declaración en este momento.
-¿Y el bebé?
Thomas sonríe de lado.
-Un doctor la revisó en cuanto llegó, todo está bien, al parecer.
-¿Sigue aquí?- Pregunto, girando el cuello en su busca.
Jennifer me toma de la mano, tratando de llamar mi atención.
-Miller…, no creo que sea buena idea.
Niego, apretando los dientes.
-Ella me necesita- Replico.
Aprieta los labios en una mueca.
-Será como dar mil pasos atrás.
Cierro los ojos.
-Lo sé, pero no puedo dejarla sola. No en éste momento.
Frunce el ceño.
-¿Y todo lo que yo he hecho por ti?, ¿Eso no importa?- Pregunta dolida.
Me muerdo el labio antes de acercarme a ella.
-Claro que sí- Le digo, acariciando su mejilla- Pero ella me necesita, y nada ni nadie compite contra eso.
Me giro hacía Thomas, quien me mira enarcando una ceja.
Ruedo los ojos como respuesta.
-Llévame con ella- Le digo, y para mi sorpresa, no pone resistencia.
Caminamos por un pasillo hasta llegar a una sala de interrogatorio, lo que me recordó el día de su entrevista, donde estuve viéndola como un pervertido mientras me preguntaba si me dejaría doblarla en la mesa o follarla contra la pared.
Tenía un rasguño en la mejilla y el cabello enredado, al igual que una camiseta demasiado grande para ella con el logo de la policía de New York.  Parecía estresada, relatando cómo Michael la abordó en su antiguo departamento.
Aprieto los dientes, colocando una mano en el cristal, cómo si ese simple gesto pudiera transmitirle mi apoyo.
-Tienes que encerrarme de nuevo- Le digo, no apartando la mirada de Rebeca.
-¿Porqué?
-La tercera es la vencida- Digo simplemente- Puedes apostar a que cuando lo vuelva a ver, estará muerto.
Asiente, cruzándose de brazos.
-Está muerto, Miller.
Frunzo en ceño, encarándolo.
-¿Qué dijiste?- Pregunto confundido.
Aprieta los dientes.
-Él estaba a punto de…- Cierra los ojos, negando- Rebeca…, mi bebé.
Traga la saliva, conteniendo lo que creí eran lágrimas.
-Clifford es un oficial, vivía justo al frente. Escuchó los gritos y tomó cartas en el asunto.
-¿Qué hizo?
Saca una bolsa de su bolsillo, donde había una bala ensangrentada.
-Le disparó en el pecho- Explica- El cabrón murió a los segundos.
Asiento.
-¿Qué hay de Lexie?
Suelta un suspiro.
-Está durmiendo en el hospital. Perdió algo de sangre pero estará bien.
Coloco mi mano en su hombro, tratando de confortarlo.
-Lo lamento mucho, Thomas.
-Ella estaba embarazada- Murmura- Tenía tres meses, y para cuando despierte, no habrá nada.
-¿Y tú nieta?- Pregunto, recordando a la niña que evitó que matara a su padre el día de la cabaña.
Suspira, frotándose en el rostro.
-Está esperando en mi oficina. Se irá a casa conmigo esta noche- Se frota el rostro -Oficialmente su casa cuenta cómo escena del crimen.
El oficial que estaba tomando la declaración de Rebeca le agradece y sale de la sala, dejándola sola con Stefan.
-Casi la pierdo- Murmura Thomas, mirando a su hija.
Aprieto su hombro, entendiendo perfectamente su dolor.
Pero su hija sigue aquí.
-La paternidad asusta Miller, no te voy a mentir- Traga saliva- Y es para siempre. Nunca dejas de preocuparte por ellos, ni si quiera cuando creen que pueden manejarlo solos.
>>Una vez que sabes de ellos, se vuelve trabajo de tiempo completo por el resto de tu vida. Y no se pone fácil con el tiempo, todo lo contrario. Llegará el día en que les rompan el corazón, y no podrás hacer nada al respecto, aunque lo intentes, sólo te quedará consolarla y rezar porque esa experiencia las haga más fuertes.
Se gira hacía mí, mirándome fijamente.
-Sé lo del accidente de auto, Miller.
Aprieto los dientes, evitando su mirada.
Lo último que necesitaba era su compasión.
-¿Se lo dijiste?
Niega, cruzándose de brazos.
-No.
Lo miro sorprendido.
-¿Por qué?
Suelta un suspiro, sonando cansado.
-No es algo que me competa a mí, hijo. Sino a ti. Es tu decisión si quieres decírselo. Además…
Saca una foto de su cartera, entregándomela.
-Ésta noche te entiendo mejor que nunca.
En la foto aparecían Thomas junto con su esposa e hijas, sentadas en sus piernas, no con más de cinco o seis años en ese entonces. Estaban sentados en el frente de la cabaña familiar y parecían ser felices.  Thomas parecía más joven y despreocupado, lo que confirmaba mi teoría de que no siempre fue el hombre malhumorado que es ahora.
-Parecen felices- Murmuro, no quitando mis ojos de Rebeca.
-Lo éramos- Concuerda- Pero todo se fue al carajo cuando mi esposa enfermó.
Suelta un suspiro.
-Sé que eres un buen hombre, Kent- Palmea mi espalda- Tengo fe de que terminarás haciendo lo correcto.
-Al menos tú tienes fe- Contesto mordaz.
Hace una mueca.
-Mas te vale que lo intentes, muchacho.
Alzo las manos, rindiéndome.
-Lo intento, Thomas, lo intento.
Clava su índice en mi pecho.
-Pues inténtalo más.
Señala el panel de vidrio.
-Ahora ve y asegúrate de que mi hija esté bien. O te lleno el trasero de balas.
Sonrío.
Tal vez, después de todo, aún tenía una oportunidad.

The BossDonde viven las historias. Descúbrelo ahora