CAPITULO 68

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No podía respirar.
Pero no estaba preocupado, porque lo atribuía a que en unos minutos podría ver la primera ecografía en vivo de mis hijos.
Rebeca me había jurado que no sabía el sexo de los bebés, pues habían estado demasiado unidos el uno con el otro como para diferenciar un pene de una pierna.
Suelto un suspiro tembloroso, aferrándome a la mano de Rebeca, que estaba recostada sobre una camilla con la blusa levantada, dejando expuesto su vientre abultado.
Me encontraba sobre una silla de ruedas por órdenes del hospital, quienes querían estar seguros de que podía caminar sin problemas antes de dejarme ir. Así que por el momento, estaba en una silla de ruedas antes de iniciar la terapia física.
El doctor  Prince entra por la puerta, poniéndose las gafas cuando en cuanto me ve.
-Pero qué ven mis ojos, Miller Kent en persona- Dice al acercarse.
-Vamos Ted, llámame sólo Miller.
Sonríe, estrechando mi mano.
-Me alegro que estés bien, hijo.
Asiento, apretando la mano de Rebeca.
-A mi igual, créame.
Se gira hacía Rebeca.
-¿Cómo estás, pequeña?- Pregunta, acariciando por un momento el vientre de Rebeca.
Frunzo el ceño, mirándolo mal, pero no se da cuenta porque su atención estaba centrada en ella.
-Estoy bien, las náuseas desaparecieron hace unos días, como usted dijo.
Ted asiente, como si ya lo esperara.
-Bueno, eso es muy bueno. Me alegro.
Se aleja para tomar un par de cosas, por lo que aprovecho para hablar con ella.
-No empieces- Espeta, cerrando los ojos.
Enarco una ceja.
-¿De qué hablas?
-Tú sabes.
-Ilumíname.
Entrecierra los ojos.
-No hagas una escena de celos, Miller.
Suelto un bufido.
-No pensaba hacerlo- Me defiendo.
Mentiroso.
-Sí claro- Murmura, guardando silencio cuando Ted se acerca.
-Bien, ¿Quién está listo para conocer a sus bebés?- Exclama, derramando una especie de gel sobre la piel de Rebeca.
Enarco una ceja.
-Así que sabes de ellos- Espeto.
Rebeca me había dicho la razón por la que no quería que nadie supiera que había más de un bebé, y yo creía que era algo exagerado mantenerlo oculto cuando lo único que todos querían era mantenerla a salvo.
-Pues claro que sé de ellos- Ríe- Yo los descubrí.
Alza la barbilla, luciendo orgulloso, lo que me hizo sentir insanamente territorial.
-¿Ah, sí?- Inquiero- Pues adivina qué, yo los puse ahí.
Rebeca golpea mi brazo, haciéndome callar.
-Vamos a por los bebés- Murmura Ted, pareciendo incómodo.
Sonrío, sabiendo que había ganado la batalla.
-Pero qué idiota- Dice Rebeca, mirándome molesta.
Me estiro hasta sus labios, besándola con delicadeza. Cuando me alejo, tiene los ojos cerrados y respira con pesadez.
-¿Listo?- Pregunta Ted.
Me giró hacia él, asintiendo.
-Hágalo pasar, Doc.
Ted coloca un pequeño instrumento donde antes había colocado el gel, e inmediatamente el sonido más maravilloso que había escuchado en la vida inunda la habitación.
Mi mirada se clava en el monitor, donde lo que inconfundiblemente eran dos bebés, aparecían en pantalla.
-¿Esos?...
-Son nuestros hijos- Murmura Rebeca, apretando mi mano
Me sorbo la nariz.
-Es increíble- Susurro.
-Son hermosos, ¿No es cierto?
Niego, sin apartar la vista de la pantalla.
-Ni si quiera les encuentro forma, pero aún así son lo más hermoso que he visto.
Rebeca ríe, golpeando juguetonamente mi brazo.
-¡Miller!
Alzo las manos.
-¿Qué hice?, ¡Dije que eran hermosos!
Rueda los ojos.
-Después de decir que no tenían forma. Eso fue grosero.
-Claro que tienen forma- Interrumpe Ted, señalando la imagen- Por ejemplo, esto de aquí es una nariz y aquí está la otra…
Lado la cabeza, tratando de ver lo que señala.
-No quiera llevarme la contraria, Doc. Ahí no se distingue una mierda- Espeto, frunciendo el ceño.
-¡Miller!- Me regaña Rebeca.
El rostro de Ted se ilumina. Congela la imagen y hace un acercamiento a uno de los bebés.
-¿Qué ven aquí?- Señala un punto en la imagen.
Rebeca ladea la cabeza, tratando de hallarle forma.
-Uhm…
-¡Una pierna!- Grito, sabiendo que estaba cien por ciento seguro.
Ted asiente, emocionado.
-¿Y esto?
Frunzo el ceño.
-¿Más piernas?
-¿Nuestro bebé tiene tres piernas?- Pregunta Rebeca, sonando preocupada.
Ted abre la boca para contestar, pero lo interrumpo.
Tomando impulso de dios sabe donde, me levanto y señaló la imagen.
-¡Es un pene!- Exclamo, contento.
Rebeca me mira con los ojos entornados.
-¡Miller, siéntate!- Grita alarmada, tirando de mi brazo hacia abajo.
-¡Rebeca, es un niño!- Le grito de vuelta.
Una sonrisa se extiende por su rostro.
-¡Tendremos un niño!
-¡Y una niña!- Interrumpe Ted, congelando la imagen en otro punto.
Me quedo congelado, sin despegar la vista de la imagen en pantalla.
Rebeca se tensa a mi lado, después desliza sus dedos por mi muñeca, llamando mi atención. Cuando me giro a verla, sus ojos lucen preocupados, y una pregunta silenciosa se forma en sus labios.
Inmediatamente su rostro aparece en mi mente, adormeciendo mis sentidos por unos segundos.
El cabello rubio, mejillas sonrojadas y brillantes ojos azules. Una sonrisa traviesa y una mirada inteligente.
Ten una buena vida papá, la mereces.
Suelto un suspiro tembloroso, sintiendo cómo todas las emociones que una vez me atormentaron dejan mi cuerpo, dejándole espacio a otra cosa.
Amor.
Me abalanzó contra Rebeca, tomándola por las mejillas y besando sus labios con todo lo que tenía. Dejo una mordida en su labio inferior antes de separarme y mirarla con una gran sonrisa.
-Seremos padres, mi amor- Murmuro, dejando caer mi frente sobre la suya.
Traga saliva antes de dejarle el paso a las lágrimas.
-Lo sé.
Vuelve a besarme, rodeando mi cuello con sus brazos.
La puerta del consultorio se cierra con suavidad cuando Ted sale de la habitación, dejándonos solos. Deposito un último beso en sus labios antes de dejarme caer sobre la silla de ruedas.
Ése truquito me había hecho sentir cómo si hubiera corrido un maratón, por lo que me tomo unos instantes en regular mi respiración.
Acercó mi boca a si vientre y comienzo a acariciarlo en su totalidad con mis manos.
-¿Recuerdas esa conversación en la que no tendrías novio hasta los cuarenta y cinco, pequeña?- Murmuro con una sonrisa- Bueno, pues la edad mínima se extendió hasta los sesenta.
-Qué hipócrita- Ríe Rebeca, acariciando mi cabello.
Me encojo de hombros.
-Si es amor verdadero, el desgraciado la esperará hasta los sesenta.
-Eso es demasiado tiempo- Se queja, colocando la mano sobre su abdomen.
La miro serio.
-Yo esperaría toda la eternidad por ti, Rebeca. No espero menos para mi hija.
Rebeca sonríe, tomando mi cara entre sus manos.
-Tú, Miller Kent, serás el mejor padre de todos. No tengo dudas sobre ello.
-¿Tú crees?
Asiente, luciendo convencida.
-No puedo pensar en un puesto mejor para ti.
Beso sus nudillos a la vez que diferentes visiones sobre ella comenzaron a bombardear mi cabeza, cómo la mejor película de todas:
De Rebeca vestida de blanco y caminando por un largo pasillo, o de la felicidad reflejada en sus facciones al admirar a nuestra familia, o de la tranquilidad que emanaba al darse cuenta de la feliz vida que habíamos llevado hasta el momento.
Entonces lo supe.
No habría mejor momento que éste en toda mi vida, porque estaba listo para todo.
-¿Qué opinas del puesto de esposo?- Murmuro, atento a su reacción.
Su respiración se acelera.
-Bueno…
Acaricio distraídamente su mano, pasando los dedos por la franja de piel más clara que el resto.
-Ésta vez no tengo miles de flores para ti, música con un significado oculto o el ambiente perfecto. Ni si quiera sé que diablos decir ahora.
La miro a los ojos, armándome de valor.
-Lo único que tengo ésta vez es un anillo en mi mano, el latido de los corazones de nuestros hijos, y a mi sentado sobre ésta estúpida silla de ruedas.
-Miller…
-Eso y el constante deseo de cambiar tu apellido- Meto la mano a mi bolsillo, sacando el anillo y sujetándolo con mis dedos- A eso añádele la promesa de que haré todo lo que esté en mis manos para amarte, protegerte, hacerte feliz y que cada día sea mejor que el anterior.
Una lágrima rueda por su mejilla.
-Lo quiero todo contigo, mi amor. La gran casa con un cerco blanco, los niños, el perro latoso, las horribles comidas familiares que me harás pasar con tú familia…
Tomo su rostro entre mis manos, admirando suspiro delicadas facciones.
-Lo quiero todo, siempre y cuando sea contigo- La miro con intensidad- Así que, Rebeca Taylor, ¿Quieres ser mi esposa?
Aprieta los labios, considerando mi propuesta.
No me irá a decir que no a estas alturas, ¿O sí?
Acerca sus manos hasta mi rostro, dónde me acaricia por lo que parecen ser siglos.
-Acepto- Murmura, conteniendo las lágrimas- Quiero casarme contigo y pasar el resto de mi vida contigo, Miller Kent.
-El resto de nuestras vidas no parece mucho tiempo- Murmuro, acariciando su cabello- Pero podemos comenzar por ahí.
Acerco mis labios a los suyos, acariciándolos con suavidad.
-Hagámoslo, entonces.
-¿Juntos?
-Juntos- Concuerdo.

-No.
Frunzo el ceño, confundido.
Rebeca había salido hace un rato para que yo pudiera hablar a solas con su padre, pero las cosas serían un poco más difíciles de lo que creí en un principio.
-¿Cómo que no?
-Bueno, tú me pediste mi bendición para casarte con mi hija, y yo dije no. ¿El coma te dejó estúpido o solo eres tú?
Ruedo los ojos.
-Esto es serio, ¿Puedes sacar la cabeza de tu culo por un segundo y escucharme?- Gruño en su dirección.
Thomas se cruza de brazos.
-Sé que es serio, Miller. Estamos hablando de mí hija.
-De mi futura esposa- Lo corrijo, disfrutando las palabras rodar por mis labios.
-No lo será si digo que no- Responde con chulería.
Alzo la barbilla.
-Rebeca será mi esposa, te guste o no- Respondo con seguridad.
-¿Entonces para qué me preguntas?- Inquiere, poniendo los brazos en jarras.
Me encojo de hombros.
-Quiero saber tú opinión.
-Y dije que no- Replica- ¿Eso cambia tus planes?
Niego.
-No. Pero lo que cambia es que Rebeca tendrá que caminar sola en el día más importante de su vida- Hago una mueca- Y no sé si ella, o tú mismo te lo puedas perdonar.
-Esto es una mierda- Murmura, dándose la vuelta para irse.
Sintiéndome impotente por no poder seguirlo, lo llamo.
-¡Thomas, espera!
Se detiene frente a la puerta, atento a mis palabras.
-Sólo escúchame, ¿Sí?- Le ruego-  Si después de eso no te convenzo, prometo no volver a sacar el tema.
Thomas lo considera por un segundo.
-Cinco minutos- Asiente, cruzándose de brazos- Eso es todo.
Asiento, sabiendo que aprovecharía cada segundo para convencerlo de que yo era la mejor opción para Rebeca.
Estaba convencido de ello.
-¿Recuerdas el día que nos conocimos?
Thomas asiente.
-¿Cuál fue tu primera impresión sobre mí?
Ni si quiera lo piensa.
-Que le romperías el corazón a mi hija- Responde serio.
-Y lo hice, ¿No es cierto?
Thomas hace una mueca.
-Eso es una mierda de argumento, hijo. Tendrás que esforzarte más si quieres convencerme.
Lo ignoro.
-No sólo rompí su corazón, sino también la abandoné en el momento más vulnerable de su vida. Lo que debió ser un momento to de felicidad absoluta, se convirtió en amargura y tristeza profunda.
Thomas aprieta los dientes.
-Cuando te conocí, te dije que lo quería todo con ella. Y soy lo suficientemente hombre para admitir que en ese momento estaba mintiendo.
-Hijo de puta- Murmura entre dientes, mirándome con rabia.
-En ese momento no sabía lo que todo significaba. Tienes que entender que en ese entonces tanto Rebeca como yo, creíamos que no podía tener hijos, así que no los añadí al plan que tenía en mente.
Trago saliva.
-Casarme tampoco estuvo en mi mente hasta mucho tiempo después, si te soy sincero.
-¿Porqué me dices todo esto?
-Porque ahora estoy seguro de lo que quiero en mi vida.
-¿Y exactamente, que sería eso?
Ni si quiera lo pienso.
-Rebeca.
Niega lentamente.
-Después de lo que me has dicho, no sé cómo creerte.
-Y no te culpo, Thomas, en serio- Frunzo el ceño- No sé si yo pudiera perdonar al cabrón que lastime a mi hija, pero sí sé que la tendrá muy difícil si quiere volver a su vida.
Lo miro atentamente.
>>Pero también quiero que tengas presente que pude haberte mentido con respecto a mis intenciones con ella, pero jamás con mis sentimientos.
-¿Cuál es tu punto?- Inquiere.
-Mi punto es que, puedes castigarme por el resto de mi vida, si es lo que quieres. Y ni si quiera trataré de detenerte porque sé mejor que nadie que me lo merezco.
-¿Pero?
Trago saliva.
-Pero también debes darme una oportunidad para enmendar mis errores. Déjame hacerla feliz, Thomas. Ambos merecemos un descanso después de tanta mierda entre nosotros.
Tomo una respiración profunda antes de continuar.
-Déjame ser el esposo que merece y el padre de nuestros hijos.
Thomas se queda callado por lo que parece ser una eternidad antes de soltar un gran suspiro.
-Eres un buen orador, Miller. Te concedo eso.
Me muerdo la lengua, absteniéndome de decirle que se me daban de puta madre los orales.
No creía que eso ayudará a la situación en sí.
-Mi instinto nunca me ha fallado, ¿Lo sabes?- Dice serio.
Asiento, no muy seguro de a donde quería llegar con eso.
-¿Quieres saber lo que mi instinto me dice sobre ti en este momento?
Vuelvo a asentir, sintiendo como mi corazón se aceleraba en mi pecho. Thomas camina hasta quedar a mi lado de la cama, estirando una mano en mi dirección.
-Me dice que vas a cumplir tu palabra de hacer a mi hija y a mis nietos muy felices.
Estrecho su mano, sintiendo cómo los nervios abandonan mi cuerpo, dándole vía libre al alivio.
-Lo haré.
-Más te vale.
Thomas me regala una sonrisa que alcanza a llegar hasta sus ojos.
-Bienvenido a la familia, Miller.

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