A lo largo de mi vida tuve que enfrentar situaciones difíciles y tomar decisiones estratégicas a mi favor para no salir mal parado en un trato o conflicto.
Pero ésta vez parecía que mi oponente sabía qué hacer o decir para dejarme en un callejón sin salida. Respondiendo mis preguntas con otras y desarmando buenos argumentos con tres simples palabras:
-¿Y eso qué?
Suelto un suspiro, armándome de paciencia.
-Cómo sea, ya dije que no- Replico.
Mi contrincante rueda los ojos.
-Dijiste que me escucharías antes de decir que no.
-Y ya te escuché.
-Pero sigues diciendo que no- Refuña.
-Claro que sigo diciendo que no, lo que pides es una locura.
Me cruzo de brazos, tratando de parecer seguro.
Enarca una ceja, imitando mi postura.
-Seis perritos no son una locura papá, no seas un exagerado.
Suelto un suspiro, exasperado.
Hollis Kent tenía seis años y me tenía comiendo de la palma de su mano.
Si alguna vez creí que no había alguien más exasperante y terca que mi hermosa esposa, estaba equivocado. Porque discutir con mi hija era peor.
Mucho, mucho peor.
Era tenaz y sabía lo que quería.
Y en este momento lo que Hollis quería era adoptar seis perros cachorros.
Hoy era el cumpleaños de los gemelos, Hollis y Harry. Y habíamos decidido celebrarlo en la vieja cabaña dónde fue nuestra boda años atrás.
En nuestro camino, una mujer estaba vendiendo una camada de labradores cachorros, y en un principio estuve tentado a comprar uno para los niños. Pero la mujer comenzó a hablar con mi esposa e hijos y dijo que si la manada no se vendía toda junta, tendría que separar a los hermanos.
Fue entonces que mi preciosa hija se dio a la tarea de tratar de convencerme para a adoptar los seis cachorros huérfanos.
Y para mi mala suerte, lo estaba logrando.
Yo comenzaba a quedarme sin buenos argumentos y ella parecía cada vez más cerca de las lágrimas.
Aunque no pensaba rendirme fácilmente, daría una buena pelea antes de caer en los encantos innatos que le fueron heredados de Rebeca.
Me siento en el tronco caído a mi espalda, pensando en la mejor manera de resolver esto.
-Mira cielo, tienes que entender que seis perritos son demasiados- Le explico- Sí uno solo ya es demasiada responsabilidad, imagina lo que sería multiplicado por seis.
Su ceño frunce, pensando en lo que le dije.
-Pero papi…
-¿Qué pasa, cariño?
-No sé multiplicar- Se excusa.
Maldigo para mis adentros.
-Dije que no y punto- Gruño, buscando a Rebeca con la mirada.
¿Dónde estaba esa mirada dura cuando más la necesitaba?
-¡Pero papá!
-Nada de peros, Hollis- La regaño- Dime una cosa, ¿Quién cuidará esos perritos cuando te aburras de ellos en un par de días?
-¡No me aburriré de ellos!
-Sí claro- Suelto un bufido- Déjame responder por ti: Lo haré yo.
Señalo mi pecho y ella rueda los ojos.
Hollis y Harry habían resultado ser unos hermosos bebés después de todo. Según el doctor Ted y Rebeca, con el tiempo sus pequeños cuerpos fueron tomando forma. Pero fuera de poder identificar un pene y un par de piernas, no les encontré forma hasta el día de su nacimiento.
Ambos tenían sedoso cabello negro y brillantes ojos azules, la piel aceitunada de su madre y mejillas sonrojadas que les pertenecía por completo. Me enorgullecía admitir que eran bastantes parecidos a mí.
Pero también era todo un placer decir que habían heredado la bondad, gentileza, fuerza y coraje de Rebeca.
Así como su terquedad.
Hollis hace una mueca.
-Papi, si no los adoptamos a todos, serán separados de su familia- Me reprocha.
-Vamos, hija. Así sucede siempre con los animales.
Sus ojos se abren de par en par.
-¡¿Los separan de sus familias?!- Grita, atrayendo un par de miradas de los invitados.
Me froto el rostro.
-Hollis, ven aquí- La llamo, abriendo los brazos.
Da un par de saltos hasta caer en mi regazo, rodeando mi cuello con sus bracitos.
-¿Qué pasa, papi?
-No podemos tener tantos perritos en casa, cariño.
-¿Porqué?
-Bueno, cómo dije antes, llegará el momento en que nadie querrá cuidarlos y tendremos que deshacernos de ellos.
-¿Porqué?- Repite.
-Porque las personas tienden a deshacerse de aquello que perturba su estabilidad emocional o su paz.
Hollis lo considera por un momento, jugando con los botones de mi camisa.
-¿Harry perturba tu paz?
Me lo pienso un segundo.
-A veces.
-¿Y mami?
Hago una mueca.
-No, ya no- Me apresuro a decir.
Traga saliva, nerviosa.
-¿Y yo?
Rodeo sus hombros con mi brazo, sujetándola fuertemente contra mi pecho.
-Lo haces- Admito- Pero te perdono porque es parte de tu encanto.
-¿Eso significa que puedo tener un perrito?
-¿Uno?- Inquiero.
Retuerce sus dedos.
-Bueno, tal vez unos… seis.
La miro mal antes de saludar a Alan, un viejo amigo.
-Miller, amigo. ¡Felicidades por el nuevo bebé!
Sonrío.
-Gracias, estamos muy felices.
Le echa una mirada a Hollis.
-Bueno, si hay algo cierto es que ustedes hacen bebés hermosos.
-Concuerdo contigo- Respondo, haciéndole cosquillas a Hollis.
Alan asiente una vez antes de despedirse e irse por donde vino.
Hollis frunce el ceño.
-¿Porqué todos hacen eso?
-¿Qué cosa?- Pegunto confundido.
-Felicitarte por el nuevo bebé cuando mamá es quien lo tiene en su panza.
Trago saliva.
-Digamos que yo fui quien puso ahí el bebé.
-¿Eso qué significa?- Pregunta, ladeando la cabeza.
Meneo la cabeza, rehusándome a explicarle cómo es que embarace a mi esposa.
-Eso no importa- Le gruño.
-¿Entonces me dejas tener un perrito?- Pregunta esperanzada.
-Basta, Hollis- Le espeto- No pienso hablar sobre esto por más tiempo.
Hace un puchero.
-¡Vamos, papi!, ¿Porqué quieren separarlos si son unos bebés?
-Tal vez porque los bebés se portan mal y sus padres quieren dejarle el trabajo a otra familia.
Entrecierra los ojos, tomando mi rostro entre sus manos.
-¿Me estás amenazando?- Inquiere.
-No lo sé, ¿Te quedó el saco?
Se cruza de brazos.
-No te entendí.
Río para mis adentros, besando su coronilla.
-Puedo acceder a un perrito- Le digo, acariciando su cabello- Pero los demás perritos tendrán que buscar un nuevo hogar.
Su ceño frunce, y por un momento fue cómo verme a mí mismo.
-¿Y si les busco un hogar?
-¿Tú?
-¡Puedo hacerlo!- Se molesta- Si pude conseguir que Harry se bañara hoy, creo que puedo hacer cualquier cosa.
Touché.
Con el pecho hinchado de orgullo, tomo sus mejillas entre mis manos, mirándola con todo el amor que sentía por ella desde el día en que nació hasta ese momento.
-Escúchame bien, Hollis Kent Taylor- Rozo su nariz contra la mía, haciéndola reír- Tú puedes hacer todo lo que te propongas. Jamás dejes que algún idiota te diga lo contrario, mucho menos si se trata de mi. Eres una niña hermosa e inteligente, no lo olvides. Y algún día, cuando crezcas, serás una mujer fuerte e independiente, y entonces el mundo estará en tus manos, pero sólo si luchas por él.
Sus manos suben hasta mi mejilla, donde se queda acariciando mi barba de un día.
-Te amo, papi.
-Y yo a ti, cielo.
Sus ojos revolotean hasta fijarse en los míos.
-¿Eso significa que puedo adoptarlos a todos?- Murmura.
Suelto un suspiro, sabiendo que esta discusión no tenía sentido.
Desde que Hollis puso sus ojos sobre los cachorros esa mañana, ya estaba decidido que al final del día ella regresaría con ellos a casa.
Rebeca lo sabía, Hollis lo sabía, pero lo más importante era que yo lo sabía.
Nunca podía decir que no cuando mis pequeños me pedían algo.
Simplemente me era inevitable.
-Puedes adoptarlos a todos- Accedo, sabiendo que le debería muchas explicaciones a mi esposa- Pero solo cuando sepas quién se encargará de ellos.
Me regala una sonrisa completa antes de estampar sus labios en mi mejilla.
-Te amo, eres el mejor- Se despide, saltando fuera de mis brazos y corriendo en dirección a donde estaban mis padres.
Niego, levantándome y buscando con la mirada a Harry. Hacía rato que lo había visto jugando con sus amigos pero ahora no había rastros de él.
-¿Buscas algo?- Preguntan a mi espalda.
-A Harry- Murmuro distraído.
Un par de manos se deslizan por mi cintura, abrazándome por la espalda.
-Está con papá en el lago, creo que quiere enseñarle a pescar.
Río.
-Lo que quiere es monopolizar a su único nieto.
-Probablemente- Concuerda.
Rebeca deposita un beso en mi espalda, erizando mi piel.
Con un suspiro, y sin poder aguantarlo más, me suelto de su agarre, dándome la vuelta y parándome frente a ella.
-Hola, esposa.
Sonríe, rodeando mi cuello con sus manos.
-Hola, esposo.
-¿Dónde estuviste?
Enarca una ceja.
-Tal vez no se dio cuenta, señor Kent. Pero esto es una fiesta, y alguien debe encargarse de los invitados mientras usted pelea con una niña de seis años.
Me muerdo el labio, acariciando el largo de su espalda, con la esperanza de distraerla.
-Entonces nos viste.
Asiente.
-Lo hice.
Suelto un suspiro, bajando mi frente hasta la suya.
-No cedí tan fácilmente ésta vez- Me defiendo.
-Lo sé. Fuiste más duro que cuando te pidió que le compraras un carrusel- Me regaña.
Doy un respingo.
-En mi defensa, tenía muy buenos argumentos en esa ocasión.
-Siempre dices eso- Me reprocha.
Río, bajando mis labios hasta los suyos.
-No puedo decirles que no.
-Sí puedes. Sólo no quieres hacerlo.
-Tienes razón- Admito.
-Seis años de casados y te sigue sorprendiendo- Murmura, entreabriendo los labios, lista para recibirme.
Deslizo la lengua dentro de su boca, dejando que nuestras lenguas bailen juntas.
-Sabes muy bien- Murmuro, deslizando las manos a la curva de su trasero.
-Las manos quietas- Jadea- Estamos en una fiesta infantil y mi padre ronda por el claro con una escopeta.
Gruño.
-¿Qué caso tiene ser tu esposo y padre de tus hijos, si Thomas seguirá queriendo patear mi culo cada que te toco?
Se encoje de hombros.
-Creo que tiene un problema con que se lo restriegues en la cara.
Bueno, misterio resuelto.
-¡Miller!- Grita papá, acercándose con Hollis en brazos- ¡Trae tu trasero aquí, es hora de partir el pastel!, ¡Mi nieta tiene hambre!
Le doy un último beso a Rebeca antes de soltarla. Ya habría tiempo para saborearla cómo quería.
-Iré a buscar las velas- Me dice, dándose la vuelta- Tú busca a Harry y avísale a papá.
-Claro, no te preocupes. Te veo adentro, cariño.
Me dirijo a la fila de árboles que rodean el claro, adentrándose en el camino de piedras hasta el pequeño muelle.
Mi lugar favorito en el mundo era ahí donde mi familia estaba, pero la cabaña tenía un lugar muy especial en mi corazón. Era el lugar dónde Rebeca vivió su infancia y donde nuestros hijos pasaban sus fines de semana desde que tenían memoria.
La cabaña del lago había sido mi regalo de bodas para Rebeca. Así de esa manera me aseguraba de poder venir cuantas veces quisiera y que mi esposa tuviera un lugar en el que se sintiera conectada con su madre.
Parándome a orillas del lago, coloco las manos alrededor de mi boca.
-¡Harry!
Al no recibir respuesta, vuelvo a llamarlo.
-¡Por aquí, papá!
Harry sale de detrás de un árbol, con hojas sobre el cabello y la cara manchada con lo que parecía ser barro.
Al menos, esperaba que lo fuera.
-¿Dónde metiste la cara, hijo?- Le reprocho.
Baja la mirada a su ropa antes de encogerse de hombros, restándole importancia.
-Buscando el liguero de mamá- Explica, limpiándose las manos en los pantaloncillos.
Lo miro confundido.
-¿El liguero de mamá?
Harry asiente.
-El abue Thomas dijo que lo perdió el día de la boda- Explica, encogiéndose de hombros.
Siento mi cara sonrojarse.
-Nunca lo vas a encontrar, así que será mejor que desistas en esto.
-¿Porqué no lo voy a encontrar?
Porque está oculto en mi mesita de noche.
-Se lo comieron los peces- Explico.
Harry frunce el ceño, sopesando mi respuesta.
Me acuclillo sobre la hierba, extendiendo los brazos.
-Ven aquí, campeón. Mamá te espera para el pastel.
Eso llama su atención.
-¿Pastel?
-De chocolate- Lo tiento.
-¡¿Y porqué no lo dijiste antes?!
Harry corre hasta mis brazos, y lo alzo en el aire. Damos un par de vueltas y beso su cuello, haciéndolo reír en el proceso.
-¿Y Thomas?
-Creo que está por los árboles.
-¡Thomas!- Grito, no sabiendo en qué dirección estaba- ¡Te esperamos adentro!
-¡Voy en un momento!- Grita de la nada.
Resoplo, sabiendo que si me tardaba otro segundo, Rebeca estaría bastante molesta conmigo.
-Andando, pequeño.
Harry asiente.
-¿Puedo comer dos rebanadas de pastel?- Pregunta, alzando dos dedos.
Asiento, caminando de vuelta a la cabaña.
-Tantos cómo puedas comer.
-¿Con helado?
-Sí, pero no se lo digas a mamá- Murmuro, confidente.
Harry asiente, guiñándome un ojo.
-Claro que no, no soy idiota- Refuña.
-¡Oye!
-¿Qué dije?- Pregunta inocentemente.
-Dijiste idiota- Le reclamó.
-Tú acabas de decirlo también- Me regaña.
Ruedo los ojos.
-Yo soy un adulto. Así que puedo decir todas las malas palabras que quiera.
-Eso no es justo- Se queja, cruzándose de brazos- Ya quiero ser adulto.
Detengo el paso, mirándolo atentamente.
-¿Ah, sí?, ¿Y eso porqué?- Inquiero.
Suelta un bufido, cómo si mi pregunta le resultará estúpida.
-Para poder decir groserías, duh.
Hago una mueca.
-No quieres ser adulto, créeme.
-¿Por qué?
-Ser adulto es una mierda.
-Mierda es una grosería- Me regaña, señalando mi nariz.
Maldigo por lo bajo, recordándome que debía tener cuidado con mi vocabulario cuando estaba cerca de los niños.
Cuando la gente decía que eran como esponjas, no bromeaban.
-No te entendí lo que dijiste, pero apuesto a que fue una grosería.
Lo miro mal.
-¿Cuánto por tu silencio, hombrecito?
-Un dólar- Se apresura decir.
Enarco una ceja.
-¿Para qué quieres un dólar?
Se encoje de hombros.
-Tú tienes mucho dinero- Empieza, retorciendo sus manos- Y yo quiero tener mucho dinero también.
-¿Para qué quieres dinero?
-Bueno…
-Vamos, dime- Insisto.
Me mira fijamente a los ojos, pareciendo serio.
-Porque sí veo algo que quiero…
-¿Eso que quieres es hipotético?- Inquiero.
Frunce el ceño.
-¿Cómo que hipotético?- Pregunta.
Me lo pienso unos segundos, tratando de encontrar la mejor manera de explicárselo.
-Es cómo una suposición- Le explico.
Harry asiente, con la mirada fija en la casa.
-¿Qué es una suposición?
Ruedo los ojos.
-Olvídalo, sólo sigue hablando- Le digo, reanudando la marcha.
-Lo que trato de decir, es que si un día quiero comprar algo, quiero hacerlo con mí dinero. No con el tuyo.
Trago saliva antes de acunarlo contra mi pecho.
Mi pequeño se estaba convirtiendo en un hombre antes de lo esperado.
-Te acabas de ganar el puesto de mi hijo favorito, pero no se lo digas a tu hermana- Le digo, besando su frente.
Sonríe, confidente.
-Sabes que se lo tendré que decir- Me amenaza.
-Y yo le diré a tu madre que fuiste tú quien rompió el jarrón de la sala.
Entrecierra los ojos.
-No lo harías.
-Pruébame.
Traga saliva.
-Bien, tú ganas.
Entro a la cabaña con Harry en brazos, esquivando a los invitados hasta llegar a la mesa de la cocina, donde Rebeca cargaba en brazos a Hollis.
Me acerco a ellas y depósito un beso en el cuello de Rebeca.
-Dámela- Murmuro, tomando en brazos a Hollis.
-Hola papi- Me saluda, besando mi mejilla- Hola Harry.
-¿Dónde está el pastel?- Pregunta en su lugar.
-Harry…- Advierte Rebeca, sujetando su espalda.
-¿Ahora qué hice?- Se queja- Ya la vi ésta mañana, ¿Porqué volver a saludarla?
-Porque soy tu hermana, tonto.
-Hollis, no digas eso- La regaña Rebeca.
-Al menos no dijo mierda- Interviene Harry.
Rebeca me mira mal.
-¡Miller!
-¡Ethan, trae el pastel antes de que te mate!- Le grito.
-¡Miller!- Me regaña mamá, acercándose- ¡Sin palabrotas en la mesa!
-De esto no te salvas- Murmura a mi lado Rebeca.
-Te lo compensará en la habitación, no te preocupes- Murmuro, guiñándole un ojo.
-Inténtalo- Me reta.
-¿Qué le darás a mamá?- Pregunta Harry, mirándonos a ambos.
-Un regalo- Me apresuro a decir, tratando de ocultar mi sonrisa.
-¿Puedo participar?- Interviene Hollis.
-¡No!- Grito, zarandeándola suavemente.
Frunce el ceño.
-Está bien, pero no me grites- Refuña.
-Basta de preguntas- Dice Rebeca, aplaudiendo.
-¿Puedo hacer una última pregunta?- Dice Hollis.
-No.
-Sí.
Hollis hace una mueca antes de proseguir.
-¿Puedo tener novio?
-¿Qué?, ¡No!
-¡Ni en tus sueños, señorita!- Espeto, frunciendo el ceño.
-¿Por qué?
Ruedo los ojos, mirándola mal.
-Porque lo digo yo.
-Eso no es un argumento- Dice Harry.
-¿De qué lado estás?- Inquiero.
-¡Del tuyo!- Me asegura.
Gruño, sin creerle del todo.
-¿Hay algún candidato?- Pregunta Rebeca, pareciendo interesada.
Entrecierro los ojos.
-No la alientes- Me quejo- Hollis es una bebé, mi bebé
-No soy una bebé, papá- Ríe.
-Sí lo eres. Punto final.
-¿Cuándo podré tener novio?
-Cuando hagas cosas de adultos.
-¿Cómo el sexo?- Pregunta Harry, enarcando una ceja.
-¿Ustedes tienen sexo?
Jesús.
¿Cuándo dejaron de preguntar porqué el cielo es azul?
-¡Aquí nadie tendrá sexo!- Grito, molesto.
-¡Ya llegó el pastel!- Grita Rebeca tratando de cambiar de tema.
Stefan deja el pastel frente a nosotros, sonriendo mientras carga a Drew.
-¡El pastel está aquí!- Anuncia orgulloso.
-Hola, Hollis- Murmura Drew, sonriéndole.
Hollis se sonroja, alzando la mano a modo de saludo, y esa es toda la interacción que necesito para saber el porqué Hollis estaba tan interesada en conseguir un novio.
-Ahora vuelvo.
Dejo a los niños sobre la mesa antes de caminar directamente hasta Stefan.
-¿Qué pasa?
-Mantén a tu hijo alejado de mi bebé- Le escupo, presionando su pecho.
Stefan frunce el ceño, mirando mal a su hijo.
-¿Estás tras de Hollis?
Para sorpresa de ambos, el chico cuadra los hombros, encarándome.
-Lo estoy.
Muerdo mi mejilla antes de palmear su hombro.
-Tu y yo tendremos una charla en veinte años. Pero hasta entonces, mantente alejado de mi hija.
Drew alza el mentón.
-Esperaría cincuenta años, señor Kent.
Stefan sonríe orgulloso.
-Todo un caballero como su padre.
-Creí que el padre era tú- Me mofó.
Stefan me mira mal.
-Idiota.
Me doy la vuelta, caminando de regreso con mi familia.
-Mami, ¿Cuando sabremos qué es el bebé?- Pregunta Hollis.
-Creo que el doctor Ted nos lo dirá en la próxima consulta- Responde, acariciando su vientre.
-Espero sea un niño- Dice Harry, dejando un beso en el vientre de Rebeca- Estoy cansado de tantas niñas.
Río para mis adentros.
No era ningún secreto que mi hijo era el único niño de su edad en nuestra familia.
Con las tres hijas de Sarah, las dos niñas de Ethan y la hija de Lexie, Harry era el único varón de la familia.
Me acerco hasta él, cargándolo sobre mi hombro.
-Ya lo hablamos. Niño o niña, será bienvenido, y lo amaremos mucho.
-Tú dijiste que querías un niño- Responde Harry.
-¿Eso dije?- Río, mirando a Rebeca.
-Dijiste que no tenías preferencias- Me acusa.
-Y no las tengo- Me defiendo- Pero algo de testosterona extra en casa no le haría mal a nadie.
Rebeca enarca una ceja.
-Pues ojalá que sea niña- Dice Hollis, abrazando a Rebeca- Así Harry tendrá que seguir jugando con muñecas.
Harry la mira mal.
-¡Ése era nuestro secreto!
-Sea lo que sea- Interviene Rebeca, tomando la mano que le ofrezco- Seremos felices.
-Siempre y cuando estemos juntos- Concuerdo.
Rebeca sonríe, asintiendo.
-Juntos.
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The Boss
RomanceRebeca nunca imaginó que una simple noche de chicas y alcohol terminaría convirtiéndose en el pretexto perfecto para iniciar un romance prohibido con su sexy e irresistible jefe, Miller Kent. ¿Ambos podrán resistirse a las tentaciones del otro? ¿E...