CAPITULO 65

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Mi espalda me estaba matando.
Había pasado el último mes durmiendo en un viejo sillón al lado de la cama de Miller, y me estaba pasando factura.
Mi vientre había crecido considerablemente en las últimas semanas y a estas alturas ya ni si quiera me molestaba en ocultarlo. La gente a mi alrededor sabía que estaba embarazada pero no sabían quién era el padre, pero hace tiempo que eso no me importaba.
Había cosas más importantes por las cuales preocuparse.
Cómo la vida de Miller.
Hace dos semanas que respiraba por su cuenta y sin ayuda de ninguna máquina, pero los doctores no sabían porqué aún no despertaba. Seguían diciendo que todo era cuestión de tiempo, y que no había razón para preocuparnos por el momento.
Pero aún así nos preocupábamos
Los padres de Miller habían estado viviendo en New York desde el accidente, quedándose en el departamento de Miller.
Cuando no estaban en el hospital, estaban sobre Kate y sobre mí, preocupados y ansiosos por si hacíamos o no ciertas cosas.
Por ejemplo, Martha estaba en contra de que consumiéramos cualquier comida o bebida alta en azúcares y grasas saturadas.
Por otro lado, el señor Greyson se empeñaba en que todo estuviera listo para la llegada de los bebés. Había comprado docenas de trajes para bebés en tonos pastel y otros accesorios para bebé que con sólo verlos me daba dolor de cabeza.
No es que quisiera sonar cómo una perra mal agradecida, porque agradecía enormemente todo el apoyo que nos estaban dando, pero me sentía demasiado abrumada.
Me gustaría decir que eran sólo ellos los que estaban tan atentos por cada paso que daba, pero no era así.
Stefan, mi padre, Ethan, Kate, Franny, Lexie y Emery hacían todo un teatro si daba un traspié, si me sujetaba la espalda al caminar, o incluso si hacía algún quejido o mueca de dolor.
Parecía que la única embarazada era yo, porque hasta Kate se abalanzaba sobre mí si bosteza y no me iba a dormir al instante.
Digo, dios. Sólo estoy embarazada, no en una enfermedad terminal.
Por lo que mi decisión de no hablar sobre el otro bebé se mantenía en pie hasta que ellos redujeran la velocidad con sus exigencias, o cuando ya no hubiera manera de ocultarlo.
Lo que pasara primero.
Mis nervios estaban a flor de piel y por horrible que sonara, mi único momento de paz en el día era en la habitación de Miller.
En el pasado no tendría porqué dar explicaciones por ese hecho, porque era más que evidente porqué era feliz a solas con él.
Pero ahora las cosas eran diferentes.
Escuchar sus latidos constantes y su respiración acompasada me daban paz y esperanza, porque eso significaba que estaba vivo y había una oportunidad de que despertara y las cosas fueran como antes.
Pero entonces recuerdo cómo eran las cosas entre nosotros antes del accidente y el momento de tranquilidad termina, transformándose rápidamente en angustia y tristeza.
Hoy se cumplían cuarenta días desde que Miller había llegado al hospital, y no tenía ni idea de cómo diablos me mantenía en pie.
Mis días se basaban en salir del hospital por la mañana, correr a mi departamento para ducharme e ir a la editorial Greyson, dónde me encargaba de mi trabajo cómo editora en jefe. Cuando terminaba salía apresurada, comía algo en el auto y regresaba al hospital, dónde me quedaba al lado de Miller, sujetando su mano y hablándole por el resto de la noche.
Estaba exhausta de todo, y necesitaba un descanso de todo el estrés, la tristeza y la preocupación.
Pero eso sólo podría suceder una vez que Miller despertará y me asegurará de que estuviera bien. Me encargaría de hacerle saber que todo estaba bien entre nosotros, y que si cambiaba con respecto al bebé, nosotros lo esperaríamos con los brazos abiertos.
Bebés, me repito a mí misma.
Tendremos gemelos.
Suelto un suspiro.
¿En qué momento se había vuelto mi vida tan complicada?
Tal vez cuando comenzaste un romance con tú jefe.
Suelto un suspiro, tratando de prestar atención a la junta que se estaba llevando a cabo.
Con William fuera del juego, sus compañías habían entrado en una subasta para el mejor postor. Y dado que nosotros lo éramos, adquiriríamos los derechos de la editorial Gold, eliminando de una vez por todas la competencia directa de la editorial Greyson.
El único problema era que necesitaba viajar a California para adquirir tales derechos.
Tendría que hacer un viaje de una semana para asegurarme de que todo estuviera en orden y sin dejar cabos sueltos.
Al principio me había negado a dejar a Miller, pero entonces me di cuenta que si no éramos nosotros quienes se apoderarán de la editorial, alguien más se nos adelantaría y eso era un lujo que no podíamos permitirnos.
Mi celular suena y en lugar de revisar el mensaje entrante, me distraigo con mi fondo de pantalla, que era una foto de Miller.
La había tomado el día de la cabaña, tenía el rostro lleno de espuma y cualquier persona diría que por su ceño fruncido parecía molesto, pero la verdad se encontraba en esos ojos que tanto amaba.
Había amor, calidad y felicidad dentro de ellos, y era por eso que era mi foto favorita de Miller. Ya que era la única que reflejaba a la perfección su carácter.
Una mano se apoya sobre mi hombro, sobresaltándome en mi asiento. Guardo rápidamente mi celular y noto que diez pares de ojos están fijos en mí.
La sangre sube hasta mis mejillas, haciéndome sonrojar por la vergüenza.
-¿Señorita Taylor?
-¿Hmm?
-¿Qué opina de la estrategia que acabamos de presentarle?. Aceptamos sugerencias para perfeccionarla.
Asiento lentamente, tragando saliva.
Demonios.
-La señorita Taylor cree que han hecho un gran trabajo con la presentación. Y nos encantaría quedarnos más tiempo y afinar detalles, pero lamentablemente hay un vuelo que debemos abordar- Interrumpe Ana, levantándose y tirando de mi brazo.
Sonrío apenada.
-Lo siento caballeros, pero el deber manda.
Salimos de la sala de juntas y nos dirigimos hacía el ascensor en dirección a la oficina de Miller, en busca de mis cosas.
Ana tenía razón, había un vuelo esperando por mí.
-Me salvaste el culo- Le agradezco, recuperando el aliento- Te debo una.
-No hay de qué.
Niego, recogiendo mi bolso.
-Hablo en serio. Era una junta importante y no presté atención, eso fue muy poco profesional de mi parte.
Ana se muerde el labio.
-¿Puedo cobrar ese favor justo ahora?
Enarco una ceja.
Bueno, eso fue rápido.
Me encojo de hombros, asintiendo.
-Lo que pidas.
Me mira escéptica por un segundo antes de continuar.
-Quiero hablar con total sinceridad sin miedo a que me despida. Ni si quiera tiene que decir algo, sólo escuchar- Se apresura a decir.
Pongo los brazos en jarras, mirándola mal.
-Ana, no necesitas un favor especial para hablar con sinceridad. Es un país libre, ¿Lo olvidas?
Sus mejillas se tornan rosadas.
-No creo que piense igual después de lo que tengo que decirle- Espeta, en un hilo de voz.
-Habla- Respondo, más brusco de lo que pretendía.
Ana toma una respiración profunda antes de comenzar a hablar con rapidez.
-Sé que usted y el señor Kent estaban en una relación más allá de lo profesional- Se apresura a decir.
Trato de mantener mi rostro neutro, pero me es casi imposible cuando siento que voy a explotar por dentro.
-Eso no es verdad- Replico, evitando su mirada.
Ana suelta un bufido.
-Vamos Rebeca, no soy estúpida- Se cruza de brazos- No gastes tiempo en tratar de negarlo.
Seguramente todos en la oficina ya lo sabían.
-¿Quién más lo sabe?- Murmuro rendida, tomando asiento en la silla.
-De hecho, todos en la empresa lo saben- Confirma- ¡Pero yo no les dije nada, lo juro!.
Suelto un suspiro cansado.
-¿Qué es lo que me delató?- Murmuro, pellizcando el puente de mi nariz.
-A usted nada- Ríe nerviosa- De hecho fue el señor Kent el que se descubrió él mismo.
La miro confundida.
-¿De qué hablas?
-Bueno…
-¿Qué?
-Cómo le dije antes, llevo trabajando cinco años en la editorial, y jamás en todo ése tiempo el señor Kent me ha dado los buenos días.
Me cruzo de brazos.
-Eso no prueba nada.
-Recuerdo ése día perfectamente- Asiente- El señor Kent y usted estuvieron en su oficina no más de diez minutos, pero cuando salió, tenía una sonrisa estúpida en la cara.
Trago saliva.
-Además, comencé a prestar atención cuando estaban en la misma habitación, y él jamás le quitaba la mirada de encima. Solía parecer molesto cuando alguien se le acercaba y recuerdo haberlo visto un par de veces siendo territorial.
Sonríe.
>>Nuestras sospechas se confirmaron el día de la gala- Continúa- Cuando llegamos al salón, el señor Kent se aseguró de que todos tuviéramos una rosa y prácticamente rogó que la mantuviéramos oculta hasta que él diera la señal.
>>Entonces, en su discurso hacía usted, fue como ver el amor en su estado más puro.
Mi mandíbula tiembla.
Ana baja la mirada a su regazo.
-Nadie dijo nada porqué sabíamos que, de alguna manera, las cosas eran profesionales entre ustedes dentro de la oficina.
Ríe nerviosamente.
-Aunque siendo sincera, no tengo idea de cómo se mantenía alejada de tremendo semental.
-Yo tampoco lo sé, así que no te preocupes.
Nos quedamos calladas por un par de minutos.
-¿Porqué me dices todo esto?
Asiente, cómo si ya esperara esa pregunta.
-Bueno, sólo quería que supiera que dada la situación actual de Miller, no tiene que fingir ser fuerte todo el tiempo- Murmura- No tiene que estar a la defensiva con nosotros.
>>Entendemos la situación y queremos que sepa que tiene nuestro apoyo.
-¿Entendemos?- Pregunto confundida.
Asiente.
-Hablo en nombre de todos en la empresa- Responde- Nos hizo la vida más fácil de lo que cree, y consideramos devolverle el favor.
-No es necesario- Respondo, agradecida- Saber que entienden porqué no estoy concentrada todo el tiempo o porqué no sonrío todo el día es más que suficiente.
-Entiendo- Revisa su reloj y hace una mueca- Si no sale ahora mismo, no tendrá tiempo para llegar al hospital antes de ir al aeropuerto.
Eso me pone en movimiento.
Tomo mis cosas y salgo apresurada de la oficina, enviándole un mensaje de texto a Stefan.
-Te espero en el aeropuerto- Le digo, entrando al ascensor.
Me mira confundida.
-¿Para qué?
-Bueno, necesitaré ayuda. Y dado que tu has estado más alerta que yo estas últimas semanas, me sentiré mejor si me acompañas.
Ana permanece pasmada en su lugar.
-Señorita Taylor…
Coloco una mano en su hombro.
-Llámame Rebeca.
Traga saliva.
-Rebeca, no puedo dejar New York por tanto tiempo, tengo responsabilidades…
-¿Tu hija?- Adivino.
Asiente.
Me encojo de hombros.
-Pues llévala contigo.
Sus ojos se llenan de lágrimas sin derramar.
-No tengo dinero para otro boleto…
Suelto un bufido, sacando mi cartera y entregándole una tarjeta de crédito blanca, la misma que Miller me había dado para los gastos del bebé.
Hasta que sirve de algo.
-Problema resuelto- Exclamo- Ahora, paga el boleto de tu hija, cómprale algo en el aeropuerto para que no se aburra en el vuelo y reserva una habitación para ambas en el mismo hotel en que hiciste mi reservación.
Ana parpadea con la boca abierta, sosteniendo la tarjeta cómo si fuera una bomba de tiempo.
-¿Sabes cuánto dinero será en todo eso?
Me encojo de hombros, saliendo del ascensor.
Ana me sigue el paso, caminando deprisa.
-Rebeca, no puedo aceptar todo esto…
-Sí puedes- Replico, buscando a Stefan con la mirada- Considéralo un aumento en agradecimiento por todo tu esfuerzo.
Ella niega.
-Es demasiado.
Cuando encuentro a Stefan me giro hacía ella, sonriéndole.
-No te preocupes, el señor Kent invita.
Después me giro y camino deprisa hasta la puerta abierta del auto.
-¿Cómo te fue?- Pregunta, encendiendo el auto.
Suelto un suspiro.
-Soy un asco para éste trabajo- Murmuro- Seguro que el consejo corre mi culo.
-Lo dudo- Espeta- Tendrían que enfrentarse a Miller.
Recargo la cabeza sobre la ventana.
-Miller no está para cuidarme.
Stefan hace tronar su cuello, sonando amenazador.
-Pero yo sí- Gruñe.
Meneo la cabeza, riendo.
-Tienes razón, y lo agradezco.
-No hay de qué, preciosa- Me guiña un ojo- Para eso estamos los amigos.
Sonrío, sabiendo que tenía razón.
Hacía tiempo que Stefan se había vuelto mi amigo y confidente. Estábamos todo el día juntos, por lo que era inevitable que nuestra relación pasará de protector a amigo rápidamente.
Stefan había sido un apoyo tan importante para mí que no creía haber sobrevivido la crisis sin su ayuda.
-Llegamos- Avisa, antes de salir del auto y abrirme la puerta.
-Andando.
Cuando yo no estaba cuidando de Miller, alguien de su familia lo hacía. Y por suerte para mí, Ethan era quien lo acompañaba ésta tarde.
Enarca una ceja cuando entro en la habitación.
-¿No deberías estar dentro de un avión?- Inquiere, levantándose y dándome un abrazo.
-Quería despedirme- Contesto.
-Sólo es una semana- Replica.
Me encojo de hombros, acercándome a la cama y besando la frente de Miller.
-Hola, cielo.
Me giro hacía Ethan.
-¿Cómo está?
Se cruza de brazos.
-Dormido.
Ruedo los ojos, lanzándole una almohada.
-Idiota.
Alza las manos, riendo.
-Lo siento, pero quería eliminar algo de tensión.
-No es gracioso.
Suelta un suspiro, dejándose caer en el sofá.
-Lo sé, lo siento- Se levanta y palmea mi hombro- Te dejo para que te despidas.
-Gracias.
Sujeto la mano de Miller igual a cómo lo había hecho en los últimos cuarenta días.
-Hola campeón- Murmuro- Hoy es el día cuarenta sin ver tus ojos y eso me está matando un poco.
>>Quiero que sepas que si te preocupa cómo son las cosas por acá, no hay nada que temer. Todo está en orden.
Me saco el anillo del dedo, colocándolo en su palma.
-Esto es tuyo, te lo devuelvo.
Aprieto los labios.
-No debes preocuparte por mí o por los niños, estaremos bien- Río- Mirando atrás veo nuestras peleas y me doy cuenta de que eran totalmente absurdas. Lo único que me importa ahora es si despertarás.
>>El cómo arreglemos nuestros asuntos no importa.
Cierro sus dedos alrededor del anillo, y coloco su mano en mi regazo, acariciándola.
-Me iré a California por un tiempo, así que trata de no extrañarme, ¿Sí?
Deposito un beso en sus nudillos antes de dejar su mano en su costado.
-Te amo con locura, Miller Kent- Me despido- No lo olvides nunca.
Contengo las lágrimas y me doy la vuelta, saliendo de la habitación. Me encuentro a Ethan en el pasillo y le sonrío.
-Todo tuyo- Murmuro, alzándome sobre mis pies para abrazarlo.
-Cuídate mucho- Susurra, besando mi coronilla- Kate se fue al baño, dijo que si no volvía para antes de que salieras, no la esperaras.
Asiento, comprensiva.
-Nos vemos.
-Con cuidado- Repite, señalándome.
Me doy la vuelta, caminando hasta Stefan, quien me ofrece su brazo.
-Al aeropuerto.
Asiente.
-Tú mandas.

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