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Se mantuvo pensativa por unos instantes, hasta que escuché su fuerte suspiro.

—Espero que te quede claro que no siento ni un poco de lástima por ti, que si hago esto es por mi hermana, porque tal vez pueda servir de algo— se sentó en el sofá y se cruzó de piernas, moviéndolas de un lado para otro—. No todos tenemos la dicha de tener buenos padres. Siempre he pensado que debimos haber hecho algo muy malo en nuestra vida pasada para haber sido castigadas con unos padres tan crueles. En el pasado cargaba con un fuerte resentimiento hacia esos niños que eran esperados y bien recibidos por sus padres. No recuerdo que hayamos recibido un cálido abrazo, una caricia, un consejo o cumplidos por nuestros padres. Lo recibimos tanto de extraños que hasta se volvió una costumbre — bajó la mirada al suelo —. Nunca fuimos a la escuela, de hecho, nunca habíamos salido de la casa, ni al jardín, ni a la marquesina, siempre nos mantuvieron encerradas en el sótano, donde lo único que había era una pequeña ventana en cristal, la cual mantenían cerrada desde fuera y era muy alta.

Ahora entiendo el por qué se iluminaba su rostro cuando hablaba sobre estudiar. No fue hasta que la adoptaron que pudo ir a la escuela.

—Nuestras camas eran unas pequeñas literas, hasta que las cambiaron a sábanas y las almohadas eran pequeños cojines, los cuales estaban sucios ya que no tengo recolección de que alguna vez los hayan lavado. Nos regalaron tres muñecas de trapo, eran muy feas, pero solíamos jugar día y noche con ellas. Fueron el primer y único regalo que recibimos de nuestros padres, aunque estoy segura de que lo hicieron para mantenernos distraídas y así no hiciéramos escándalo con nuestras quejas por el hambre y la sed. La más llorona de nosotras tres era Mariana, pero por su llanto siempre pagábamos las tres. La más inteligente y calmada de nosotras era Rachel. Si nos traían algo de comida, siempre nos daba un poco de su pequeña porción. Desde muy pequeñas recibíamos extrañas visitas a la casa, en ese momento no entendíamos mucho, pero no fue hasta los siete años que ese grupo de ancianos se aparecieron en nuestro hogar. Debes estarte preguntando, ¿quiénes son esos ancianos? Según investigué, es un grupo bastante amplio. Su líder, Baham, es alguien que ha logrado juntar a muchas personas con sus mismos intereses; niños y personas con alguna condición poco común o extrañas, por así decirlo. Les hace creer a todos que son personas de bien, pero son puras mentiras. Solo buscan lucrarse de la ignorancia de la gente y les ofrecen soluciones a sus problemas. Tengo entendido que mi madre fue quien se puso en contacto con ellos, pues siempre nos trató como una maldición. Nos recalcó muchas veces que éramos hijas del demonio, no solo por ser idénticas, sino porque decía que ella nunca había planificado quedar embarazada, pero que satanás había planeado todo esto. Es ridículo, ¿cierto? Pues mi padre también estaba de su parte y creía lo mismo, estaba claro que ninguno de ellos nos quería, aun así, buscábamos a toda costa ganarnos su atención y su amor, haciendo todo lo que nos pedía. De vuelta a esos cerdos, ellos convencieron a nuestros padres y les dijo que ellos tenían la solución a sus problemas, que tenían forma de limpiarnos y purificar nuestra alma. Realizaban ridículos rituales con cada una de nosotras. No olvido su rostro, su nombre, sus sucias manos, fue la persona que más nos reprendió. Hicieron un pacto monetario de prueba con mis padres y ellos aceptaron sin pensarlo dos veces. Nos explotaban día tras día, especialmente los viernes. Varias personas venían a vernos y tenían permitido tomarnos fotos, vídeos, tocarnos, siempre y cuando no nos dañaran. Teníamos que comportarnos como maniquíes. Teníamos prohibido hablar durante cada visita, solo quedarnos en silencio y quietas. Si lo hacíamos nos esperaba un largo y espeluznante castigo, perpetrado mayormente por Baham. Hubiéramos preferido golpes y azotes, que pasar un segundo a solas con ese enfermo — apretó sus puños y cerró los ojos—. La noche que pudimos probar lo que era la supuesta libertad, habíamos escuchado la conversación entre Baham y mis padres, y es que planificaban llevarnos a su "congregación", donde supuestamente nos lo darían todo y seguiríamos siendo marionetas para ellos lucrarse. Rachel se las ingenió para hacer un hueco en la tierra entre las tres. No teníamos mucho tiempo y era muy pequeño como para que pudiéramos salir por ahí. Preferíamos arriesgarnos a recibir un severo castigo por haber luchado por nuestra libertad, que quedarnos a esperar lo que nos pasaría si esos hombres nos llevaban con ellos. El agujero que abrimos en la tierra era nuestra única salvación, por esa razón las tres gritamos con todas nuestras fuerzas a los vecinos, esperando que alguien pudiera ayudarnos y sacarnos de ese infierno. Por fortuna, los vecinos escucharon nuestros gritos y alertaron a la policía de inmediato. Mis padres nos escucharon, pero a pesar de la golpiza que nos dieron, la policía logró llegar a tiempo e intervinieron con ellos. Luego de eso, no los volvimos a ver nunca más; ni a nuestros padres, ni a esos hombres. El orfanato donde nos llevaron, nos trataban muy mal también. De hecho, nos veían como si fuéramos muñecas de porcelana, por lo pálidas y delgadas que éramos. Decidimos guardar silencio, en el intento de enterrar ese infierno que vivimos en aquel lugar ridículamente llamado: hogar. Prometimos que no íbamos a hablar sobre ello más y así fue. El testimonio que dieron mis padres fue lo único que salió a la luz, pues de nosotras no salió alguna palabra.

Saber todo lo que vivió en el pasado, hace que me sienta peor. Yo la mantuve en un sótano, pasando frío, torturándola con los maniquíes y las fotos de Rebecca. Ahora es como me logro dar cuenta del monstruo que soy y de lo duro y cruel que he sido con ella. Después de todo, he pretendido que ella me acepte, que me ame como lo hago, cuando no merezco nada.

—Como ya debes saber, nos adoptaron a las tres juntas. Nuestros nuevos padres parecían ser muy buenos, nos daban todo, nos trataban bien, pero nosotras no nos sentíamos en confianza con ellos, pues nunca habíamos recibido ese trato antes. La única que parecía estar a gusto y ser genuinamente feliz era Rachel. Antes no lo entendía, pero tal vez su comportamiento fue porque, a diferencia de nosotras, ella decidió confiar en ellos. No voy a mentirte, sentía celos de la manera en que ellos la trataban a ella, pues era evidente las preferencias. En ese momento Mariana y yo éramos muy ignorantes, explosivas, no sabíamos lo que hacíamos, solo nos dejábamos llevar por esos sentimientos negativos e impulsos que nos invadían. Rachel parecía haber olvidado todo lo que pasó y, aunque tratamos de recordarle las cosas, no mostraba que le afectara más. De hecho, su actitud y forma de ser cambió. Se distanció de nosotras y pasaba más tiempo con ellos y un perrito que supuestamente era un regalo para las tres, pero Rachel era quien más pasaba tiempo con él. Éramos muy niñas como para controlar los impulsos o para reconocer lo que estaba bien o mal.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Meses después de que esa mascota llegara a nuestra casa, ellos la encontraron muerta en el patio. No se sabía qué le había pasado, pero Rachel era las más que se veía afectada y trató con todas sus fuerzas de revivirla, pero fue muy tarde.

—¿Ella lo hizo?

—No. Fue Mariana. No supe que había sido ella hasta que me lo confesó. No estuve de acuerdo en que hiciera eso, pero solo para que no la castigaran guardé el secreto. Me sentía culpable por haberlo hecho, especialmente por Rachel que se había encariñado mucho de ese perrito.

—¿Lo hizo por celos?

—No fue lo único que hizo. Aparte de hacerle la vida imposible a Rachel en todos los aspectos, fue capaz de llegar a otros extremos. Una noche, mientras todos dormíamos, me desperté por un extraño olor a humo y sorprendí a Mariana encendiendo los cuatro bordes de la cama de Rachel en fuego. Nuestros padres se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo antes de que hubiese podido alertarlos. La verdad es que no pude decir nada, porque mi cuerpo estaba paralizado por haber visto el fuego que solo me traía malos recuerdos y todavía hoy lo sigue haciendo. Ellos pensaron que Mariana y yo habíamos provocado el incendio, pues nos sorprendieron a ambas observando cómo el fuego se apoderaba de su cama. Pudieron sacarla a tiempo, aunque tuvieron que llevarla al hospital por todo el humo que había inhalado. Luego de ese incidente, ellos nos confrontaron y llegaron a la conclusión de que no íbamos a poder quedarnos más con ellos. Tuvimos una vida difícil luego de que nos devolvieran, pues estuvimos de familia en familia, pero ninguna nos trató como ellos lo hicieron. Solo notaba cómo el rencor y odio de mi hermana iba creciendo día tras día. Hasta el sol de hoy culpa a Rachel de todo y jura que le hará pagar. He querido detenerla, hacerla entrar en razón, pero es algo que se ha alimentado por muchos años. A pesar de todo, yo no le guardo rencor a Rachel, porque cada uno tiene distintas formas de superar y asimilar de cierta manera las cosas. Solo quiero evitar otra desgracia, por eso hay que detener a Mariana, antes de que cometa otra estupidez.

—Lamento saber todo lo que pasaron. No puedo imaginar lo difícil que debió ser para las tres. Verdaderamente ahora mismo no tengo cabeza para lidiar con tu hermana Mariana. Rachel estará libre de peligro mientras esté en la clínica.

—Vas a arrepentirte de lo que hiciste.

—Me arrepentiré más si permito que pierda por completo la cabeza o ponga en peligro a nuestra hija. Confío en que este sacrificio valdrá la pena.

—Ojalá no te equivoques. Trataré de mantener vigilada a Mariana. Es lo único que puedo hacer por ahora. Aunque sus planes actualmente son encontrar a Baham y a sus seguidores.

—Por mi parte, buscaré la forma de ayudarla con eso. Le prometí que le ayudaría, siempre y cuando se mantuviera alejada de Rachel. Tal vez así consiga que cumpla con lo acordado. Aunque te seré honesto, pienso que lo mejor es dejar todo eso atrás.

—Estoy de acuerdo contigo.

Culpable [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora