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Aiden

Al día siguiente, traje de vuelta a Rachel a la casa con las debidas precauciones. Como no sé quién se ha atrevido a lastimarla bajo mi propio techo, he estado al pendiente de cada empleado en la casa. En especial de Nany, pues es la más cercana a Rachel. Le he dicho que Rachel se siente indispuesta por sus días y por eso me he quedado a cuidar de ella. Si digo que estuvo en el hospital, pondré en sobre aviso al culpable. Todo parecía marchar bien en la casa, hasta que intencionalmente le pedí a las empleadas prepararle una sopa sana a Rachel. Estuve escondido y vigilando todo lo que hacían ellas en la cocina y no fue hasta que vi a Nany entrar y despacharlas, que supe inmediatamente que algo se traía entre manos. La sopa aún no estaba lista, pero a la olla le vació una pequeña bolsita con alguna especie de polvo y lo diluyó con ayuda de la cuchara. Se veía nerviosa y miraba a todas partes. Su traición jamás la vi venir. Luego de todo lo que he hecho por ella, es como si me hubieran atravesado un puñal en el pecho.

—¿Así que has sido tú?

Se sobresaltó del susto y se volteó para enfrentarme, tras sentirse descubierta.

—Sr. Aiden, creí que estaba con la señorita.

—¿Y por eso aprovechaste mi descuido para envenenarla?

Su rostro palideció y retrocedió al notar mi acercamiento.

—Perdóneme, yo no quise, se lo juro. A mí me obligaron... — en una fracción de segundo sus ojos se cristalizaron.

—¿Te obligaron? ¿Te pusieron un arma en la cabeza para que envenenes a mi mujer? ¡No me jodas! — agarré su cuello entre mis dos manos—. Te brinde mi entera confianza y acabas de apuñalarme por la espalda con tu traición. Mis padres te sacaron de la miseria en que te encontrabas. Aparte de eso, te traje a esta casa, te he tratado como si fueras parte de mi familia, te aumenté el sueldo, te confié lo más sagrado que ahora mismo tengo, y así me pagas. Por tu culpa casi pierdo a mi mujer y a mi bebé.

—Perdóneme, por favor — musitó casi sin aire, mientras que las lágrimas continuaban brotando de sus ojos.

—Ahorra esas lágrimas de cocodrilo, en especial las energías, porque después las vas a necesitar.

—Fue Andrea... fue ella... se lo juro...

—¿Qué?

—Ella tiene a mi hija. Si no hago lo que pide, estoy segura de que va a hacerle daño. Esa mujer está mal de la cabeza.

Dejé ir su cuello al escuchar su confesión.

—¿Aún le quedan ganas de joder a esa perra? Tal parece que en efecto fui demasiado considerado con ella. No le sirvió la advertencia de la última vez. ¿Dónde está?

—No lo sé. Ella solo me ha estado escribiendo y enviándome fotos de mi hija.

—Quiero que me des todo lo que tienes.

—¿Qué pasará con mi hija?

—¿La verdad? No sé, tampoco debe importarme.

—Sé que está fuera de lugar pedirle esto luego de lo que hice, pero, por favor, ayude a mi hija. No sabía que su mujer estaba embarazada. Si lo hubiera sabido jamás me hubiese atrevido a hacerle mal, se lo juro.

—¿Se supone que debo tener compasión de ti, de tus lágrimas o de tu hija, cuando casi provocas la muerte de mi mujer y de nuestro bebé? Has tomado malas decisiones, Nany. Te atreviste a morderle la mano a quien te da de comer. Y sabes muy bien que odio a los traidores, pero mucho más a los mentirosos. Te perdonaré la vida, pero todo tiene un precio. El que obra mal, debe asumir las consecuencias. Vas a tomarte hasta la última gota de esa sopa, y aquí me quedaré hasta que termines.

Culpable [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora