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Mi papá se abalanzó sobre Aiden dispuesto a golpearlo, pero por alguna razón se quedó con el puño en el aire.

—Basta, papá, por favor.

—¿Este tipo te obligó a esto?

Sentía mi entrepierna resbaladiza y era muy incómodo.

—No. Solo pasó.

—Llamaré a la policía. Te va a tocar dar la cara. Mi hija es una niña y tú acabas de ensuciarla.

—Nos ensuciamos los dos. ¿A poco no ves lo sudado que también estoy?

—¿Todavía tienes el descaro de burlarte? No sabes cómo disfrutaré cuando te lleven arrastrado a la cárcel.

—Me temo que has olvidado un detalle muy importante. Tu hija tiene dieciocho años, por lo que es mayor de edad. Por lo tanto, no hay delito alguno. Además, ella elige a quién abrirle las piernas y a quién no. No tienes ningún derecho sobre ella.

El puño de mi padre temblaba, asumía que debía ser por la rabia. Jamás hubiera querido darle una impresión como esta a mi papá. Me sentía muy incómoda y avergonzada. No podía ni mirarlo a la cara.

—¡Tú la secuestraste!

—No. Ella está aquí por decisión propia. Pregúntale a ella.

—Aiden tiene razón, papá — confesé tímidamente.

—¿Cómo es posible? Gracias a este sujeto pasaste muchas cosas. Te secuestró, Rachel.

—No lo entenderías. Los dos queremos llegar al fondo de lo que le pasó a Rebecca.

—Al fondo, ¿eh? — desvié la mirada por el comentario de Aiden.

—¿Y había necesidad de acostarte con él?

—Ya deja el drama. Tu coges con tu mujer y nadie te dice nada. Rachel es mía, así que, si ambos queremos fornicar por toda la casa, no debe de ser su problema.

—Aiden...

Mi papá lo empujó y me metí en medio con tal de calmar las aguas.

—Ya basta, por favor.

Aiden tampoco ayuda. Solo está provocándolo.

—Vámonos inmediatamente para la casa.

—¿Cómo supiste dónde encontrarme, papá?

—Eso no importa. Vámonos.

—Pues sí me importa.

Aiden y yo nos miramos de reojo. ¿Pudo haber sido Andrea? Bueno, no lo creo. ¿Cómo ella podría tener comunicación con mi papá, si ni se conocen?

—¿Estás pensando lo mismo que yo? — le pregunté.

—Tengo ganas de cogerte de nuevo en la encimera.

—No estamos hablando de eso.

—Pues no estamos pensando en lo mismo.

¿Qué demonios está haciendo este tipo? Todo lo está tomando como si fuera un chiste. Ya ni sé sus verdaderas intenciones.

—Déjame ir con mi papá y tranquilizarlo, ¿sí? No me voy a escapar, te lo juro.

—¿No te vas a escapar? ¿Realmente crees que tengo miedo de eso? Mi Rachel, ya te lo he dicho varias veces, no importa a dónde vayas, siempre te encontraré.

—Entonces déjame ir. Podemos seguir encontrándonos mientras se soluciona la situación.

—Con este sujeto no te encontrarás más. De eso me encargo yo.

—Te dejaré ir, pero es porque tengo algo pendiente. Ve a casita con tu papi y libérate de esa incomodidad que tienes entre tus piernas con un buen baño. No me extrañes mucho.

—¿Y quién te extrañaría? — maldito egocéntrico.

—Por supuesto que tú.

—Vamos — mi papá me agarró el brazo y me obligó a caminar con él.

Para que él me haya dejado ir tan fácilmente, debe tener en mente algo muy importante. ¿Qué podría estar planeando?

Aiden

—Quiero que vayan inmediatamente al aeropuerto por Andrea y tan pronto ponga un pie fuera del avión la llevan a la choza. Si trata de poner resistencia, está demás mencionar lo que deben hacer.

—Entendido, señor. ¿Algún trato especial?

—Se lo daré yo mismo personalmente — colgué la llamada.

Ay, Andrea. Uno trata de darte oportunidades, pero no haces más que cargarla cada vez que puedes. Tú misma te lo buscaste, no quiero llantos luego.

Viajé de vuelta a California a encontrarme con mis hombres en la choza, justamente como les avisé.

—¿Por qué me tienes aquí? Cumplí con lo que me pediste y regresé. ¿De qué se trata todo esto? — cuestionó Andrea.

—Me has declarado la guerra a mí, que me encanta tanto esta cuestión. Cuando la diversión estaba en su mejor punto, tuvo que venir mi suegro a espantar el polvo. Solo sabían tres personas de la dirección de esa casa. Entre ellas, Jonas, tú y yo.

—No sé de qué estás hablando.

—Oh, pues fíjate que yo sí. 50,000 dólares para quien me entregue la lengua de esa cabrona. La quiero para ya.

—Tú no puedes hacerme tal cosa, Aiden.

—Deberías ser agradecida conmigo, porque aún luego de declararme la guerra, estoy siendo considerado. Para lo que hiciste, mereces más que perder la lengua. Por eso dicen que hay que tener cuidado con lo que se dice. Te lo he dicho muchas veces, pero parece que no se te ha grabado. Conmigo y con los míos nadie se mete y vive para contarlo. A ti no te mataré todavía, haré una pequeña excepción, eso sí, te haré arrepentirte de por vida por haberme provocado.

Culpable [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora