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Rachel

Mi papá vino por todo el camino en silencio. No me dejó traer mi auto conmigo. No quería regresar a la misma casa en la que estuve pasando tantos sinsabores con los vecinos, pero tampoco quería darle más problemas a mi papá. Ya tuvo suficiente con lo que vio. Mi mamá no estaba en la casa, probablemente debía estar trabajando como siempre. Tan pronto cerró la puerta de la casa, agarró mi brazo bruscamente.

—¿Dónde están los principios que te hemos inculcado? Me tienes muy decepcionado, Rachel. ¿Cómo te atreves a hacernos esto?

—Perdóname, papá — es lo único que podía decir, pues un nudo se formó en mi garganta.

—Tienes dieciocho años. Él te lleva como diez. He investigado a ese hombre, porque se desconocía de dónde había aparecido, ¿y sabes qué? Ese tipo es un criminal. Tiene una lista interminable de delitos, los cuales fueron borrados como por arte de magia. Sin contar que estuvo hospitalizado cuando era pequeño en una institución mental y por cuerdo no creo que haya sido. ¿Eso es lo que quieres para tu vida? ¿Alguien así? Te hemos querido proteger de ese tipo de personas y ahí vas y caes con el peor de todos.

—¿Qué estás diciendo, papá?

—No lo entiendes y es mejor así. Pero no pienso perderte por alguien como él.

—Está medio loco, es cierto. La verdad no es como que disimule o lo oculte, pero no es tan malo.

—Te secuestró, pero ¿no es tan malo? ¿Te estás escuchando, Rachel?

—Es cierto, pero no todo fue malo. Él me defendió y me salvó.

—Eso no quita lo que es... ¡un maldito loco! No te quiero volver a ver con ese hombre. Tu madre y yo te hemos sacado adelante como hemos podido. Hemos tratado de protegerte de todo para que vayas detrás de un hombre que solo quiero lastimarte. Porque no creas que ese tipo está enamorado de ti, solo quiere vengarse de todos nosotros. Ya consiguió lo que quería, que le entregaras tu cuerpo y darme por dónde más me duele. Si no me hubieran llamado, ahora mismo estarías revolcándote por más tiempo con ese repugnante ser.

—¿Quién te llamó?

—No lo sé, pero realmente le estoy agradecido a quien haya sido. No pienso entregar a mi hija a un descerebrado como ese. Hay millones y millones de hombres en el mundo, te aseguro de que encontrarás a alguien muchísimo mejor y de bien. Iré a la farmacia, porque no quiero que te acabes de desgraciar la vida más, pero esta vez con un parásito de ese ser — con lágrimas en sus ojos, salió de la casa.

Debía darle la razón a mi padre en varias cosas. Sé que Aiden no me conviene, tampoco es como que esté esperando que algo entre los dos se dé, pues la verdad es que para él solo soy la asesina de Rebecca. Todo lo que pasó fue por calentura, no porque haya sentimientos reales de parte y parte. Lo que más me duele es haber visto esa expresión de decepción en el rostro de mi padre. He tratado de ser la mejor hija, pero le he fallado.

Han pasado cuatro días desde la última vez que vi a Aiden. No he salido de la casa ni a la esquina. A decir verdad, ni ganas tenía. El ambiente en la casa se percibe cargado. Mi papá me dijo que no le diría nada a mi madre para no ocasionarle un disgusto, y creo que es lo mejor.

Luego de cenar, subí a mi habitación. Quise darme un buen baño y después relajarme. Me tiré en la cama cuando escuché mi ventana abrirse y casi muero del susto pensando que se trataba de un ladrón o algo parecido. Tras ver el rostro de Aiden, corrí hacia la puerta y la cerré.

—¿Qué haces aquí? ¿Estás loco? Mis padres están despiertos. Si te ven aquí te van a descuartizar.

—¿Y eso qué? ¿Hay que sacar cita previa para visitar a mi mujer o qué? —entró a mi habitación.

—Yo no soy tu mujer.

—Eso no dijiste la última vez que nos vimos — se acercó y traté de evitarlo.

—Creo que lo mejor es que te vayas. No quiero tener más problemas.

—¿A poco me estás echando? ¿Me dirás qué no me has extrañado? — me alcanzó, acorralando mi cuerpo contra la puerta—. Mmm, estás fresquita — olfateó mi cuello y toda mi piel se erizó.

—Por favor, vete.

—No pienso irme sin ti — sus dos manos agarraron mi trasero y me presionó contra él—. Duendecilla, no hagas las cosas más difíciles. No tienes ni idea de lo solitos que nos hemos sentido.

—¿Solitos?

—Has dejado a tu anaconda preferida sola.

Se supone que debía mostrar seriedad, pero es difícil cuando dice cosas así.

—No sabes cuánto ha deseado estar dentro de ti.

—Ya basta. Deja de decir ese tipo de cosas.

—¿Te mojas?

—Hablo en serio, Aiden.

—Bien. He venido por dos razones. La primera, moría por verte. La segunda, necesito que me acompañes a una parte.

—¿Qué parte?

—Es una sorpresa.

—No puedo salir.

—Tengo todo preparado. Solo faltas tú.

—Mis padres están despiertos y no quieren que salga.

—Es importante. Te aseguro que vale la pena ser rebelde y salir conmigo. Además, la altura no es tan alta. No hay excusas.

Su insistencia fue lo que me llevó a acompañarlo. Sabía que sería un problema si mis padres descubren que no estoy en mi cuarto, pero tenía curiosidad de lo que iba a mostrarme. Dejé todo bien preparado en mi cuarto y me cambié de ropa. La altura por suerte no era tan alta y como él me atrapó no sentí miedo alguno. Me sentía mal por lo que estaba haciendo. Solamente espero no ser descubierta.

Me trajo a una choza muy extraña, demasiado apartada de todo. Aunque había una camioneta oscura ya estacionada frente a ella.

—¿Qué es este lugar?

—Ya verás.

Abrió la puerta y un olor sumamente nauseabundo invadió mis fosas nasales. Alcancé a ver a Mathias sentado en una silla y amarrado de pies y brazos. Dos hombres estaban vigilándolo desde una esquina. Estaba con secreciones nasales y los ojos llorosos. El lugar estaba lleno de muchas herramientas extrañas. No puedo creer lo que este hombre está haciendo. ¿Acaso acostumbra a amarrar a todos?

—¿De qué se trata esto? ¿Qué estás haciendo? ¿Por qué tienes a este hombre amarrado así?

—¿No querías que lo interroguemos?

—Sí, pero no hay que llegar al extremo.

—Este es el extremo que conozco y hasta ahora me ha funcionado bastante bien.

Mathias fijó su mirada en mí y su expresión pasó de susto a un profundo odio. No sé por qué razón me miró tan mal.

—Eres tú, maldita perra.

—Cuidadito, porque la lengua paga — respondió Aiden.

—¡Yo no pienso pagar por ti, bruja!

—¿Por mí? ¿De qué hablas? — pregunté confundida.

—No te hagas la estúpida. Tú sabes muy bien de lo que hablo. Si yo me hundo, tú también te hundes conmigo. No pienso cargar con un muerto que no tuve nada que ver. Cumplí con la parte de tu trato, pero ahora me has traído aquí a inculparme a mí y lavarte las manos como Pilato. Pues fíjate que diré todo lo que sé y lo que me mandaste a hacerle a Rebecca. ¡Todos se van a enterar de la clase mujer que eres, maldita asesina!

Culpable [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora