XV.

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XV

Jeongguk avanzó por los pasillos a paso lento. El pequeño cuchillo en su bolsillo parecía quemar la palma de su mano, pues lo mantenía sujeto con fuerza. Sonrió a un par de enfermeras que pasaban por allí mientras se dirigía a la habitación que «ocupaba» Yoonji. Al mismo tiempo, revisaba por las ventanas, en busca de su próxima víctima.

Justo cuando pensaba en preguntar por la habitación del tipo al personal cualquiera —sin importarle si debía ejercer algo de presión y actuación—, lo vio: Nikolay Weber, un alemán accionista que, además, laboraba como proxeneta. Yacía acostado cual lagartija, casi dos metros de asquerosidad. Jeongguk apretó los dientes y carraspeó, notando que su guardaespaldas estaba hablando por teléfono.

Su oportunidad.

Escabullirse en la habitación le tomó menos de cinco segundos. El tipo rubio roncaba suavemente, la boca medio abierta. Jeongguk hizo una mueca de asco y miró alrededor, notando que las cámaras de seguridad estaban grabando. Con una sonrisa, esperó a que la persona encargada le diera una señal; cuando las cámaras se movieron hacia un lado, ella obtuvo la luz verde que había esperado.

Sacó de su mochila dos pares de sogas y amarró las muñecas y los pies del tipo a los costados de la camilla. Él balbuceó, pero no despertó. El aparato que monitoreaba los latidos de su corazón dejaba escuchar la tranquilidad que difícilmente merecía. Jeongguk recordó la paliza que le había propiciado luego de que Yoonji y la gente de El Pentágono arruinara su mano; el muy imbécil ni siquiera había podido reconocerla.

—Eres menos que escoria. No sabes cuántas ganas tengo de arrancarte la piel a retazos, pero es lo que hay —se rio, agarrando una almohada en sus manos—. Supongo que en el infierno me desquitaré.

Posteriormente, ejerció presión en la cabeza del hombre, quien empezó a gritar y patalear, intentando liberarse del agarre, pero Jeongguk, con esa sonrisa maliciosa de la que era dueña, no dejó que él se liberara. Justo cuando el cuerpo dejó de moverse y el profundo «Beeeeeep... Beeeeeep...» se escuchó, ella tomo la distancia y se separó del cuerpo. Aunque estaba terminado, todavía no se sentía satisfecha, así que extrajo el cuchillo afilado de su bolsillo y levantó el camisón del hombre, cortando su pene desde la base. Lo dejó únicamente con sus testículos colgando, un torrente de sangre caía al piso blanco. Jeongguk no pudo evitar suspirar, extasiada. Guardó el falo del pene en la bolsa plástica y salió; al mismo tiempo, las cámaras enfocaron nuevamente al paciente, y su guardaespaldas colgó su llamada.

Jeongguk, con las manos y las uñas manchadas de sangre, salió del carísimo Hospital privado en el que burló la seguridad y mató a un hombre importante. Encontró un bolso púrpura en su camino hacia la salida y se encogió de hombres, recogiéndolo.

Cuando estuvo afuera, gafas puestas, marcó rápidamente a su cómplice y conectó sus manos libres, complacida. Una respiración del otro lado la saludó.

—Tengo lo que te prometí.

¿De verdad le cortaste el pene?

—Algunos vellos también. Fue obra de caridad, para que cuando lo encuentren esté presentable.

La risa de Jungkook fue una bonita respuesta.

• • •

Heesook manejaba su auto nuevo con ansiedad. Todavía no tenía una licencia, y hacía relativamente poco había descubierto que podía manejar, así que tenía derecho a estar nerviosa. Claramente, la fémina a su lado contribuía a su malestar estomacal. Sabía que no era buena idea llevar a una desconocida a su casa, pero no quería dejarla a su suerte. Ya había visto lo que ella era capaz de hacer; sin embargo, su corazón seguía dictándole que dejarla desprotegida sería un error garrafal.

(extra)Ordinaria | KookMinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora