Capitulo 114/Maratón/4

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Me niego a dormir pues justo en este momento tengo algo mucho más importante que hacer y es obcervar a Miranda aquí durmiendo a mi lado después de todas las crisis que pasé al enterarme quién es realmente.

Aún me es difícil superarlo, pues no es algo que se pueda superar tan fácilmente cuando ahora soy consiente de que toda mi vida fue una mentira. Soy un revoltijo de emociones, por qué estoy feliz de estar de vuelta con ella pero al mismo tiempo esto me esta sofocando.

Sacudo estos pensamientos y la abrazo fuerte, aferrandome a ella. Me refugio en la cálida desnudes de su cuerpo.

Mientras mis ojos comienzan a lagrimear y algunos sollozos se me escapan.

Miranda parece haberse despertado dado cuenta pues siento sus manos acariciando mi cabeza al mismo tiempo que me unen más con ella.

- Una disculpa no sirve de nada, lo se - susurra.

- No quiero una disculpa, solo dame otro de tus besos y dime qué me amas, no importa si tal vez sea mentira.

Me toma de el mentón y sube mi mirada separandome de sus pechos para poder verla a los ojos.

- Te amo y esto es real - ahora, ella lo esta consiguiendo.

Besuqueaba despacito mi boca cerrada, como si fuera una gran superficie inexplorada, por descubrir, por probar, por saborear. No me deja responder, no quiere que yo responda.

Debo dejarme hacer, dejar sentir que su amor es verdadero. Entonces me dejo, con los ojos cerrados y empezando a desear algo más que besos.

Pero no. Sólo besos, todo besos. Lame despacito los huecos entreabiertos y deslizándose suave se abre paso, para sutilmente sober mi labio inferior, después el superior, cada vez con más énfasis, como queriéndolos desgastar.

Y con un gesto tenue, imperceptible volvía a adentrarse en mi guarida cálida, inquieta, anhelante de su lengua.

Mis pechos ya empiezan a sentir un hormigueo que va en aumento y en paralelo al traído calor que desprenden otros órganos de mi cuerpo.

Pero yo intento mantener toda mi sensibilidad concentrada en la boca. Que no se despistara a las terminaciones nerviosas de ninguna otra zona.

A veces se detiene y manteniendo su cara sobre mí, muy cerca, respira pausada, liberando rítmicamente un vapor tropical, abrumador, abrasador.

Mis glándulas salivales, incapaces de secretar menos, se ahogan de placer y mi lengua, a ciegas, busca el contacto con la suya.

Al encontrarla, la rodeo, la paladeo, y con toda mi boca la absorbía, queriendo bebermela con exacerbados esfuerzos por no tocar a su dueña.

Sin embargo aquél beso continua, interminable, inagotable, perpetuo.

¿No es esto lo que yo quería experimentar? Un beso incansable, vehemente, fogoso, ardiente, dulce, lujurioso, exquisito, empalagoso, inductor de un desencadenante espasmódico y glorioso.

Y vuelvo a la carga. Ahora con una boca agresiva y pendenciera.

Aplastando mi intención, derrocando toda iniciativa de correspondencia con deliciosos mordiscos y lametones.

Una avalancha de deseo mojado y febril. Su contención por utilizar únicamente aquella boca insaciable la hace respirar cada vez más deprisa.

Con las ansias de quien llevara varios días sin probar alimento alguno, me relame y muerde con toda la amplitud que su voluptuosa boca le permite.

Una lucha encarnizada por acapararme, por poseerme, se apodera de ella y su ímpetu por degustarme me contagia y nos lleva a una tensión en la que es difícil mantener el cuerpo a raya, sin intervenir.

Mis otros cuatro sentidos necesitaban experimentar también aquella apoteosis de emociones que esta a punto de llevarme al parálisis.

Pero aún no. Todavía no. A Miranda le faltan besos que dar.

Apaciguando su excitación inhalando fuerte un aire que se le hacía imperioso y retomó a bocaditos lascivos su tarea de inflamar aún más mi deseo.

Sin embargo, aquella lengua que no cesaba de humedecer mi delirio y el olvido de no saber cuál sería el verdadero final de aquel encuentro confluyeron irremediablemente en un clímax incontenido e inesperado.

La lúbrica cúspide codiciada desde el primer momento.

El desenlace tan frenéticamente buscado.

Pero ni siquiera en ese momento se permite tocarme ni tampoco dejar de besarme.

Sólo después, tras liberar varios gemidos y suspiros entre los huecos que su boca me concede, recorre mi cuerpo con las manos, se dispone a hacerme repetir la experiencia, pero ahora con todo su cuerpo.

Flor De AmapolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora