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Marc.

Como es fin de semana, cambio mi traje formal por un conjunto deportivo cómodo y unos tenis en lugar de mis habituales zapatos de cuero. Al bajar las escaleras, encuentro a mis hermanos, Roger y Francisco, también vestidos con ropa deportiva. Ellos van al gimnasio del club, pero yo prefiero ejercitarme al aire libre en el parque cercano.

—Buenos días —saludo mientras Alice, nuestra ama de llaves, supervisa que todo esté en orden en la mesa del desayuno.

—Buenos días —responden mis hermanos, levantando sus tazas de café.

Me siento y endulzo mi café con stevia, disfrutando de la rápida sacudida de energía que me proporciona.

—¿La princesa? —le pregunto a Alice.

—Duerme en su habitación, señor.

—Está bien, que duerma un poco más hoy —digo—. La pobre ha tenido una semana muy dura con las clases.

—Oye, campeón —interviene Francisco, con una sonrisa burlona—, ¿ya te animaste a invitar a la maestra o tendré que hacerlo por ti?

La mención de la maestra hace que casi me atragante con el café, que rápidamente dejo sobre la mesa.

—Te lo agradezco, hermano, pero no hace falta —respondo, tomando un bocado de frutas—. Además, jamás he necesitado que me ayudes con las chicas, y esta vez no será la excepción.

Francisco levanta una ceja, esbozando una sonrisa de complicidad. Me siento abochornado y, por alguna razón, como si fuera un adolescente otra vez.

No entiendo por qué me intimida tanto esta mujer. ¿Será su presencia dominante, que aparte de elegancia, emana carácter y control? Ni una pizca de interés por mí, y eso es lo que más me desconcierta.

Todos estos días solo nos hemos cruzado miradas mientras ella terminaba de darle clases a mi princesa. La suya solo me gritaba una cosa: "tengo el control". ¿De qué o quién? Eso es lo que me ha mantenido intrigado.

Cada vez que paso cerca del salón de clases, me detengo un momento para observar. La Señorita Mitchel siempre está ahí, con una postura impecable y una expresión serena, explicándole algo a Rosie. Ella nunca parece perder la compostura, y su mirada, cuando se cruza con la mía, es firme, segura, sin vacilar.

Buenos días, Señorita Mitchel —la saludé el miércoles mientras ella guardaba sus materiales. Su fragancia, una mezcla de miel y algo floral, llegó hasta mí, haciendo que mi corazón latiera un poco más rápido.

Buenos días, señor Turner —respondió ella con una leve inclinación de cabeza, sus ojos azules apenas mostrando un destello de reconocimiento antes de volver a concentrarse en lo que estaba haciendo.

Ese aroma a miel es inconfundible, y siempre me ha tentado lo más dulce, pese a ser diabético. Es como si su piel me llamara, desafiándome a probarla.

El viernes, cuando la clase terminó y Rosie salió corriendo hacia su habitación, me acerqué al salón.

Señorita Mitchel, ¿cómo ha encontrado a Rosie esta semana? —pregunté, tratando de mantener mi tono profesional.

Es una niña muy inteligente y aplicada, señor Turner. Tiene un gran potencial —dijo, con esa mirada que parece saber más de lo que deja entrever.

Me alegra escuchar eso. Gracias por su dedicación.

Ella asintió, sin más palabras, recogiendo sus cosas. La forma en que sus dedos se movían, precisos y elegantes, me mantenía hipnotizado. Apenas podía concentrarme en otra cosa cuando ella estaba cerca.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora