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T.

Otro semana de clases con Rosie ha llegado a su fin. La niña me abraza con un entusiasmo que siempre me alegra el día, pero antes de que pueda recoger mis cosas, Alice me detiene.

—Espere, señorita Mitchel —dice, con esa expresión de desdén habitual que me resulta cada vez más irritante. Ella se mantiene con los brazos cruzados, escondidos detrás de su espalda—. El señor secretario ha ordenado que se quede a almorzar.

¿Ordenado? ¿Desde cuándo este idiota me da órdenes a mí?

—¡Sí! —exclama Rosie, pegándose a mí con una sonrisa expectante—. Quédate, por favor.

—Me encantaría, pero no puedo —respondo, acariciando suavemente su mejilla. Ella frunce el ceño en un puchero que casi me derrite.

—Es una orden —interviene Alice, alzando la cabeza con una mezcla de autoridad y desdén.

—Uy, no te conviene hacer enojar al señor secretario —se mofa la niña, con un tono que denota más desafío que respeto.

Oh, cariño, la que está enojada con él soy yo, y ni siquiera estoy segura de por qué exactamente...

—Ve a ordenar tus cosas en tu habitación. Les avisaré cuando esté listo el almuerzo —ordena Alice a Rosie, con una autoridad que parece demasiado natural en ella.

—¿Quieres conocer mi habitación? —pregunta Rosie, sus ojos brillando con emoción al ver mi asentimiento.

La niña prácticamente me arrastra escaleras arriba. La casa es imponente, con una decoración elegante y un aire de sofisticación que se siente en cada rincón. Llegamos a la segunda planta, y Rosie me lleva hacia una puerta adornada con una corona dorada que lleva su nombre en letras elegantes.

El cuarto de Rosie es mucho más austero de lo que imaginé. No hay peluches ni muñecas dispersos por doquier. En su lugar, hay una cama tersa con sábanas color café, un enorme armario que parece una habitación en sí mismo, y paredes pintadas en un aburrido color lavanda. En un rincón, destaca un escritorio bien equipado con una computadora Apple y un montón de plumones de colores.

El portarretrato en el escritorio, que muestra a Rosie con sus padres, me provoca una punzada de irritación. Me detengo, sintiendo el impulso de estrellarlo contra la pared, pero me contengo. No entiendo por qué me molesta tanto, pero la visión de esa familia tan unida parece resonar en mi pecho.

—Es precioso, como su dueña —comento, inspeccionando el lugar mientras dejo un micrófono oculto bajo el escritorio con la máxima discreción. Nunca está de más tener una fuente extra de información. La mejor información siempre proviene de los lugares menos esperados.

Rosie simplemente sonríe, contenta con el cumplido, y se dirige hacia su escritorio para guardar los materiales de la clase. Se sienta frente a su MacBook y comienza a reproducir un video tutorial sobre trenzas.

—¿Te ayudo? —ofrezco al notar que está luchando con sus greñas negras.

—Sí, por favor —responde, sin dejar de mirar el tutorial.

Me coloco detrás de ella, encontrando que su cabello es bastante manejable. Empiezo a trenzar con facilidad, disfrutando de la tarea sencilla.

—¿Te gusta mi papá? —pregunta de repente, con una curiosidad infantil.

—Es muy guapo y caballeroso —admito, en lugar de decir lo que realmente pienso. Mi respuesta la hace reír.

—Sí, te gusta —afirma con una sonrisa traviesa—. Puedes decírmelo, no me enojaré. ¿Vas a salir con él?

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora