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Thaile.

Me traslado al centro especializado de máxima seguridad de la Accia, un lugar reservado para los criminales más peligrosos del país. Aquí, la ley es una ilusión, y la tortura, una rutina. Este es el rincón más oscuro de la organización, donde se despoja a los detenidos de cualquier dignidad o esperanza, llevándolos al borde del abismo, si es que no se lanzan al vacío primero.

En el cuarto de aislamiento, me instalo frente al gran escritorio repleto de servidores y consolas para los efectos especiales. Con una mezcla de profesionalismo y sadismo, me aseguro de que todo esté en orden antes de encender las máquinas. La pantalla muestra la primera de mis presas. No son realmente presas, sino piezas en mi juego macabro, y mi propósito es desmoronarlas lentamente hasta que roguen por una muerte que nunca tendrán.

La primera es Kenny. Está completamente desnuda y colgada de los tobillos, sus manos están atadas con cadenas pesadas que la obligan a mantener los brazos tensos, un maltrato físico diseñado para incrementar su agonía. Su cuerpo se sacude desesperado, como un insecto atrapado.

—Hola, Kenny —mi voz resuena a través de los altavoces, y ella queda inmóvil, su mirada fija en la pantalla que muestra mi figura y lo que está por venir.

Su rostro se transforma en una sonrisa sarcástica, como si intentara mantener la compostura.

—¿Qué me vas a hacer? —pregunta, con una ironía en su tono—. ¿Golpearme antes de encerrarme en una puta cárcel?

La burla en su voz provoca una risa fría en mí. Aprovecho el momento para traer hacia a mi al pequeño Mike y sentarlo en mi regazo. Con una sonrisa falsa, saco mi pistola que traigo detrás mi espalda.

—Saluda a mami, Mike.

El niño, inocente y confundido, mueve la mano en señal de saludo. La expresión de Kenny se descompone, su rostro se pone rojo de rabia y angustia. Su cuerpo comienza a temblar de manera incontrolable.

—Solo estamos jugando, cariño —le digo a Mike con una dulzura falsa—. Vamos a jugar a que apunto con esta pistola de juguete y mami tiene que salvarte.

Muestro el arma en la mano y la coloco contra la sien del pequeño Mike, mientras él aplaude emocionado. Los ojos de Kenny se abren desmesuradamente, y su desesperación se vuelve palpable.

—¡No! —chilla la pelirroja, su voz llena de terror.

—Si mami te salva, te va a comprar muchos juguetes y te llevará a comer helado.

Mike asiente con entusiasmo, sin entender la gravedad de la situación. Yo, por supuesto, estoy completamente consciente de lo que estoy haciendo.

—Bien —digo, mientras comienzo el conteo—. Vamos a ver si tu mami se baja de ahí para salvarte.

—¡No! —Kenny grita, su desesperación se vuelve frenética—. ¡No te atreverías a hacerle daño!

—Uno —empiezo el conteo, mientras Mike cierra los ojos, ignorante de la amenaza real.

—¡No, por favor! —súplicas de Kenny, su voz quebrándose—. ¡Él no tiene la culpa de nada!

—Dos —continúo el conteo mientras Mike aprieta los ojos con fuerza.

—¡Hazme lo que quieras a mí, pero a él no, maldición! —Kenny está al borde del colapso, sus movimientos son frenéticos y desesperados.

—Y tres —concluyo el conteo y aprieto el gatillo. El disparo atraviesa la cabeza del niño, un estallido de sangre y fragmentos de carne.

—¡No! —Kenny grita desgarradoramente, el dolor y la desesperación en su voz son intensos—. ¡Mi niño, no!

—Ups, parece que no era de juguete —le digo con una frialdad cruel, mientras observo cómo su pecho se hunde y sus lágrimas desbordadas caen sin control —te advertí que sabia con quien desquitarme.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora