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Narrador Omnisciente.

30 días de cuarentena.

Thaile se obligaba a comer en medio de la oscuridad, por el bien de su bebé. Cada bocado le sabía a resignación y culpa, reprochándose una y otra vez no poder darle lo que pedía. Los antojos salados eran una constante, intensificando los ataques de ansiedad que la postraban en el colchón, donde su mente divagaba entre la desesperación y la impotencia.

Su cuerpo se sentía cada vez más débil, y aunque la comida le ayudaba a recuperar algo de fuerza, ¿de qué le servía si estaba encadenada y enjaulada como un animal? Se preguntaba una y otra vez por qué tardaban tanto en encontrarlos. Solo rogaba que fuera pronto, maldición.

La puerta se abrió de nuevo, dejando pasar una hilera de luz que se le antojaba como un cruel recordatorio de lo que había perdido.

—Oh, mi querida Madame, ¿cómo estás? —se acercó Nathan, con su sonrisa burlona, retrocediendo justo cuando ella intentó lanzarse sobre él, mostrando los dientes como una fiera acorralada—. Espero que mis chicas te hayan tratado bien —se rió en su cara—. Desde que estás aquí, la Accia no ha vuelto a molestar.

—¿Y por qué habrían de hacerlo? —Barbie apareció detrás de él, con una sonrisa cínica—. Está claro que no les importa lo que te pase, te han dejado aquí.

—Menos que eso, ni siquiera te están buscando —se carcajeó Perica, entrando en la habitación. Thaile negó con desesperación, sintiendo que su mundo se desmoronaba—. Yo creo que deben estar agradecidos por quitarles semejante estorbo.

"No puede ser verdad. Tienen que buscarnos... no por mí, sino por mi bebé," pensaba con el corazón en un puño. A estas alturas, su propia vida ya no le importaba, pero lo que estaba creciendo dentro de ella era lo único que la mantenía luchando. No permitiría que su hijo o hija cayera en manos de esos enfermos.

Había aceptado este embarazo creyendo que tendría mejores condiciones, que podría ofrecerle algo mejor a su hijo. Pero ahora, en medio de esa oscuridad y rodeada de enemigos, se sentía traicionada por la vida misma.

—Te arriesgaste por una organización que nunca te ha dado nada, a la que nunca le has importado —Kenny apareció, enganchándose de su novia, con el mismo tono sarcástico y despreciativo.

El odio destilaba de cada poro de Thaile, la hacía temblar de rabia e impotencia, acorralada en la cabecera de la cama. Quería gritar, quería luchar, pero las cadenas no solo sujetaban su cuerpo, sino también su espíritu.

—Ah, y no olviden felicitar al senador Turner por su reciente boda. Su hermosa familia está tan feliz —añadió Barbie, con una risa venenosa.

¡No, eso no podía ser cierto! Marc se lo prometió... les iba a esperar, maldita sea.

Su pecho se contrajo, y la garganta se le estranguló mientras palpaba el anillo que todavía rodeaba su dedo anular. Su último vínculo con él, con la esperanza que una vez tuvo.

—Eso pasa cuando los hombres te quieren para una sola cosa —el hippie se acercó nuevamente y le estrujó las mejillas, con una expresión de desprecio—. Y es para lo único que servirás. Te marchitarás en mi jardín después de que des a luz a mi heredero.

Thaile le resopló como un toro embravecido, aunque el dolor de sus palabras calaba hondo. ¿Qué podía esperar? ¿Que alguien como Marc se molestara tanto por una mujer como ella, que había hecho tanto daño? Su organización tampoco la había protegido, ni siquiera la estaban buscando. Era la amarga verdad. Pero si algo la mantenía en pie, era la certeza de que no dejaría que esos monstruos la doblegaran. No mientras tuviera vida.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora