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Thaile.

Una alarma resonó estrepitosamente por todas las bocinas de la penitenciaría, espantando el sueño que a duras penas había logrado conciliar. Apenas había cerrado los ojos cuando el escándalo comenzó, aunque tampoco es que hubiera sido fácil descansar con las compañeras de celda dándose "cariño" justo debajo de mi litera. Intenté ignorar el ruido, aferrándome al sueño, pero fue inútil.

-¿Noche dura, princesita? -La voz burlona de Barbie me sacó de mi intento de descanso mientras me daba una nalgada que me hizo saltar-. ¡Vamos, que hay mucho que tienes que conocer! -siguió hablando, aunque yo preferí acurrucarme de nuevo en la flácida almohada.

-¡Déjame en paz! -gruñí, hundiendo el rostro en la almohada, buscando desesperadamente unos minutos más de descanso.

-¡No me obligues a tirarte de ahí arriba! -amenazó Perica con su tono habitual de estúpida superioridad.

Sabía que esas malditas no me iban a dejar en paz, así que, con un suspiro de resignación, me levanté de la litera, enrollé la sobrecama y bajé las escaleras de fierro, aún adolorida por la jornada anterior.

Como si fuera una broma cruel del destino, descubrí que mis cosas habían desaparecido y ahora estaban esparcidas en el basurero. Suspiré, resignada a pedir otro kit de higiene. Me lavé la cara con el agua helada del lavabo; era tan fría que sentí como si viniera de un glaciar, pero mis neuronas, todavía aturdidas, agradecieron el impacto.

Las puertas de las celdas se abrieron, y junto con las demás presas, nos dirigimos al comedor. Al entrar, noté cómo las miradas se clavaban en mí como llamaradas. Sentía cada par de ojos sobre mí, cada susurro que cruzaba el aire, cada risa contenida.

-Dios, entiendo que tenga mi reputación, pero tampoco es para que me miren así -me quejé en voz alta-. Creo que les voy a dar unos posters en tamaño real para que me veneren mejor.

-No tienes nada de qué preocuparte, reinita. Mientras estés con nosotras, nadie te tocará -aseguró Barbie, con ese tono que me hacía dudar si su protección era una promesa o una amenaza.

Nos dirigimos a una de las mesas de madera, aquellas con bordes negros y gastados, alineadas en fila como soldados cansados. Me senté junto a ellas, consciente de que todo tenía un precio.

-Ajá, ¿a cambio de qué? -inquirí, cruzándome de brazos, esperando la trampa.

-Primero tenemos que estar seguras de que vas a estar adentro -respondió Kenny, con su tono enigmático.

-Pues si no me dicen qué es lo que quieren, ¿cómo sabré si quiero entrar? -repliqué, sin ceder un ápice.

-Todo a su tiempo, Madame -intervino Perica, con esa sonrisa que tanto me irritaba.

-Como sea, si se trata de matar a alguien, lo puedo estar pensando -dije, dejando que mi frustración se asomara en mis palabras. La rabia bullía en mi interior, y en ese momento, arrancarle la cabeza a alguien no sonaba tan mal.

-Será mucho mejor que eso, créeme -concluyó Barbie justo cuando una aguda campana sonó, indicándonos que era hora de ir por el desayuno en fila india. El menú era tan miserable como siempre: un sándwich de jamón, un cartón de leche, y fruta picada de aspecto dudoso.

Justo cuando me disponía a sentarme de nuevo, una mano lanzó mi charola al aire, derramando la leche, magullando la fruta y aplastando el sándwich con una bota inmunda. La risa de las responsables resonó en mis oídos, haciendo hervir mi sangre.

En un impulso de rabia, intenté lanzarme contra esas desgraciadas, pero cuatro manos me sujetaron con fuerza.

-Hey, no valen la pena -gruñó Barbie, su voz baja y amenazante-. Solo te ganarás otra paliza, y esta sí te llevará a la enfermería o a la morgue.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora