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T.

—Muy bien, Rosie —la felicito mientras reviso su examen semanal.

La pequeña lo ha completado sin errores, lo que me sorprende gratamente. Pensé que sería más cabezadura, pero no. No exageré al decir que es una niña brillante. Es una pena que toda esa inteligencia probablemente se desperdiciará en el futuro, persiguiendo la misma carrera en derecho y política que su padre.

Le doy la última lección del día y el tiempo pasa volando. Al salir de la residencia Turner, me dirijo al drive-thru de McDonald's y compro un combo de nuggets con papas. Mientras devoro la comida, me dirijo a mi apartamento, agradecida por el momento de indulgencia.

En cuanto llego a casa, me dirijo rápidamente al baño, donde preparo un baño de leche para hidratar mi piel. Conecto mi playlist de música relajante y comienzo mi ritual de belleza. Uso exfoliantes y geles que son una verdadera maravilla para la piel, disfrutando de cada momento de este cuidado personal.

Al salir de la bañera, me visto con un conjunto de lencería de encaje que no usaba desde hace tiempo. No sé por qué me esfuerzo tanto en preparar todo esto para él, pero tampoco voy a negar que estoy ansiosa por verlo. Hace años que nadie ha tocado mi cuerpo de esta manera, y no puedo negar que el deseo de estar con él es fuerte.

Aliso mi cabello, dejándolo caer en ondas suaves, y me maquillo con sutileza, destacando mis labios con mi labial carmesí favorito.

Sigo con mi vestido negro, el cual cuido de no arrugar con la plancha de vapor. El vestido se ajusta perfectamente a mi figura, resaltando mis curvas de manera seductora. Me pongo unos tacones negros que añaden altura y elegancia a mi apariencia. Termino el look con un toque de perfume, asegurándome de que cada detalle esté en su lugar.

Mientras me miro en el espejo, una mezcla de anticipación y nerviosismo me envuelve. Mi corazón late más rápido al pensar en lo que viene. Aunque trato de mantenerme firme y segura, no puedo evitar sentir una oleada de emoción y deseo.

Exactamente a las siete de la noche, el timbre suena y uno de los chóferes del secretario está en la puerta para recogerme. Su puntualidad es casi irritante.

Después del beso en el asado, el imbécil de Marc me pidió una cita, y, como una estúpida, acepté. Al principio, me hice la mártir, alegando que no quería interponerme entre él y su ex esposa, pero él insistió en que su relación con ella es puramente paternal.

Todo es parte del plan. Tú tienes el control, me repito mientras me preparo mentalmente para lo que está por venir.

El viaje en coche se hace interminable, con la ansiedad creciendo en mi pecho hasta que finalmente llegamos a un lujoso condominio. El edificio se alza imponente, con lo que parece ser un centenar de pisos. El ascensor de vidrio ofrece una vista espectacular de la vibrante ciudad de Washington.

—Suite presidencial, en el último piso —anuncia el mismo gorila que me recogió del auto, con un tono tan seco como siempre.

Subo en el ascensor, inhalando profundamente para calmar mis nervios. Al llegar al piso indicado, marco el intercomunicador y, tras una exhalación pesada, me abren de inmediato.

Marc aparece, con sus ojos azules intensos que me deslumbran, y la fragancia resinosa de su loción que impregna el aire no hace más que aumentar mi nerviosismo.

—Si la belleza fuera un arma, yo estaría muerto con la suya —me dice, estirando su mano para besar el dorso de la mía.

Si supieras...

—Oh, y lo es, señor secretario —respondo con un toque de coquetería—. Ni se imagina lo que una mujer puede hacer con su belleza.

—Por favor, dime solo Marc —insiste, invitándome a pasar.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora