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Thaile.

Llegamos a uno de los imponentes edificios de la ACCIA (Agencia de Control Criminal de Inteligencia Americana), una rama de investigación de Justicia de los Estados Unidos especializada en atrapar a los más grandes criminales del país.

La ACCIA recopila, procesa y analiza información sobre estos criminales, pero cuando se ponen a la defensiva, recurren a personas como yo para hacer el trabajo sucio, eliminándolos si no muestran signos de redención. Esta es, sin duda, mi parte favorita del trabajo.

Entramos y respiro el olor característico de sus oficinas, una mezcla de papel, café y desinfectante.

—Hogar, dulce hogar... —exhalo, mientras miro a mi alrededor.

Agentes en uniformes avinados se desplazan por amplios cubículos, tipeando informes y gestionando casos. En los pasillos, pasantes casi lloran de la humillación que les imponen sus superiores con novatadas, mientras los teléfonos no dejan de sonar, creando una sinfonía irritante de timbres.

Zhang me arrastra del brazo hasta una de las cabinas de interrogación. La habitación es fría, mal iluminada, con una mesa de metal y un par de sillas de acero que chirrían al moverse.

—Aguarda aquí —me ordena Zhang, quien es el general de la ACCIA, el segundo al mando en la institución. Cuando me reclutó, era un agente más con una amplia trayectoria en busca de su ascenso. Ahora, él tarda unos minutos, pero finalmente regresa empuñando mi placa.

—¿Crees que te la mereces? —me tira la placa sobre la mesa.

—Dímelo tú... —respondo mientras miro mis uñas con desdén.

—¡Por supuesto que no! —está indignado—. ¡¿Qué demonios te pasó por la cabeza al entregar nuestra información y luego hacerte pasar por muerta?!

—¿Quién sabe... —me encojo de hombros con exasperación—. Déjame en paz.

—¡No, debe haber una razón! —discrepa—. Sabía que estabas haciendo tus propias investigaciones, pero no pensé que fueras capaz de traicionarnos.

—¡Por favor, supéralo!

—¿Fue por él, verdad? —pregunta—. ¿Fue por tu hermano...?

—Si ya lo sabes, no sé para qué preguntas.

—¡Maldita sea! —impacta sus palmas en la pared.

—¡Quise hacer lo que ustedes me prometieron, pero me quedaron debiendo! —reprocho—. ¡Protegerlo!

—¡Carajo, Thaile! —réplica—. ¡Lo hicimos, pero no fue nuestra culpa que decidiera suicidarse!

—¡Lo mataron! —me levanto enfurecida, lanzando la silla contra la pared de concreto del cuarto—. ¡A él lo mataron y no hicieron ni mierda!

Hay un silencio pesado, roto solo por mi respiración agitada.

—¿Por qué debería seguir siendo leal a ustedes? —sigo—. Ya no tenía nada ni nadie por quien quedarme aquí...

Veo un atisbo de ofensa en su rostro, casi dolor, pero se recupera rápidamente.

—No pienso discutir eso contigo —camina de un lado a otro, mientras mi sien palpita de rabia—. Eres una malagradecida, te lo dimos todo y...

—Con todo respeto, señor, ustedes me reclutaron a mí, yo no los busqué —alego entre dientes—. Y además, les recuerdo que en esta entidad he hecho el trabajo sucio que muchos de ustedes no se atreven a hacer, así que ahórrese el discurso de 'cría cuervos y te sacarán los ojos'.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora