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T.

Llego a la residencia Turner, y Alice, con su típica expresión de mal cogida, me recibe y me conduce a un salón con muebles aterciopelados grises que no había visto antes. ¿Esto es una mansión o un laberinto con nuevos rincones por descubrir cada vez que vengo?

En el salón, Marc está esperándome. Su sonrisa se ilumina al verme, y me extiende la mano para que la tome. Disfruto del destello en sus ojos mientras me examina con una intensidad que me hace sentir como si fuera un monumento.

—Sencillamente espectacular —me dice, su voz llena de admiración mientras me da un beso en la mejilla.

Saludo a Roger, que está notablemente tenso, y me esfuerzo por ocultar mi desagrado cuando Francisco me besa descaradamente el dorso de la mano. Charlotte me lanza una mirada de evidente odio que no puedo ignorar.

—¡Lena! —exclama Rosie, quien aparece de la mano de Elías—. ¡Viniste!

Me envuelve en un abrazo cálido, y correspondo con la dulzura que puedo, hasta que su madre la aparta suavemente para estrecharla a ella.

—Así que usted es la encantadora maestra de mi nieta —dice el viejo Turner con un aire que me resulta a la vez imponente y fascinante.

—Mucho gusto, señor —respondo, extendiendo mi mano. Él la toma y me da un delicado beso en el dorso.

—El placer es todo mío —dice, sonriendo con un toque coqueto—. Ahora entiendo por qué mi hijo está tan distraído, no lo culpo.

Sus palabras y su sonrisa revelan un parecido sorprendente con Marc, y ahora entiendo de dónde viene su magnetismo.

—Y eso que no la has visto en acción —comenta Marc, y por alguna razón siento un calor en las mejillas al recordar algunos de los momentos que hemos compartido.

—¡Ay, qué encanto! —dice Elías con una risa juguetona que me irrita—. Se ha sonrojado.

¡Mierda! ¡Cómo los odio!

El secretario me invita a sentarme a su lado en uno de los sillones. Me esfuerzo por ignorar las charlas triviales de Francisco y los murmullos de Charlotte con Roger. Me concentro en Marc, y aprovecho la oportunidad para tomar su mano y colocarla sobre mi muslo. Mientras él me cuenta cómo ha sido su jornada, me describe varias actividades que tiene planeadas, y encuentro ingeniosas formas de usar esa información a favor de su campaña.

—Y cuénteme, señor —digo con interés—, ¿qué tal París? La ciudad del amor debe ser hermosa.

Elías se vuelve hacia mí con una sonrisa, su actitud ahora mucho más relajada. Su mirada parece evaluar cada palabra que pronuncio, como si buscara algo en mi tono o en mi expresión.

—Ah, París es verdaderamente encantadora —responde Elías con un tono nostálgico—. La arquitectura, la historia, la cultura. Es un lugar que uno nunca olvida. ¿Alguna vez has pensado en visitarla?

—No, no he tenido la oportunidad todavía —respondo sinceramente—, pero sin duda está en mi lista de destinos por conocer algún día.

Charlotte, que había estado escuchando con desdén, no puede resistir la tentación de lanzar un comentario mordaz.

—¿De verdad cree que alguien como ella podría apreciar algo tan refinado como París? —dice con un aire de superioridad—. Y seguro que ni siquiera sabe hablar francés.

Decido no dejarme provocar. En lugar de eso, me vuelvo hacia Elías con una sonrisa tranquila y le respondo en francés con una fluidez sorprendente.

—En fait, je suis née à Paris, mais je ne m'en souviens pas beaucoup. J'aimerais beaucoup y retourner un jour

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora