Epílogo (Parte 1)

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2 meses después.

Tahití, Francia. 

Narrador omnisciente.

El senador Turner se levantó lentamente entre las sábanas sedosas de la cama en el lujoso bungalow. Afuera, el sol comenzaba a reflejarse en las aguas cristalinas del arrecife azul que rodeaba la isla. El sonido suave de las olas acariciando la orilla y el trino de los pájaros tropicales creaban una atmósfera de paz absoluta, una que contrastaba con el agitado pasado que había dejado atrás.

Su brazo rodeaba a una mujer rubia, su cabello esparcido sobre la almohada, y en su pecho descansaba un bebé con pijama amarilla. Desde que estaban juntos, esta era la única manera en que Marc lograba dormir profundamente. Sus horas de sueño solían ser inquietas, pero con ella a su lado, todo había cambiado. Le encantaba tenerlos cerca, sentir el calor de sus cuerpos, escuchar sus respiraciones suaves.

Marc la miró con ternura y se inclinó para dejar una serie de besos en su mejilla, intentando despertarla.

—Arriba, Chérie —le susurró, entrelazando sus dedos en su cabello mientras continuaba con los besos.

Ella solo bostezó, acurrucando al bebé más cerca de su pecho.

—Una hora más —pidió adormilada, acariciando la cabecita del pequeño.

—Oye, le prometimos a Rosie que iríamos a bucear.

—¿Lo prometí por el dedo meñique? —le consultó, aún medio dormida, su voz suave y relajada.

—No...

—Entonces no cuenta, déjanos dormir dos horas más.

Marc sonrió, sabiendo exactamente cómo despertar su interés.

—Habrá tiburones...

Ella abrió los ojos de golpe, su rostro iluminado por una sonrisa entusiasta.

—Está bien, nos convenciste —aceptó con un brillo travieso en los ojos, imaginando la expresión de espanto en el rostro de Roger al ver a esos gigantescos animales.

Con una sonrisa juguetona, ella estiró los labios, invitándolo a darle el beso de buenos días. Marc respondió con suavidad, sus labios encontrándose en un contacto cálido y familiar. Con cuidado, dejó al bebé a un lado en la cama. El pequeño se estiró y bostezó, abriendo sus ojitos, que se habían azulado en los últimos meses.

—Buenos días, guapo —le habló ella con ternura, y el bebé comenzó a balbucear felizmente—. Hay que tomar algo de sol, ¿verdad?

Le hizo cosquillas en su pancita, arrancándole una sonrisa tan cálida como la de su padre. Marc, cambiándose la pijama de algodón por una pantaloneta con estampados floreados, observó la escena con una mezcla de orgullo y felicidad.

—Creo que poco a poco se está pareciendo a mí —comentó con una sonrisa, mientras ella terminaba de cambiarle el pañal al bebé.

—Seguro que sí, Chérie... —respondió Marc con un tono de mofa, provocando que ella le volteara los ojos con diversión.

Con delicadeza, ella vistió al bebé con un pequeño traje de baño negro y unos shorts llenos de coloridas flores. Luego, se dispuso a cambiarse, eligiendo un traje de baño de una sola pieza en un vibrante color fucsia. Encima, se puso un short negro con hilos largos en los bordes que rozaban sus muslos.

Por un instante, mientras preparaba la pañalera, su mente viajó a lo que alguna vez fue. En lugar de alistar armas o herramientas de tortura, ahora llenaba la bolsa con toallitas húmedas, pañales, cremas y biberones con medidas exactas de fórmula. También colocó un termo con agua caliente, una necesidad desde que su cuerpo, aunque resistió el veneno, no podía amamantar hasta que las toxinas hubieran salido completamente de su sistema. La maldición hacia Alice, la mujer que la había envenenado, resonó en su mente.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora