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Thaile.

Me arreglo con cuidado, añadiendo un toque de perfume y una última capa de labial. Hoy llevo un vestido turquesa con cuello cuadrado, tratando de mantener una apariencia recatada. Antes de salir, le doy las últimas instrucciones a Nico para asegurarnos de que ningún vecino entrometido se acerque. Aunque es un niño, he aprendido que puede valerse por sí mismo con las herramientas adecuadas, y el venir de las calles también le ha dado una fortaleza inesperada.

—No te desveles —le advierto—. Puedes usar mi cama si lo necesitas.

Eso me recuerda que aún tengo que acondicionar un cuarto para él, así que lo anoto mentalmente.

Marc llega puntual a las siete de la noche, pero a pesar de su sonrisa y su elegancia, no puedo evitar notar la preocupación en su rostro. Me molesta verlo así, especialmente cuando parece estar preocupado por cosas que considero menores.

—Seré la envidia de la noche —saluda, besando el dorso de mi mano.

—Oh, yo no me quedaré atrás. Estoy segura de que causaré celos en más de uno con mi compañía —respondo con un toque de picardía mientras nos subimos al coche. No puedo evitar recordar una vez que también estábamos en ese mismo asiento, y la tentación de revivir ese momento casi me domina.

Me regaño mentalmente por dejarme llevar por la calentura. No es el momento.

Durante el breve trayecto, la tensión sexual entre nosotros es palpable. Su mano se desliza por el borde de mi vestido, y cada toque me hace sentir más incómoda. Su perfume es embriagador y me altera más de lo que me gustaría admitir. Afortunadamente, el viaje es breve, y pronto llegamos a un salón que parece un casino de lujo.

Los flashes de las cámaras empiezan a iluminar nuestra entrada antes de que el conductor haya tenido tiempo de abrir la puerta. Caminamos de la mano hacia la entrada, y el ambiente dentro es aún más deslumbrante. Con máquinas de monedas y mesas de póker repartidas por el lugar, el lugar emana un aire de ostentación. Los meseros vestidos con smokings y los políticos adinerados con aires de grandeza se mezclan en el ambiente.

El secretario me presenta a cada persona que nos cruzamos, y me esfuerzo por mantener mi mejor sonrisa mientras él responde a las preguntas de los invitados. La música en vivo, aunque elegante, es la más aburrida que he escuchado en mucho tiempo.

—Buenas noches, Turner —saluda un hombre delgado y canoso con un tono claramente sarcástico—. Me alegra verte bien acompañado.

Marc, con una sonrisa de cortesía que apenas oculta su irritación, responde:

—Qué gusto verte, Greene... Y sí, creo que ya conoces a mi novia.

Greene, un hombre de unos setenta años con una figura esquelética y un cabello gris peinado hacia atrás, lleva un traje oscuro de corte clásico que, a pesar de su elegancia, está notablemente arrugado. Sus ojos, de un gris opaco, reflejan una mezcla de desdén y diversión. Su actitud parece ser la de alguien que disfruta de la incomodidad ajena.

—Por supuesto, ¿quién no? —responde con un tono de mofa—. Todo el mundo vio el video con el que la presentaste.

La condescendencia en su voz es palpable, y su mirada hacia Marc está cargada de una superioridad despectiva.

¿Y este imbécil que se cree para hablarle así a Marc?

Me sorprende que Marc mantenga la compostura ante semejante insolencia. La situación es incómoda, y la tensión en el aire se vuelve casi tangible.

—Oh, claro, el video —repito con una sonrisa forzada, tratando de ocultar mi frustración—. Debe ser todo un espectáculo.

Greene se inclina ligeramente hacia mí, evaluándome con una mirada crítica que parece querer desarmarme. Su rostro, marcado por arrugas profundas y una expresión que mezcla desdén con curiosidad, no deja lugar a dudas de que no tiene la menor intención de ser cordial.

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora