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Narrador Omnisciente.

Después de la descarga emocional que sufrió Thaile, se siente más ligera, aunque el cansancio la envuelve con una pesadez que no puede sacudirse. Regresa a la mansión acompañada por el secretario, con un nudo en el estómago que no logra deshacer. La idea de volver al barrio, con todos los recuerdos dolorosos que eso implicaría, la aterra. No quiere enfrentarse a lo que perdió, y por eso accedió a regresar a la mansión, el único lugar que, aunque lleno de sombras, le ofrece algo parecido a un refugio.

Al llegar, Blanca la recibe con los brazos abiertos, su presencia cálida como un bálsamo para el corazón herido de Thaile.

—Oh, mi ange —la acoge Blanca, estrujándola con fuerza—, ellos siempre estarán con nosotras.

Junto a Blanca están su nuevo esposo, Elías, y su hijo, Nico, quien la mira con una expresión de dolor reflejada en sus ojos. Roger, a quien siempre consideró un tontuelo, se esfuerza por ofrecerle palabras de consuelo.

—Thaile, siento mucho lo que pasó —le dice, su voz cargada de sinceridad—. Traté de detener a Charlotte cuando vi que se dirigía a tu cuarto, pero...

—Tranquilo, tarde o temprano me iba a tener que enterar, ¿no? —le responde Thaile con una voz más firme de lo que se siente por dentro—. Quiero irme a mi cuarto, si me disculpan.

—Yo te acompaño, ange —dice Blanca rápidamente, siguiéndola cuando Thaile se encamina hacia el interior de la mansión.

Mientras Thaile y Blanca se alejan, Elías coloca una mano firme en el hombro de Nico, dándole unas palmaditas reconfortantes.

—Va a estar bien, hijo —le dice Elías, su voz grave pero llena de una calma que proviene de la experiencia—. No te rindas, así como yo no lo hice con su madre.

El recuerdo de lo difícil que fue la recuperación de Blanca aprisiona su pecho, como si reviviera cada momento de lucha y dolor. Recordar los ataques de abstinencia, los insultos, y las veces que Blanca le suplicó que se alejara porque, según ella, una drogadicta como ella no tenía solución.

Solo una raya, por favor —le rogaba ella, sudando frío y con la mirada perdida, llena de desesperación.

Escúchame, eres más fuerte que eso —le respondía él, su voz firme mientras la sujetaba durante sus convulsiones en la camilla del centro de rehabilitación donde la había internado.

—¡Lárgate, no quiero que me veas así! —le gritaba Blanca, retorciéndose de dolor, su cuerpo clamando por la droga que su mente luchaba por rechazar—. ¡Lárgate!

En un arranque de ansiedad, Blanca tiró el carrito médico que contenía suero y otros implementos necesarios para su recuperación. Elías, sin pensarlo, tomó sus manos, ejerciendo fuerza mientras ella forcejeaba, su resistencia disminuida por la debilidad.

Respira, inhala y exhala conmigo —le pidió, su voz cargada de una calma que contrastaba con el caos de la situación.

Poco a poco, ella fue cediendo. Su respiración, aunque entrecortada, empezó a seguir el ritmo que él marcaba. No sabía si era el aire limpio que comenzaba a oxigenar su cerebro o el calor de las manos de Elías, que no la habían soltado en ningún momento, pero poco a poco, el dolor y la angustia fueron disminuyendo.

—¿Mejor? —le preguntó Elías cuando vio que su cuerpo dejaba de convulsionar.

Sí, gracias —susurró Blanca, apartándose un poco, todavía frágil—. ¿Por qué sigues perdiendo tu tiempo conmigo?

Tras de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora